Usted está aquí: domingo 21 de enero de 2007 Mundo Lula II: certezas e interrogantes

Emir Sader

Lula II: certezas e interrogantes

Ampliar la imagen Los presidentes Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner, durante la reunión cumbre del Mercosur en Río de Janeiro Foto: Ap

Del segundo gobierno de Lula depende el futuro de la izquierda en Brasil por un largo periodo. La victoria electoral de 2002 fue el resultado de un dilatado proceso de luchas y de acumulación de fuerzas, de casi un cuarto de siglo de duración, por parte del movimiento popular. Primero, para terminar con la dictadura; enseguida, para elegir por sufragio directo al presidente de la república; después, para resistir a las políticas neoliberales. Lula resultó elegido al final de ese camino.

Su primer gobierno fue una mezcla de continuidad y de cambio y, como consecuencia directa, de decepciones y esperanzas. En lo que mantuvo, el gobierno de Lula estuvo mal: priorizó la estabilidad monetaria, personificada en la dictadura de Palocci por casi todo el primer mandato, congelando recursos para las políticas sociales. Sostuvo la tasa de interés real más alta del mundo, bloqueando la capacidad de crecimiento y de distribución de la renta del país, a pesar de contar con un contexto internacional muy favorable.

Los mejores aspectos de su gobierno vienen de lo que Lula cambió: la política internacional, la educación, la cultura y la política social cambiaron. Brasil pasó a privilegiar la integración regional en lugar de los tratados de libre comercio, promovió la formación del Grupo de los 20, que permitió la reaparición del sur del mundo en el escenario mundial, así como las alianzas Sur-Sur, con China, India, Sudáfrica, entre otros socios. La política educacional trabó la privatización del gobierno anterior, lo que fortaleció la enseñanza pública, tanto en las universidades públicas como en la escuela primaria y media. Por primera vez Brasil puede disponer de una verdadera política cultural de raíces nacionales y abarcadora que llega a todo el territorio nacional.

En suma, el gobierno estuvo bien en lo que cambió. En lo que conservó, estuvo mal. Las crisis más recientes, como la de la aviación comercial, apuntan en una misma dirección: representan el fracaso del Estado mínimo, sin capacidad de regulación, como fue heredado del aparato estatal de Fernando Henrique Cardoso. Cuando el Estado intervino más vigorosamente ­como en los claros ejemplos de Petrobras, del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social y de la Caja Económica Federal­, el gobierno fue exitoso.

La derecha fue derrotada en las elecciones de 2006. Sobre eso no hay duda. El candidato que defendía el retorno puro y duro a las políticas de Fernando Henrique Cardoso, al neoliberalismo ortodoxo, a las privatizaciones, a la retirada todavía mayor del Estado, al libre comercio, al ALCA y a la represión de los movimientos sociales, recibió el rechazo del pueblo brasileño, a pesar del apoyo prácticamente unánime de los grandes medios. Pero, ¿ganó la izquierda?

Más allá de la discusión nominal sobre si se trata de un gobierno de izquierda o no, la izquierda dio el tono a la campaña del segundo turno. Y fue ese discurso el que llevó a la victoria incuestionable de Lula. Algo de eso tiene que haber quedado en Lula, aunque el retorno a la rutina cotidiana del Planalto provoca miedo de que el gobierno pierda su primer año, periodo especial para imprimir un sello definitivamente democrático y popular al segundo mandato de Lula.

Para que eso suceda, el país no puede seguir siendo desangrado por las ganancias especulativas, predatorias y chupasangre. Si la economía crece a niveles muy bajos y el capital financiero gana mucho, el país, la gran mayoría de la población, pierde. La tasa de interés más alta del mundo remunera al capital improductivo, parasitario, atrae a ese tipo de capitales expoliadores del exterior en lugar de incentivar, aquí adentro y atraer de afuera, inversiones productivas. El capital especulativo no crea riquezas (y apenas transfiere las ganancias, incentivando la concentración de la renta) y no genera empleos. Resumiendo, es el adversario central de un gobierno que se pretende popular y democrático.

Sin embargo, es preciso, además de combatir el poder del dinero saliendo del modelo económico neoliberal, luchar contra los otros dos ejes de poder mundial antidemocrático actualmente vigente: el poder monopólico de las armas y de la palabra. Contra el poder de la hegemonía imperial se lucha profundizando y extendiendo el Mercosur y los otros procesos de integración regional y de alianzas Sur-Sur, contribuyendo para la construcción de un mundo multipolar.

Pero el poder monopólico local y mundial también se sustenta sobre el poder de la palabra. Lula ganó derrotando al poder oligopólico de los medios. Demuestra que la opinión del pueblo, cuando éste es llamado a dar su palabra, se enfrenta con lo que cotidianamente se intenta inculcar a partir de la máquina antidemocrática de fabricar consensos. De la capacidad de dar expresión a ese Brasil pobre, solidario y progresista dependen las transformaciones por las que el país votó mayoritariamente y también de los cambios de los valores y de las creencias dominantes.

Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez

 
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