Usted está aquí: lunes 8 de enero de 2007 Política Nacionalismo: futuro del crudo y el gas

Gonzalo Martínez Corbalá

Nacionalismo: futuro del crudo y el gas

La vieja polémica sobre el nacionalismo en los recursos naturales, principalmente en relación con el petróleo y el gas, ha adquirido recientemente nuevas dimensiones, aunque con características novedosas, sobre todo porque, en términos generales, en algunos países, como Rusia, lo que se discute es más bien el grado de nacionalismo que debe adoptarse en este tema, y no si se aceptaría o no radicalmente.

Trataremos de analizar este caso sin soslayar el hecho de que en otras naciones, como Bolivia y Venezuela, las alternativas propuestas son diferentes ­pudiera decirse, más radicales­ y, desde luego, el caso de México, en el que es bien sabido que la Constitución establece el control total del Estado sobre los recursos petroleros a partir de la expropiación petrolera de 1938, ejecutada por el general Lázaro Cárdenas del Río, en la que se modificó el párrafo sexto del artículo 27 para dejar clara la exclusividad del Estado en la explotación de los hidrocarburos.

Nos interesa mucho el caso de los proyectos que están en marcha en la gigantesca isla rusa de Sakhalin, de unos 76 mil kilómetros cuadrados y de casi 900 de longitud, cuyo extremo sur se encuentra en una posición privilegiada, pues está ubicada a menos de 100 kilómetros de Japón, que es un importador neto de petróleo y gas a escala mundial.

En esa isla se han iniciado, y están muy avanzados, algunos programas para extracción de petróleo y gas que se identifican por sus dimensiones. Uno de los más importantes, precisamente donde se da una alternativa sumamente interesante por su operación, es el Sakhalin II, que es un desarrollo para extraer petróleo y gas fuera de costa, en alta mar. La estrategia incluye un oleoducto y tres plataformas para extraer los hidrocarburos del fondo marino y llevarlos del lejano oriente de Rusia a una nueva instalación de gas natural licuado, que está siendo construida en el exremo sur de la isla, muy cerca de Japón.

La inversión en este proyecto es de aproximadamente 20 mil millones de dólares. Se trata de la mayor inversión extranjera en Rusia y también el proyecto más importante fuera de sus costas, conformado por compañías internacionales (IOC).

En este consorcio intervienen la Royal Dutch Shell, con 55 por ciento de la inversión, y las empresas japonesas Mitsui y Mitsubishi, con 25 y 20 por ciento, respectivamente. Originalmente la federación rusa y la administración regional de Sakhalin habían firmado un acuerdo de participación de la producción (PSA, por sus siglas en inglés) para desarrollar dos campos de ambos combustibles fósiles, que se ubicarían 15 kilómetros afuera de la costa de la isla mayor y se denominarán Pitun-Astok y Lunskkoye.

La primera fase del proyecto está en operación desde 1999 y fue financiada por el Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento.

Como se observa claramente, en esta organización las empresas internacionales tienen o tenían el completo control de la empresa fundada en 1994, pero la compañía anglo-holandesa ha hecho recientemente una oferta al Kremlin que podría resolver satisfactoriamente la problemática que ha venido surgiendo en la relación con el Estado ruso, en este que es quizá el más ambicioso proyecto que ha emprendido desde finales del siglo pasado y hasta la fecha. Shell ha ofrecido el control accionario a Gazprom. La propietaria de la mayoría de acciones y en representación tabién de Mitsui y Mitsubishi, cedería las acciones que fueran necesarias para que la federación rusa, a través de Gazprom, recupere el control de la explotación en Sakhalin.

Desde luego no han faltado las presiones rusas al consorcio para lograr ese objetivo. Esta estrategia se da mediante las agencias que vigilan la conservación de la naturaleza y el medio ambiente. La aproximación al núcleo de la problemática no ha sido de carácter ideológico, sino por este medio y aplicando también disposiciones de orden legal que permitan al gobierno ruso aplicar impuestos.

Al final de cuentas, para las IOC involucradas ha resultado más conveniente ceder una parte importante de su paquete accionario y, con ello, el control del consorcio al Kremlin, en vez de continuar explotando estos importantes desarrollos, que habrían de cambiar las características generales del mercado de energéticos en el lejano Oriente, especialmente en Japón, Corea del Sur y Estados Unidos,

Todas las publicaciones especializadas se están ocupando en estos días del asunto, pues no escapa a la percepción del lector que será de gran importancia la manera en que finalmente se resuelva esta oferta de Shell a Gazprom, no solamente por lo que toca al caso de las relaciones de la federación rusa, sino por el precedente que habrá de sentarse en lo que se refiere a las difíciles negociaciones de las empresas internacionales con las nacionales, como sería el caso de Petróleos Mexicanos en el ámbito nacional.

En Sakhalin V la cuestión se resolvió de origen. Allí participa nada menos que British Petroleum, que entró en sociedad desde un principio con Rosneft, otra empresa estatal rusa. Sin embargo, en este caso la empresa de capital inglés posee 49 por ciento de acciones, por lo que el control del consejo de administración lo mantiene el Estado ruso. Es una opción distinta a la que se plantea en Sakhalin II.

Dicho sea de paso, la empresas internacionales involucradas en estos proyectos en desarrollo tuvieron un control similar en el caso de México, en 1938, pero los tiempos cambian, y actualmente tienen, además de una tecnología de punta en estas materias, mucho capital en efectivo disponible para ser invertido con mayor elasticidad de criterios que entonces y, sobre todo, en un entorno geopolítico muy diferente.

En 1938 México estuvo solo y tuvo que resolver el problema de la integridad de su soberanía nacional de otra manera. Es decir, mediante la expropiación y nacionalización de nuestros recursos petroleros.

 
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