Usted está aquí: sábado 13 de enero de 2007 Economía México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega

Soberanía alimentaria: aspiración aniquilada por neoliberales

El México de hoy, igual al populista de los 80

En 2008, apertura total a maíz, frijol, leche y azúcar

Lejos, muy lejos ­más por los resultados que por el tiempo transcurrido­ quedó aquel Sistema Alimentario Mexicano (SAM) que en 1980 José López Portillo echó a andar ­con la parafernalia acostumbrada en tales ocasiones­ para otorgar "apoyos múltiples" al consumo de "las mayorías empobrecidas de México", "dar solución" a la cadena producción-distribución-consumo nacionales de alimentos, alcanzar la autosuficiencia y fortalecer la soberanía en este renglón.

Cinco lustros, igual número de gobiernos neoliberales y un Tratado de Libre Comercio después, fueron más que suficientes para echar al cesto de la basura tal aspiración, con resultados más que deplorables: del SAM, el estómago de millones de mexicanos pasó a depender del Tío SAM.

El decidido accionar del circuito neoliberal ("renovación moral de la sociedad", la "solidaridad", el "bienestar para la familia", el "cambio" y ahora la "continuidad"), "reestructuró" al campo mexicano hasta convertirlo en una enorme fábrica de pobres, a la par que en una poderosa empresa agroindustrial privada, netamente exportadora de hortalizas y otras menudencias, y con pocos, muy pocos socios, dejando en el cajón de los malos recuerdos no sólo a la nostálgica soberanía alimentaria, sino a "las mayorías empobrecidas de México". De acuerdo con cifras de la Confederación Nacional Campesina, a estas alturas cerca del 50 por ciento de los alimentos consumidos en el país proviene del extranjero, básicamente del vecino del norte.

En los primeros seis años ­1994-2000­, México incrementó en casi 125 por ciento sus importaciones de granos, oleaginosas y otro tipo de alimentos provenientes de Estados Unidos, siempre en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al pasar de mil 800 a 4 mil millones de dólares anuales. En ese periodo, dichas adquisiciones reportaron el siguiente crecimiento: arroz, 135 por ciento; carne bovina procesada, 233 por ciento; carne de pavo y desperdicios comestibles, 3 mil 900 por ciento; soya, 50 por ciento; maíz, 94 por ciento; trigo, 73 por ciento, entre otros.

Con el advenimiento del "cambio", la situación empeoró: alrededor de 60 mil millones de dólares salieron del país (60 centavos por cada dólar captado por exportación petrolera, más del doble que en el sexenio previo) para pagar la importación de alimentos. Algunas cifras detalladas las aporta la propia CNE: 11 mil 500 millones de dólares en cereales; poco más de 10 mil millones en granos (maíz, principalmente); casi 13 mil millones en carnes y despojos animales; alrededor de 4 mil millones en grasas animales y vegetales; cerca de 6 mil millones en leche, lácteos, huevo y derivados; y 4 mil 500 millones en pastas y sazonadores, entre otras. Y con la "continuidad", la tendencia es ascendente.

La "modernidad", la "capacidad exportadora", el "avance firme y sostenido" del país prometido por el Tratado de Libre Comercio aporta un dato espeluznante: en tan sólo seis años, México pasó a ocupar el tercer lugar (sólo después de Canadá y Japón) como importador de granos y oleaginosas de Estados Unidos, superando las proyecciones más entusiastas, incluyendo las del Departamento de Agricultura de aquel país, institución que originalmente estimó que esa situación se presentaría, sí, pero 15 años después de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio.

Sin lugar a dudas, el gobierno mexicano ­en cinco presentaciones­ se esmeró para alcanzar tal privilegio: en los primeros cuatro años de funcionamiento del TLC optó por eliminar, unilateralmente, la protección a la producción, superar las importaciones libres de arancel, proceder en contra de los más de 2 millones de productores mexicanos de maíz, al eliminar los aranceles que protegían su producción y autorizar la importación masiva de dicho grano, aunque de ínfima calidad.

A pesar de ser el principal alimento en el país, independientemente de sus profundas raíces culturales, México es deficitario en la producción de maíz. En 1993 ­año previo al arranque del TLCAN­ se importaron 500 mil toneladas métricas de este grano básico; en 2005, 7.5 millones de toneladas, mil 400 por ciento más en el periodo. De Estados Unidos proviene el 95 por ciento.

Veintiséis años atrás, el Sistema Alimentario Mexicano subrayaba: "son 506 empresas, estadunidenses la mayoría, las que controlan cerca del 85 por ciento del mercado mundial de granos, tendientes a encarecerse en la medida en que la asombrosa productividad de la agricultura de Estados Unidos empieza a encontrar límites en la expansión de su frontera agrícola y en el encarecimiento de sus productos... A través del SAM podemos iniciar el reajuste de muchos de nuestros vicios e insuficiencias, precisamente porque en pocos casos hay algo tan obviamente justificado como hacer justicia al hombre para que coma lo suficiente, para que pueda llevar una vida digna... No podemos evitar que un gobierno, para equilibrar procesos de injusticia, subsidie a quienes más lo necesitan. Es una forma de redistribución del ingreso, es una forma de hacer justicia... Y a ese propósito estarán orientados, hasta donde podamos, los subsidios que legitimen esos procesos de justicia redistributiva...".

Eso decía, pero en riguroso sentido contrario han procedido los gobiernos del circuito neoliberal. Y por si fuera poco, en el primer segundo de 2008 quedarán libres de arancel productos agropecuarios como maíz, frijol, leche en polvo y azúcar.

Las rebanadas del pastel

Lo anterior invita a pensar que, en los hechos, no se registra una diferencia sustantiva entre el México "bárbaro, populista, premoderno y tercermundista" de principios de los años 80 y el México "moderno, refinado, primermundista, neoliberal y orgullosamente globalizado" de la actualidad. Veintiséis años después, el hambre y la miseria aprietan por todo el territorio nacional y la dependencia alimentaria, también. Y por si fuera poco, las 506 trasnacionales agroalimentarias citadas por el SAM siguen tan campantes.

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