Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de diciembre de 2006 Num: 615


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El tiempo real
LUIS TOVAR
Un maestro constructor
RICARDO BADA
La Mara de Ramírez Heredia
GERARDO BUSTAMANTE
A la memoria de Rafael Ramírez Heredia
ÓSCAR OLIVA
Versiones de Horacio
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Los chinicuiles, escamoles y lagartijas de Santiago de Anaya
Extranjeros en su Tierra
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA
A manera de réquiem
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

POESÍA
Reseña de Juan Gelman sobre El resplandor de una escritura


Directorio
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NMORALES MUÑOZ

ÁRBOL QUE CRECE TORCIDO

I

Resultado de un interés plural y genuino, Árbol que crece torcido es en primera instancia un triunfo de Lo Menor, de aquello que se opone a la consagración de figura alguna y que nos recuerda, por si lo habíamos olvidado, que El Autor, en tanto que autoridad, está o debería estar muerto; su culto nos obliga a categorizar a los distintos generadores de un hecho vivo, y de allí a la distorsión y al menoscabo hay un trecho peligrosamente corto. Venezolana de nacimiento, la puesta testimonia el cruce dialéctico de las poéticas de un escritor (Rafael Castillo Zapata, poeta para más señas), de un director y coreógrafo (Miguel Issa) y de un ensamble de intérpretes (Delbis Cardona, Rafael Gil, Felix Herrera, Ignacio Marchena) que lejos de compartir la autoría del espectáculo, la difuminan: su discurso se sostiene en el convivio tenso de las partes que lo generan, nunca en el posible predominio de alguna de las mismas. Árbol que crece torcido, entonces, ha sido creado por muchos y por Nadie, y signa con esto su filiación con la minoridad, entendida como la entendieron Deleuze y Guattari: como la apropiación colectiva de cada uno de los componentes de un discurso personal.

Vale acotar acá que estamos en Rosario, Argentina, en medio de un verano que nos golpea atrozmente, y del transcurso de Experimenta 8, encuentro teatral convocado por la compañía local El Rayo Misterioso, cuya sala sede nos impone cocernos en nuestros propios jugos. El calor el calor el calor el calor.

II

Caraqueño, rodeado perpetuamente de bullicio y belleza (natural, espiritual, femenina), Miguel Issa no podía ser saturnino, sino apenas nostálgico, y tal es la impronta que sobrevuela el rescate que, para la conformación de la puesta que se aborda en esta entrega, realizó de entre los escombros de su memoria emotiva. Árbol que crece torcido está determinada por la relación que traza con la ausencia, ora con la de una figura central (el padre), ora con los elementos de un universo añorado que nunca podrá recuperarse (la infancia, la música, las texturas sensoriales del pasado, en específico el medio siglo latinoamericano). Con los recursos del folletín, con la exacerbación propia del bolero, Issa no se compadece ni nos invita a la conmiseración: su relación con esas ausencias parece haber sido resuelta por otras vías distintas a la puesta en vitrina de una terapia. La empatía se produce por la autenticidad y la sencillez, por la manera de asumir sin tapujos sus fuentes y sus referentes. Árbol que crece torcido no podría pensarse sin señalar sus vínculos con el pop panamericano (porque Arturo de Córdova, Libertad Lamarque y Toña la Negra no fueron ni eran pop, pero ahora lo son), sin saberse emanado de una iconografía universal y reconocible. En esa franqueza radica la transparencia de su maquinaria, la fluidez de su construcción, la prolijidad con la que se embonan elementos de distintos lenguajes (teatro, danza, música, pantomima). Rompecabezas sólo en apariencia, Árbol que crece torcido fragmenta un relato sencillo sin complicarlo y nos permite asistir a la corroboración de las posibilidades del resurgimiento de la palabra como eje axial del hecho escénico y como generadora de otras pautas de enunciación, para abordar la actoralidad desde otra perspectiva que no la ilustre ni la represente ni la teatralice en más de un sentido, sino que la haga resonar. En el cuerpo, en el espacio y en el espectador.

III

Como dicen los venezolanos, "a ver": Árbol que crece torcido fue estrenado hace casi diez años, ha ofrecido unas cien representaciones antes de la que nos toca ver en tierras rosarinas y aún irradia olor de frescura. ¿A qué atribuirlo? A la solvencia de los actores sostenida a lo largo de más de sesenta minutos de función con pocas lagunas; a la factura escénica de Issa, cuyo manejo espacial hace pie en la sencillez y la austeridad, y confía en la coreografía gestual para llenar el espacio vacío de sentido. Acaso todo ello, aunado a su efectividad para sostener (no sólo originar) atmósferas, contribuya a configurar un pensamiento: el teatro también puede ser un conservatorio en movimiento, por más paradójico que pudiera parecer.