Usted está aquí: domingo 21 de enero de 2007 Opinión Violencia infinita

Eduardo Subirats

Violencia infinita

En la primera guerra de Irak se emplearon misiles inteligentes con ojivas de uranio empobrecido dotados de un poder de contaminación letal indefinida. Sin embargo, la representación mediática transformó la realidad ge-nocida de estas armas en la ficción de un conflicto entre aparatos, sin más víctimas que las generadas por errores indeseados en la interpretación automatizada de sus objetivos militares. Los medios de co-municación operaron eficazmente como instrumentos de falsificación y ocultamiento de la realidad. Así, esa guerra se convirtió en un paradigma no sólo por la eficacia de sus armas teledirigidas, sino por la perfecta sincronización de la guerra electrónica con los sistemas de su performatización global. El entertainment me-diático asumió el papel de verdaderos aparatos de propaganda militarista. Y Jean Baudrillard escribió el eslogan final: "La guerre n'a pas eu lieu".

Es el último escalafón de la tecnociencia en el que su subordinación a in-tereses financieros y políticos opacos, su departamentalización y fragmentación institucionales, su cinismo administrativo, su cuarentena social y su perfecta irresponsabilidad moral, ya se trate de bombas nucleares o experimentos de crecimiento económico de efectos so-ciales devastadores, ad-quieren un rango lógica y logísticamente ejemplar.

El mismo paradigma entre una ciencia incapaz de asumir reflexivamente el conflicto entre su propio desarrollo y los intereses corporativos o militares que lo financian se pone de manifiesto en los problemas derivados del calentamiento global o la destrucción de sistemas de producción agrícola local bajo los efectos de la implantación de especies genéticamente manipuladas.1

Estas virtuales etapas de la tecnociencia postmoderna designan otras tantas facetas de una conciencia científica escindida entre su poder tecnológico y su significado metafísico, ecológico y humano. Una esquizofrenia institucionalmente normalizada bajo las pantallas de la deconstrucción científica en microsaberes autónomos, paradigmas híbridos y sujetos parciales de un campo de investigación que integra simultáneamente bajo la bandera de una ciencia integralmente irresponsable, y despolitización a los laboratorios universitarios, la administración política, y un complejo sistema industrial que no distingue lo civil de lo militar.

También en este sentido fue Einstein un pionero. En los años que siguieron a la destrucción de Hiroshima y Nagasaki no dejó de distanciarse del proyecto nuclear y de rechazar su culpabilidad en nombre de una distinción entre ciencia pura e ingeniería que su propia carta a Roosvelt desmentía ostensiblemente: "I believed only that it was theoretically possible... I do not work in this field..."2 Con esta separación se anunciaba una nueva edad postantropocéntrica de la ciencia. Y un concepto inhumano de progreso tecnoindustrial.

La tensión intelectual que atraviesan las biografías científicas de Einstein, Rotblatt o Szilard, entre muchos otros, pone de ma-nifiesto el límite ostensible y extremo al que ha llegado este "instinto de destrucción" y la "voluntad hacia la nada". El proyecto científico de la bomba nuclear precipitaba el co-nocimiento a un futuro humana y políticamente peligroso. Y cuando estos científicos trataron de recuperar los valores perdidos de la humanidad (Menschentum) frente a las últimas consecuencias genocidas de la tecnociencia que representaban ya era demasiado tarde. Podían reivindicar en último caso una aleatoria libertad humana como happy end en las retóricas de uso interno de aquellos mismos laboratorios que alimentaban la industria nuclear como instrumento de supremacía global y destrucción ecológica universal. Pero en nombre de esa ciencia ni siquiera podía formularse consistentemente un retorno a la razón práctica de Kant: los siempre precarios vínculos lógicos entre razón científica y praxis moral se habían disuelto irreversiblemente.

Hay un último aspecto de la crisis de la ciencia moderna que también se-ñaló Nietzsche y sigue siendo relevante el día de hoy: los límites de su secularización. Dios ha muerto, las nuevas epistemologías han eliminado los principios dogmáticos que impedían el desarrollo de las humanidades, del arte y la ciencia, y una razón secular ha elevado el sujeto racional a principio soberano y constituyente del orden industrial del planeta. Sin embargo, gobiernan el mismo principio de ne-gación ascética de la vida, y los mismos ideales negativos de la culpa, la renuncia y la obediencia.

1 Vandana Shiva, India Divided. Diversity and Democracy under Attack (New York: A Seven Stories Press, 2005), pp. 82 y ss.

2 Albert Einstein, Ideas and Opinions (New York: Crown Publishers, Inc., 1954), pp. 121, 123.

 
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