Usted está aquí: domingo 17 de diciembre de 2006 Opinión ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

Un modelo de Dalí

EN LA TEMPORADA de novilladas de 1962 en la Plaza México, el Distrito Federal tenía poco más de 5 millones de habitantes, y, sin embargo, domingo a domingo el citado coso veía sus tendidos, si no repletos, con unas entradas que hoy difícilmente se hacen con julis y hermosos en el cartel.

¿A QUE ATRIBUIR la preferencia de entonces por la función taurina ­cuando la zona metropolitana tenía 75 por ciento menos de la población actual­ y el creciente desinterés de los hacinados habitantes de hoy?

DESDE LUEGO AL hecho, no por obvio menos escatimado, de que el ganado de lidia acusaba no más kilos, sino más casta y bravura, es decir, daba más espectáculo en el sentido de que no perdonaba los errores, en tanto que los soñadores de gloria, si de veras querían alcanzarla, tenían que jugársela en serio, en tanto que el criterio empresarial tenía más idea de lo que podía interesar al público.

ESTOS TRES INGREDIENTES ­tauridad en las reses, celo en los novilleros y sensibilidad en el promotor­ bastaban para que el público, en buen número, acudiera cada ocho días a la plaza, el espectáculo fuera un negocio transparente y México siguiera siendo un productor de toros y de toreros buenos. Tan es así, que ese año de 1962 el entonces empresario de la Plaza México, el doctor Alfonso Gaona, sin Televisa detrás, dio la friolera de 31 novilladas en las que hicieron el paseillo 53 novilleros, varios de los cuales generaron legiones de partidarios.

ENTRE AQUELLA HORNADA de novilleros debutó el joven veracruzano Juan de Dios Salazar, quien realizó un quitazo por gaoneras a un astado de Santín en una novillada de selección, lo que le significó repetir otra tarde, en la que en uno le sonaron los tres avisos y en el otro se llevó una cornada. Volvió a la temporada siguiente y actuó tres tardes, mostrando un toreo de calidad con capa y muleta. Luego, quien más quien menos, todos padecerían la siniestra época de Angel Vázquez, empresario de beisbol impuesto como taurino.

JUAN DE DIOS marchó a España y por su capacidad de relación y los azares del destino obtuvo una recomendación del entonces príncipe Juan Carlos para el rejoneador Fermín Bohórquez, en cuya ganadería estuvo tres meses. Luego de una buena tarde en la monumental de Barcelona, Salazar fue presentado con el pintor Salvador Dalí, que, impresionado con la buena planta del joven mexicano, le dijo: "Voy a hacerte un dibujo, no, mejor una acuarela, no, de plano un óleo", y al día siguiente en el Hotel Ritz lo plasmó en el lienzo vestido de luces. "Para mí el toreo es un rito y usted es un sacerdote del toreo", le dijo, y surgió entre ambos una buena amistad.

HOY A LAS 14 horas, en la Asociación Nacional de Matadores, Juan de Dios Salazar presenta su libro El toreo en su grandeza, 77 temas diferentes sobre lo que para él es el toreo, en una época en que la falsa modernidad y la peor globalización contribuyen, junto con los dichosos taurinos, a que el culto milenario por el toro se pierda por el descreimiento en tan maravillosa deidad.

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