Usted está aquí: sábado 30 de diciembre de 2006 Mundo Hussein gobernó con mano dura por 24 años; lanzó dos guerras desastrosas

Institucionalizó la tortura en Irak y la publicitó para frenar oposición a su gobierno

Hussein gobernó con mano dura por 24 años; lanzó dos guerras desastrosas

Mantuvo a raya tensiones árabes-kurdas y chiítas-sunitas, de acuerdo con analistas

REUTERS

Ampliar la imagen Desfile militar ante una estatua del entonces presidente iraquí, el 31 de diciembre de 2000 Foto: Ap

Bagdad, sabado 30 de diciembre. Saddam Hussein, el hombre que poco a poco fue forjando su leyenda y gobernó con mano dura a los iraquíes durante 24 años, fue ejecutado en las primeras horas de este sábado en Bagdad. Ese fue el fin del líder que lanzó dos desastrosas guerras que rediseñaron la política de Medio Oriente y arruinaron a su país.

El ex líder de Irak nació en la pequeña aldea de Al Awja, a orillas del río Tigris, el 28 de abril de 1937, en el seno de una familia de campesinos sin tierras. Analfabeto hasta los 10 años, pasó su infancia con su madre y su padrastro, quien se cree lo maltrataba.

Existen varias versiones sobre su padre. Unas aseguran que murió y otras que abandonó a su familia cuando Saddam tenía pocos meses de nacido.

Su principal apoyo familiar fue su tío materno, Khairalah Tulfah. Con él se trasladó a Bagdad e ingresó en el Partido del Renacimiento Arabe Socialista (Baaz) ­de ideología laica, nacionalista y revolucionaria­ en 1957, época en que las universidades iraquíes vivían un clima de profundo rechazo al colonialismo británico y a la intervención política estadunidense.

Hussein fue parte de ese ambiente, y después de ser rechazado por la Academia Militar de Bagdad, debido a su pobre desempeño académico, decidió participar activamente en las actividades del Baaz.

El 7 de octubre de 1959 formó parte de un comando de 10 activistas del Baaz que atentaron contra la vida del primer ministro, Abdel Karim Kassem, un militar golpista, quien instauró la primera república en Irak tras derrocar y asesinar al rey Faisal II y a toda su familia, un año antes.

El atentado contra Kassem fracasó y Hussein acabó con una pierna herida, una condena a muerte y un exilio forzado, primero en Siria y después en Egipto, donde el entonces presidente, Gamal Abdel Nasser, lo protegió y le facilitó la entrada en la Universidad de El Cairo, donde cursó estudios de derecho. Hussein permaneció en Egipto desde 1959 hasta 1963.

Regresó a Bagdad después que otro golpe militar ­esta vez de un grupo formado por baazistas y nasseristas­ derrocara y ejecutara a Abdel Karim Kassem y formara el Consejo del Mando Revolucionario (CMR).

Siguió una década de luchas fratricidas en el seno del CMR, durante la cual Hussein empezó a crear su leyenda. Para 1964 fue arrestado, tras la depuración de los baazistas. Esto no impidió que siguiera su ascenso dentro de las filas de ese partido, pues dentro de la prisión pasó a ser elegido vicesecretario del mando regional del Baaz.

A principios de 1966 logró escapar de la cárcel, aprovechando el momento en que era trasladado hacia otro penal.

Ascenso imparable

El 17 de julio de 1968, otro golpe de Estado ­en el que las milicias organizadas y enviadas por Hussein tuvieron un papel central­ colocó al Baaz en el poder.

El ascenso de Hussein a partir de ese momento fue imparable. Primero lo nombraron vicepresidente en funciones del nuevo CMR, y en noviembre de 1969 se convirtió en vicepresidente de Irak bajo el gobierno de su primo, el general Ahmed Al Bakr. Por años controló la seguridad y la inteligencia durante ese mandato, donde aprendió a moverse con discreción. No sólo institucionalizó la tortura, sino que la publicitó para asegurarse que ningún iraquí ignorara la suerte que corrían quienes se oponían al gobierno.

Su llegada a la presidencia, el 16 de julio de 1979, fue propiciada por la conveniente renuncia de Ahmed Hassan Bakr ­quien se encontraba delicado de salud­ en favor de Hussein, quien según expertos habría presionado al mandatario. Tras asumir la presidencia, el flamante gobernante exigió al ejército otorgarle el rango de general, pese a que carecía de carrera militar.

Uno de los episodios más conocidos y sangrientos de la era Hussein es cuando, tan sólo seis días tras su toma de posesión, ordenó una purga en las filas del Baaz. Más de 20 personajes históricos del partido fueron pasados por las armas en lo que fue el anticipo de lo que más tarde ocurriría con los miembros del Partido Comunista iraquí, nasseristas, kurdos, chiítas y cualquiera que se opusiera a su liderazgo.

Además, criticar al entonces líder iraquí y su familia era altamente peligroso. La gente en los cafés de Bagdad se ponían nerviosos si accidentalmente derramaban su café sobre el periódico, pues temían ser acusados de manchar deliberadamente la imagen de Hussein, que siempre aparecía en la portada de los diarios.

En la década de los 80, Irán era percibido como una amenaza en Occidente, tras la caída del sha Mohammad Reza Pahlevi y la revolución islámica del ayatollah Jomeini. Entonces Irak se convirtió en "el aliado natural" de Estados Unidos y Occidente para frenar una posible expansión de la revolución islámica iraní.

El 17 de septiembre de 1980 Hussein mandó un ejército de invasión a varios puntos de Irán, lo que desencadenó una guerra que duró ocho años, durante los cuales el mandatario iraquí fortaleció su posición internacional, al obtener el apoyo de todos los países árabes moderados, las monarquías del golfo Pérsico y de Occidente.

Para esto recibió el apoyo de Estados Unidos, la Unión Soviética, países de Europa Occidental y de gobiernos sunitas de Medio Oriente, que entonces no manifestaron objeciones por el uso de gases venenosos en el combate a los soldados iraníes.

La famosa fotografía de Saddam Hussein sonriente, estrechando la mano de un Donald Rumsfeld igualmente risueño, data del 20 de diciembre 1983. Durante la guerra, Estados Unidos y Europa eliminaron a Irak de su lista de países involucrados en terrorismo internacional, el 26 de febrero de 1982.

El conflicto fue costoso y Hussein empezó a mirar a su pequeño aliado, el emirato de Kuwait ­bañado en petróleo­ como tabla de salvamento económico, por lo que decidió invadirlo el 2 de agosto de 1990.

Un error de cálculo ­o una muestra de arrogancia­ marcó el inicio de la Guerra del Golfo o, como la bautizó Hussein: la madre de todas las batallas. En ella, las muy numerosas tropas iraquíes iban muy mal equipadas, lo que provocó numerosas deserciones y que 175 mil iraquíes cayeran prisioneros de guerra.

Una amplia coalición internacional, encabezada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, necesitó sólo tres días para liberar Kuwait. La guerra terminó con la aceptación por el gobierno iraquí de la derrota y de las resoluciones de Naciones Unidas que indicaban su retirada de Kuwait. Aceptó la entrada de los inspectores de armas de la ONU y trató de restaurar sus relaciones con los países árabes.

Eso significó también la entrada en vigor de sanciones económicas por la ONU que destrozaron al país, alguna vez laico, bien educado y bien alimentado.

Tras esa derrota, Hussein siguió gobernando su país, cada vez más golpeado por las sanciones, los inspectores y la oposición kurda, conservando con mano dura, sin embargo, la convivencia entre las tres comunidades: la mayoría chiíta sometida, la minoría sunita (a la que él mismo pertenecía), privilegiada, y los kurdos, luchando por su autonomía. Su gobierno continuó como antes, siempre destruyendo brutalmente cualquier intento de sedición.

En marzo de 2003, Estados Unidos, Gran Bretaña y una supuesta "coalición internacional" resolvió invadir Irak y derrocar a Saddam Hussein, tras argumentar ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que Washington tenía pruebas de que el país árabe contaba con un importante arsenal de destrucción masiva.

Ese fue uno de los principales argumentos de los gobiernos estadunidense y británico para ir a la guerra contra Irak, pero las armas no fueron encontradas después de haber terminado la guerra y encarcelado a Hussein, quien fue capturado en diciembre de 2003 por soldados que lo encontraron oculto en un escondite subterráneo cerca de su ciudad natal, Tikrit.

Después de que meses de búsqueda no dieron con los supuestos arsenales de destrucción masiva, los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña dijeron que hubo "errores" de sus respectivos servicios de inteligencia, pero insistieron en justificar la intervención alegando que el régimen de Hussein "tenía la intención de fabricar" tales armas y que derrocarlo valía la pena como un fin en sí mismo, por el bien del pueblo iraquí y el resto de la humanidad.

El régimen de Saddam mantuvo a raya las tensiones entre árabes y kurdos, así como entre la mayoría de musulmanes chiítas y la entonces dominante minoría sunita, según algunos analistas.

Pero con el vacío en torno a la seguridad luego de la invasión estadunidense en 2003, los insurgentes sunitas y las milicias sectarias han dado muerte a miles a personas.

Saddam, quien llamó a los iraquíes a detener los enfrentamientos entre etnias y a centrarse en la lucha contra los estadunidenses, siempre tuvo presente la importancia de proteger su imagen para consolidar su liderazgo, en un país formado por un mosaico de etnias y comunidades religiosas. Como presidente, apeló en repetidas oportunidades al nacionalismo árabe y al patriotismo islámico e iraquí.

 
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