Usted está aquí: martes 26 de diciembre de 2006 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.

Italia, también

Grotesca y paradójica, la Navidad propicia, sin embargo, antes que optimismos y pesimismos, un aplastante realismo que nos obliga a aceptar una verdad sin villancicos: el ser humano apenas avanza tras una dignidad existencial que le dé sentido a su paso por la Tierra, y atascado en dogmas y consignas prefiere plegarse a éstos que respetarse a sí mismo. La supuesta fe sigue sin contribuir a su lucidez.

Ahora un botón de muestra fue en Italia, país cargado de historia, glorias e incongruencias, donde los ciudadanos no sólo tienen que padecer los extravíos y vacilaciones de su clase política, sino también la obstinación de ese vecino incómodo y casi omnipotente denominado Estado Vaticano, donde las obras de arte y los museos van de la mano de la infamia, el engaño y la represión.

Con una lógica rayana con el cinismo, el Tribunal Civil de Roma consideró "improcedente" el recurso que pedía la detención de la respiración artificial que mantenía con vida a Piergiorgio Welby, ciudadano italiano de 60 años aquejado por una enfermedad incurable conocida como atrofia muscular degenerativa, y que meses atrás había iniciado una batalla legal por conseguir su derecho a la eutanasia.

Desde 1997 ­nueve años de mover únicamente los ojos­, Welby era mantenido vivo gracias a un respirador artificial y alimentado por medio de una sonda. Encarnizamiento terapéutico puro, tan útil al Estado torturador que con ardiente celo prohíbe la muerte voluntaria digna a la vez que osa autonombrarse defensor de la libertad y de la dignidad de la persona, siempre y cuando ésta se deje seguir explotando sin chistar.

Pero incluso en territorios papales colindantes hay seres humanos que se afanan por conservar sus neuronas y hacer uso de su libertad sin comulgar con ruedas de molino sacralizadoras, y hete aquí que Mario Riccio, médico anestesista de 47 años, responsable, el pasado 21 de diciembre, de haber desconectado al paciente a instancias de la esposa y la madre de éste, de los aparatos de respiración que lo mantenían vivo, ha sido acusado de "asesinato" por los tribunales civiles y religiosos.

Es el recurso simplón y demagogo de toda sociedad legislativamente atrasada, donde el respeto a la vida es confundido con el control de la vida, independientemente de su calidad y de la libre voluntad del poseedor de ésta. El infierno padecido por un tetrapléjico, no necesariamente místico, ni siquiera lo alcanzan a imaginar los enanos metidos a legisladores, guías espirituales y censores de lo permitido y lo prohibido.

Si un ser humano puede ser alimentado por sonda, mantener sus signos vitales con un respirador y ser aseado a diario, interrumpir esa "vida" es asesinato, sostienen estos socios de Dios y guardianes severos del falso derecho, encantados con la ausencia deliberada de un marco jurídico verdaderamente humano que prohíba de una vez esos atroces pero rentables encarnizamientos terapéuticos. Suicidio vergonzoso el de la sociedad, y ni cuenta se da.

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