Usted está aquí: viernes 19 de enero de 2007 Opinión Israel: catástrofe moral

Editorial

Israel: catástrofe moral

El régimen israelí se debate en la hora presente en una crisis política que ya costó el puesto al jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas, Dan Halutz, y que podría provocar la caída del primer ministro Ehud Olmert. Kadima, la formación gobernante, pasa por el momento más bajo de su popularidad desde que fuera fundada por Ariel Sharon, antecesor de Olmert y quien desde hace un año yace postrado en coma en un hospital israelí. La ultraderecha del Likud exige la cabeza de Olmert y la de su ministro de Defensa, el laborista Amir Peretz, y la oposición progresista ­Meretz­ señala que, tras la decisión "irresponsable" de la agresión militar contra Líbano del verano pasado, ninguno de los dos tiene la estatura moral como para nombrar a un nuevo jefe del ejército.

En efecto, la injustificada guerra que Olmert ordenó contra Líbano, que devastó a ese vecino de Israel y que costó centenares de vidas, fue desastrosa, a la postre, en ambos lados de la frontera: a pesar de la terrible destrucción humana y material causada por sus tropas, Tel Aviv no logró acabar con la guerrilla chiíta Hezbollah ni detener los ataques que ésta realiza con misiles de baja tecnología sobre objetivos en el norte de Galilea. Tampoco consiguió el rescate de dos de sus soldados que habían sido secuestrados por los insurgentes árabes, propósito que fue usado como pretexto para la masiva y criminal incursión militar contra el país vecino.

Otro aspecto de la crisis gubernamental en Tel Aviv es la investigación por posibles actos de corrupción cometidos por Olmert cuando se desempeñaba como ministro de Economía del gabinete de Sharon e intervino en la venta y privatización del Banco Leumí para, al parecer, reforzar las pretensiones de su amigo australiano Frank Lowey de hacerse con el control de la institución financiera; a lo que puede verse, no es sólo en nuestro país donde las privatizaciones de bienes públicos suelen desarrollarse, casi por norma, de manera corrupta.

Por si no le bastara con esos problemas, Olmert enfrenta además filtraciones de los contactos que ha mantenido con el régimen sirio para concretar un arreglo de paz cuyos términos centrales son la devolución a Siria de los Altos del Golán ­ocupados y colonizados de manera ilegítima por Israel desde 1967­ a cambio de que el régimen de Damasco suspenda su apoyo a los palestinos. Una gestión tan pragmática, opaca y poco escrupulosa como la referida no puede sino provocar un rechazo generalizado en todos los bandos involucrados en el añejo conflicto de Medio Oriente.

A fin de cuentas, la crisis política pone en evidencia una crisis moral mucho más profunda en la clase política israelí. Y es que la queja principal contra Olmert no es el enorme daño que sus órdenes causaron en Líbano, sino, de alguna manera, que no se haya causado una destrucción mayor y que no se haya "ganado" esa guerra, pese a que la única "victoria" posible para Israel habría sido el exterminio de los chiítas libaneses.

Otro dato alarmante es que entre las críticas que enfrenta el todavía primer ministro en las esferas políticas de su país, nadie, o casi nadie, menciona el principal crimen de Olmert, que es la continuación e incluso la profundización de las estrategias genocidas que aplicaron sus antecesores contra la población civil palestina. En otros términos, nadie le reprocha a Olmert en Israel lo que constituye el reproche central de la opinión pública mundial contra el régimen de Tel Aviv: la continuación de los asesinatos indiscriminados de familias enteras en la Franja de Gaza, por mencionar sólo la más atroz de las prácticas aplicadas por la potencia ocupante en la Palestina martirizada.

 
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