Usted está aquí: martes 26 de diciembre de 2006 Opinión El tablero de ajedrez tripolar Irán en el contexto de las grandes potencias

Michael T. Klare /I

El tablero de ajedrez tripolar Irán en el contexto de las grandes potencias

Ampliar la imagen Frente a instalaciones de la firma Shell en Teherán, con imágenes del ayatollah Ruhollah Jomeini, estudiantes protestan contra las sanciones a Irán dictadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La pancarta dice: "A la nacionalización de la industria petrolera sigue la nacionalización de la industria nuclear" Foto: Reuters

Por meses, la prensa estadunidense y la elite diseñadora de políticas han descrito la crisis con Irán como una lucha de dos bandos entre Washington y Teherán, mientras las potencias europeas, así como Rusia y China, juegan un papel de respaldo. Es cierto que George W. Bush y el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, son los principales protagonistas en este drama, y cada uno hace aseveraciones inflamantes acerca del otro con el fin de acicatear el apoyo público en sus respectivos países. Pero una lectura informada de la diplomacia internacional que rodea la crisis iraní sugiere que otra lucha igualmente fiera ­y sin duda más importante­ ocurre también: una competencia tripolar entre Estados Unidos, Rusia y China por la dominación de la región del gran Golfo Pérsico /Mar Caspio y sus reservas energéticas elefantiásicas.

En lo tocante a la gran estrategia, los altos funcionarios del gobierno de Bush han intentado desde hace tiempo mantener la dominación estadunidense del "tablero de ajedrez global" (según lo ven ellos) disminuyendo la influencia de los otros únicos jugadores significativos: Rusia y China. La clásica competencia geopolítica comenzó a principios de 2001, cuando la Casa Blanca dio indicios del provocativo rumbo que planeaba seguir: repudió unilateralmente el Tratado de Misiles Antibalísticos estadunidense-ruso y anunció nuevas ventas de armamento de alta tecnología a Taiwán, a la que China sigue considerando una provincia escindida. Tras el 11 de septiembre de 2001, estos signos iniciales de antagonismo bajaron de tono con el fin de asegurar que Rusia y China le brindaran ayuda en la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, en meses recientes, la versión del clásico tablero de ajedrez de la política de las grandes superpotencias comienza de nuevo a dominar el pensamiento estratégico en Washington.

Avanzan los peones estratégicos

Este resurgimiento mostró sus primeros signos el 4 de mayo, cuando el vicepresidente Dick Cheney fue a Lituania, antigua república soviética socialista, a reprender al gobierno ruso en una reunión confabulatoria pro democracia. Acusó a los funcionarios del Kremlin de restringir "injusta e inapropiadamente" los derechos de los ciudadanos rusos y de usar las abundantes existencias de crudo y gas del país como "instrumentos de intimidación [y] chantaje" contra sus vecinos. También condenó a Moscú por intentar "monopolizar el transporte" del abasto de petróleo y gas en Eurasia ­un desafío directo a los intereses estadunidenses en la región del Caspio.

Al día siguiente, Cheney voló a la antigua república soviética socialista de Kazajastán en Asia Central, rica en crudo y gas, donde apremió a los líderes del país a que embarcaran sus grandes cantidades de petróleo a través del oleoducto (financiado por Estados Unidos) a Turquía y el Mediterráneo, en lugar de hacerlo a Europa por medio de los oleoductos controlados por los rusos.

Luego, el 3 de junio, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, la emprendió contra China, diciendo a un público de funcionarios de seguridad asiáticos que "es entendible" que la "falta de transparencia" de Pekín respecto a su gasto militar "cause preocupación entre algunos de sus vecinos". Estos comentarios fueron acompañados por el anuncio público de los planes de aumentar el gasto estadunidense en sistemas de armamento sofisticado, como el F-22A, un avión caza conocido como Air-superiority Fighter, o submarinos nucleares de ataque Virginia-class, que sólo pueden ser útiles en una guerra de superpotencias, donde únicamente hay dos candidatos: Rusia y China.

Al igual que Moscú, Pekín ha despertado la ira de Washington por sus agresivas políticas energéticas, pero en el caso de China son sobre todo sus crecientes intentos de allegarse petróleo y gas para su floreciente economía, pobre en energéticos. En el más reciente informe sobre las capacidades militares chinas ­Military Power of the People's Republic of China­, publicado el 23 de mayo, el Pentágono condena las transferencias de armas y otras ayudas militares que China usa como alicientes para que países como Irán y Sudán le brinden acceso a las reservas de energía situadas en Medio Oriente y Africa. También se condena a China por adquirir naves de combate "que podrían servir como base para una fuerza capaz de proyectar potencia" en las regiones del planeta productoras de petróleo.

No hay nada nuevo en la urgencia del gobierno de Bush por menoscabar a Rusia y "contener" a China. Tales pensamientos se articularon en la famosa guía de planificación de defensa 1994-1999 [Defense Planning Guidance for 1994-1999] redactada por el entonces subsecretario de Defensa, Paul D. Wolfowitz, que se filtró a la prensa a principios de 1992. "Nuestro primer objetivo es evitar la remergencia de un nuevo rival, ya sea en el territorio de la antigua Unión Soviética o en cualquier otra parte, que implique una amenaza del orden que implicaba antes la Unión Soviética", se declaraba en el famoso documento. Esta sigue siendo la principal finalidad de la estrategia estadunidense de hoy, a la cual se le añade otro objetivo clave: asegurar que Estados Unidos ­y nadie más­ controle las existencias energéticas del Golfo Pérsico y de las áreas adyacentes de Asia.

Cuando este precepto se articuló por vez primera en la Doctrina Carter de 1980, se dirigía exclusivamente al Golfo; ahora, con el presidente Bush, se ha extendido también a la cuenca del Mar Caspio, como consecuencia del aumento en los precios del crudo, de los temores de que disminuyan los suministros y debido a los vastos depósitos de crudo y gas natural que se supone existen ahí. Para reafirmar la influencia estadunidense en esta región, alguna vez parte de la Unión Soviética, la Casa Blanca instala bases militares, suministra armas y conduce una guerra secreta de influencias en Moscú y en Pekín.

Movimientos del caballo en el Golfo

Es en este contexto que debe entenderse la actual lucha por controlar Irán. Este ocupa una posición pivote en el tablero de ajedrez tripolar. Geográficamente, es la única nación que colinda con el Golfo Pérsico y con el Mar Caspio, lo que posiciona a Terán para jugar un papel significativo en ambas áreas, que son de interés energético primordial para Estados Unidos, Rusia y China. Irán también colinda con el estratégico estrecho de Hormuz, la angosta vía de agua que va del Golfo al océano Indico, a través de la cual se mueve diario una cuarta parte del crudo mundial. Entonces, si Washington alguna vez levantara su embargo comercial a Irán, su territorio podría usarse como la ruta de tránsito más obvia para enviar crudo y gas natural de los países del Caspio a los mercados globales, especialmente Europa y Japón.

Siendo la más populosa e industrializada nación en la cuenca del Golfo Pérsico, Irán siempre ha jugado un papel significativo en los asuntos regionales, situación que con frecuencia molestó a vecinos como el Irak de Saddam Hussein (que invadió Irán en 1980, lo que inició una sangrienta guerra de ocho años que terminó en un empantanamiento desgastante). En años recientes, Irán ganó también renombre regional por ser el centro de la rama chiíta del Islam. Vejados y despreciados durante mucho tiempo por los sunitas, los chiítas tienen gran ascendiente en el vecino Irak y obtienen visibilidad en Bahrein, Kuwait, Líbano y en las áreas pobladas por chiítas de Arabia Saudita, muy próximas a Kuwait (donde se hallan los cruciales campos petroleros sauditas) conformando lo que se comienza a pensar como la "media luna chiíta".

En la actualidad, las capacidades militares iraníes no son muy impresionantes, en parte por el embargo estadunidense sobre ventas de refacciones a la fuerza aérea iraní (equipadas en gran medida con aeronaves estadunidenses durante el reinado del antiguo sha). Pero Irán ha adquirido submarinos y otras armas modernas procedentes de Rusia y desarrolla su capacidad balística de misiles, probablemente con la ayuda de Corea del Norte y China. Si alguna vez consiguiera allegarse armamento nuclear, se convertiría en una formidable potencia regional, que posiblemente llamaría a cuestionar la proyectada dominación estadunidense del Golfo. Es por esta razón fundamental que Washington está decidido a bloquear su posibilidad de adquirir armas nucleares.

Aunque tanto Rusia como China alegan estar opuestos a que Irán se desarrolle de esta forma, ciertamente no lo consideran con el mismo grado de temor y furia como lo hace el gobierno de Bush ­una consideración que sin duda le añade ímpetu al impulso estadunidense de bloquear los esfuerzos nucleares de Irán.

Sobre todo, por supuesto, Irán posee las segundas reservas de petróleo más grandes del mundo ­se calculan 132 mil millones de barriles (11.1 por ciento de las reservas conocidas del mundo)­, y cuenta también con las segundas reservas de gas natural más grandes del mundo: 971 billones de pies cúbicos (15.3 por ciento de las reservas conocidas). Los iraníes pueden poseer menos crudo que los sauditas y menos gas que los rusos, pero ningún otro país controla tanto de ambos recursos vitales. Muchos estados ­incluidos China, India, Japón y los países de la Unión Europea­ ya dependen de Irán en porciones significativas de su abasto petrolero. China y otros han estado muy ocupados negociando tratos para desarrollar y extraer sus elefantiásicas reservas de gas natural. Irán no sólo se mantiene como importante abastecedor de energía, sino que es uno de los pocos que tiene la capacidad ­con el tipo apropiado de inversión­ de incrementar significativamente su producción en los años venideros, cuando todas las otras fuentes de petróleo y gas se hallen en decadencia.

En 1953, cuando la CIA ayudó a derrocar al primer ministro Mohammed Mossadegh, que nacionalizó la industria petrolera iraní, las firmas estadunidenses de energía asumieron un papel determinante en la industria petrolera de Irán con la bendición del sha. Esto siguió siendo así hasta que el sha fue derrocado por la revolución de Jomeini, en 1979. Es seguro que les encantaría volver a Irán, si les dieran la oportunidad, pero la hostilidad de Washington hacia el régimen islámico de Teherán impide por el momento su reingreso.

Traducción: Ramón Vera Herrera

Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College y autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America's Growing Dependence on Imported Petroleum (Owl Books), su obra más reciente, así como de Resource Wars, The New Landscape of Global Conflict.

 
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