Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de diciembre de 2006 Num: 615


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El tiempo real
LUIS TOVAR
Un maestro constructor
RICARDO BADA
La Mara de Ramírez Heredia
GERARDO BUSTAMANTE
A la memoria de Rafael Ramírez Heredia
ÓSCAR OLIVA
Versiones de Horacio
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Los chinicuiles, escamoles y lagartijas de Santiago de Anaya
Extranjeros en su Tierra
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA
A manera de réquiem
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

POESÍA
Reseña de Juan Gelman sobre El resplandor de una escritura


Directorio
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VERÓNICA MURGUÍA

AY, SU SANTIDAD

En la divertidísima novela La caída del Museo Británico, de David Lodge, el protagonista, Adam Appleby, un católico devoto, sueña con que algún día la Iglesia elegirá a un Papa inglés. En el sueño, este Papa, al subir al trono de San Pedro, permitirá a los católicos el uso del condón y los preservativos. Y es que el pobre Appleby tiene tres hijos y apenas le alcanza con su exiguo sueldo, casi tan magro como un salario mexicano. Tanto él como su esposa tratan de regular sus relaciones sexuales, pero la carne es débil, y el ritmo, un método incompatible con la gente normal.

Yo también tengo sueños guajiros respecto de la Iglesia y el papado. Sueño con un Papa que no sea misógino, que rompa con el vicio milenario de discriminación femenina y que ampare a las mujeres con, al menos, el mismo vigor con el que protege a sus sacerdotes descarriados.

En mis sueños, el papa Benedicto se dejaría de declaraciones intransigentes como su discurso de Ratisbona, lleno de torpes anacronismos indignos de un teólogo como él –aunque me alegra que haya ido a Turquía a remendar el desgarrón– y redactaría una bula furiosa contra los responsables de los feminicidios en Ciudad Juárez, amenazándolos con la excomunión. He leído que entre los narcotraficantes hay personas muy religiosas y el texto de una excomunión no es cosa de risa. Esta minuciosa maldición, pulida a lo largo de siglos, está hecha para sembrar un terror ultramundano en el amenazado. Comienza invocando a los poderes sagrados –todos los que pueblan el cielo católico– que apoyarán a quien dicta la sentencia en esta suerte de destierro del alma, y sigue maldiciendo al pecador "en donde quiera que esté/ ya sea en la casa/ en el campo/ sea maldito en todas las facultades de su cuerpo./ Sea maldito comiendo y bebiendo".

Continúa enumerando todos los miembros del cuerpo, el pelo, las sienes, las ingles, de la cima de la cabeza a la planta de los pies. La excomunión maldice todo. Si yo, pecadora light, me quedo temblando al leer el texto de una excomunión, ya me imagino a un fiel más fervoroso.

En mi sueño, el Papa ordenaría al cardenal Norberto Rivera que entregara a los sacerdotes pederastas de los que tuviera noticia, e inmediatamente dispusiera que el texto íntegro de la bula –que podría titularse Protección de las mujeres o algo así–, fuese publicado en todos los periódicos de México en una plana completa.

Me temo que estas ensoñaciones nunca se cumplirán. Hace unas semanas el Papa convocó a una reunión de emergencia para que, en colaboración con las más altas autoridades de la Iglesia, se aclarara la situación de cuatro sacerdotes católicos que habían contraído matrimonio. ¡Casados! Es decir, en lugar de mentir y alojar a la "sobrina" en la sacristía, se casaron. Así les fue.

Una de las conclusiones de esta reunión fue que para servir mejor a Dios se precisa la castidad. La mayoría de los católicos mexicanos hemos crecido escuchando estas ideas y no nos asombran, pero si se toma cierta distancia del asunto, queda la idea de que el contacto con las mujeres tiene mucho de impuro. Ni en el islam ni en el judaísmo, verdaderos bastiones patriarcales, se llega tan lejos. Algunos teólogos del siglo xiv llegaron a escribir sobre la superioridad espiritual de ciertos demonios por sus "cuerpos gaseosos", más delicados y menos efectivos para corromper al hombre que el cuerpo material de las mujeres, tan perturbador.

No voy a abundar aquí sobre el origen histórico de esta prohibición. Su justificación no se encontrará en los Evangelios, sino en la larga lucha de la Iglesia por consolidar poderes tanto espirituales como materiales.

En sus últimas entrevistas, la periodista italiana Oriana Fallaci se ufanaba de su amistad con el Papa y de cómo se parecían en todo. Hizo esta alarmante afirmación a Christopher Hitchens en una entrevista para Vanity Fair, y a Margaret Talbot. También la princesa Gloria Thurm un Taxis, una frívola aristócrata alemana, más densa que un colchón, se enorgullece de su cercanía amistosa con Benedicto xvi, de cómo él siempre le concede miles de audiencias. Ah, qué gustos tan panzones.

A lo mejor si mis mejores amigas fueran una princesa con el cerebro frito y una periodista estridente y racista, pensaría que para estar cerca de Dios, mejor solo. Pero de eso no tenemos culpa las otras mujeres que poblamos la tierra.