Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de diciembre de 2006 Num: 615


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El tiempo real
LUIS TOVAR
Un maestro constructor
RICARDO BADA
La Mara de Ramírez Heredia
GERARDO BUSTAMANTE
A la memoria de Rafael Ramírez Heredia
ÓSCAR OLIVA
Versiones de Horacio
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Los chinicuiles, escamoles y lagartijas de Santiago de Anaya
Extranjeros en su Tierra
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA
A manera de réquiem
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

POESÍA
Reseña de Juan Gelman sobre El resplandor de una escritura


Directorio
Núm. anteriores
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Gerardo Bustamante

La Mara de Ramírez Heredia

Rafael Ramírez Heredia In memoriam

¿Cuáles son los límites entre la literatura y algunas de las ciencias sociales? ¿Cómo se inserta el discurso histórico-sociológico en la ficción? Estas son sólo algunas de las muchas preguntas que se han tratado de dilucidar en la sociocrítica a partir de los años sesenta. Para muchos, el discurso literario sólo debe inscribirse dentro de los núcleos de la ficción; la presencia de un contexto histórico queda relegada a un segundo plano pues lo importante es el hecho estético de la literaria. Aunque es evidente que un texto de ficción debe leerse y estudiarse dentro de los parámetros de la estética, lo cierto es que la historia literaria está plagada de ejemplos de extratextualidades de carácter sociohistórico y político que evidencian el momento de la escritura de ficción: la novela de la Revolución, la novela indigenista, la literatura del exilio, la novela de la dictadura franquista, la del Holocausto, entre muchas otras "etiquetas" que son una muestra de representación social inserta en el discurso literario.


Foto: Francisco Olvera/ archivo La Jornada

En la literatura hispanoamericana reciente, se observa una línea de lectura donde lo sociohistórico está presente en varios textos de ficción: La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, La frontera de cristal (1995) y Abril rojo (Premio Alfaguara, 2006), de Santiago Roncagliolo, son sólo algunos ejemplos de cómo conviven en las letras latinoamericanas contemporáneas lo literario y lo social, ya sea para hablar de la frontera norte de México, la violencia en Colombia o en Perú. Pareciera ser que los contextos de los pueblos latinoamericanos se resisten a escapar de los contextos literarios; representación de la realidad y hecho estético se fusionan para materializar un producto que implica repensar las interdependencias de realidad y ficción, los límites discursivos y la pertinencia de hablar de un hecho social paradójicamente desde la subjetividad literaria.

La literatura es un tipo de discurso, es ficción y subjetividad, pero también es una representación de la realidad que se inserta en un terreno ajeno al que por naturaleza le pertenece: el de la antropología, la historia, la sociología o la política. Queda claro que al "plasmar" una realidad latinoamericana, el escritor de ficción no pretende dar una solución a los problemas presentados, tampoco hace un análisis que amerite un aparato teórico que arroje resultados sobre el tipo de problemáticas reflejadas en el texto. La aparición de un contexto histórico en la literatura responde a las preocupaciones o intereses del autor que sin dejar de ubicarse en los terrenos de la ficción, literaturiza desde su mirada los problemas que le interesan.

En el contexto de la globalización y la "postmodernidad", los pueblos latinoamericanos han acentuado distintas problemáticas como la drogadicción, los círculos de pobreza con sus respectivas desigualdades sociales: la migración, la aparición de grupos guerrilleros, la explosión demográfica, así como el tráfico de drogas, la prostitución infantil, la violencia y la violación de los derechos humanos, particularmente los de los más desprotegidos. Además de estos múltiples problemas latinoamericanos, hay que señalar la ola de guerrillas en Centroamérica durante el siglo XX que en varios sentidos no ayudaron a la unificación y progreso de los pueblos.

Una visión general de América nos señala desde hace varias décadas que Estados Unidos es la potencia a la que mexicanos, guatemaltecos, hondureños, peruanos, salvadoreños y ecuatorianos pretenden llegar, pues la miseria en estos países parece eterna. El sueño americano ha sido para muchos una búsqueda constante por encontrar una vida más "digna", aunque a veces engañosa. Son muchas las formas artísticas que se han preocupado en años recientes por plasmar la realidad centroamericana, sus tragedias y dolores al cruzar las fronteras.

La Mara (Alfaguara, 2004), de Rafael Ramírez Heredia indaga sobre las formas en que se producen los fenómenos de la migración centroamericana en la frontera sur de México; las peripecias a las que los migrantes tienen que enfrentarse al querer cruzar México y llegar a Estados Unidos. Con gran maestría, Ramírez Heredia capta las formas de interacción humana entre los centroamericanos y los mexicanos, la manera en que éstos abusan de los primeros, la presencia del ejército estadunidense en la línea divisoria entre México y Guatemala, así como la corrupción de las autoridades migratorias mexicanas. Si la frontera norte mexicana es para los migrantes la antesala donde se decide su destino, la frontera sur es el espacio del engaño acentuado, del abuso y de las injusticias. En la frontera sur también se pierde la vida, se asesina a centroamericanos, se viola a mujeres, se consiguen "burreros/as" que transportan droga hacia Estados Unidos.

La Mara tiene una riqueza en su lenguaje al incorporar las formas particulares del habla de cada país centroamericano que confluye en un lugar fronterizo. Aunque la novela está contada por un narrador omnisciente, hay ciertos toques de oralidad que enriquecen el texto y que son el testimonio de las distintas formas expresivas que utilizan diversos personajes. El autor reproduce los modismos de cada región, a su vez que recrea particularmente la forma de expresión de los integrantes de La Mara 13, un grupo de jóvenes delincuentes que asaltan y asesinan a los migrantes y que pretenden hacer valer su ley en el territorio fronterizo. Este grupo como fenómeno social tiene sus causas, pues la pobreza en sus países ha sido uno de los motivos que los orilla al bandalismo violento y al desconocimiento de las leyes, pues "un marero no reconoce más ley que La Vida Loca" que decreta las normas del grupo. Para pertenecer a La Mara 13, los futuros mareros tienen que soportar un rito iniciático que consiste, entre otras cosas, en soportar la golpiza que le propinen varios integrantes del grupo. Un marero tiene que estar dispuesto a convertirse en asesino, asaltante de caminos, violador y narcotraficante. Como marcas de pertenencia a un grupo, los mareros visten con ropas holgadas y cada crimen debe marcarse con una lágrima tatuada en el rostro o en algún lugar visible que les recuerde sus crímenes. Dice el narrador: "Con una lagrimita debutante, lágrimas marcadas punto a punto. Como flores del mal en medio de la carne… una lágrima clavada para siempre en el rostro era igual a un cristiano menos en el mundo de acá abajo." Más que por su nombre de pila, los mareros tienen un apodo y una jerarquía en el grupo; personajes temibles son Poison y el Rogao; menos agresivo es el Laminitas, un joven migrante que se rinde al cruce de fronteras y decide ingresar a La Mara: "Los gritos del Laminitas pidiendo perdón [al momento de la golpiza]. Cállate pinche puto. Que se calle ese mampo del Laminitas. El clavo entre las costillas. La lanza en el costado del Señor."

En la novela, algunos personajes que pertenecen a La Mara dicen desconocer fronteras, territorios nacionales e identidades, "somos los carnales que nunca se detuvieron en la tierra si aquí está nuestra patria". Su patria es una construcción de leyes e integrantes de varias nacionalidades que han renunciado a su "identidad nacional" y que incluso la lengua española es distinta a la de la localidad; sus expresiones se nutren de voces propias que los identifican con un grupo.

A lo largo de La Mara se observa una ausencia de hermandad de los mexicanos hacia los centroamericanos; los primeros aparecen como depredadores, abusivos y violentos. Por su parte, los migrantes tienen un total desconocimiento de la geografía mexicana; saben que deben cruzar un país, pero desconocen "qué idioma hablaban ahí. Cómo era la gente. De qué tamaño eran los pueblos". En los límites entre Guatemala y México los migrantes pueden conseguir un trabajo de paso en alguno de los muchos burdeles fronterizos. Las mujeres ingresan al mundo de la prostitución y si son menores de edad son más deseadas. Es el caso de Selene Artigas, una joven hondureña que baila en La noche de Eros y El Tijuanita, dos de los muchos burdeles donde se da el tráfico de mujeres. El personaje de Selene resulta particularmente importante, pues su nombre de pila queda sustituido por el nombre artístico de Lizbeth, borrándosele de esta manera su identidad.

En La Mara no hay una solidaridad genérica entre las mujeres. El personaje de doña Lita se nos presenta como una mujer que engaña a jovencitas migrantes para meterlas a la prostitución. Doña Lita –como exige que le digan– siempre está cercana a los círculos de poder: un cura corrupto, empresarios de burdeles, narcotraficantes, autoridades migratorias y personas que se mueven en la charlatanería religiosa con el fin de engañar a los migrantes. Los centroamericanos son un negocio redondo para las mafias que controlan negocios turbios con el consentimiento de las autoridades. Conseguir documentos de identidad falsos es el gran negocio de las autoridades mexicanas fronterizas y sus redes de falsificadores: "No hay documento que se les atore, actas de nacimiento, cartillas, bueno, hasta credenciales de elector hacen los muy ingratos."

La frontera sur mexicana es también un espacio donde las enfermedades de transmisión sexual –particularmente el sida– son constantes. En la frontera "se mastica todo lo malo como el maldito sida que anda hasta por el aire […] el sida que es peor que la rabia".

Con su novela, Ramírez Heredia presenta una página negra de los movimientos sociales que aterrizan en la frontera sur mexicana. En épocas recientes se comienza hablar de La Mara Salvatrucha y otras agrupaciones delictivas, sin embargo –y este es uno de los aciertos más grandes de la novela– al hacerlo desde la literatura, se cumple la antiquísima frase de que "la realidad supera a la fantasía".