Usted está aquí: martes 23 de enero de 2007 Opinión Another world is possible

José Blanco

Another world is possible

Esa precisa y esperanzadora consigna del Foro Social Mundial (FSM), con la que la gente civilizada no puede estar más que de acuerdo, parece enfrentar problemas crecientes, no sólo respecto de los acuerdos y su implementación, sino antes de ello, de comunicación. El portal de OTROMUNDOESPOSIBLE tiene como lema una expresión contudente: "La palabra ­y los hechos­ contra el escándalo de querer enmudecer la realidad". El "escándalo" está presente esta vez respecto a Nairobi, a la que no sólo llegaron menos participantes de los que eran esperados, sino además, el séptimo foro, que dio comienzo el pasado sábado, parece no existir en los medios de comunicación.

Un vistazo al propio portal, en el vínculo "Seguimiento del Foro Social Mundial de Nairobi", que remite a los medios de prensa en los que se difunden los hechos que tienen lugar en Nairobi, muestra que el mundo está al margen de lo que ahí ocurre. Ojalá y en los días siguientes esta penosa situación se modifique y podamos enterarnos de lo que tienen que decirnos.

Por lo pronto, la agenda de asuntos (pobreza, sida, derechos humanos, comercio internacional del mundo de los más desposeídos) muestra un giro respecto a las primeras ediciones del foro. Ya no apuntan tanto hacia la globalización como tal, sino más bien hacia el neoliberalismo que la acompaña.

El asunto de la comunicación y de organización es tan problemático que la agencia IPS publica una nota en la que consigna las numerosas dificultades en la toma de decisiones y en la incomunicación del foro con el mundo, obviamente resultado de una política expresa de los propios medios, según el estudio que llevó a cabo el Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (Ibase), para el sexto foro.

En el pasado reciente ­especialmente en los países desarrollados europeos­ el Estado intervenía en el proceso de producción y de distribución, pero también lo hacía en el crecimiento, la estabilidad de los precios y el empleo. La globalización liquidó el Estado de bienestar y ello tuvo, sin duda, consecuencias nefastas: las crisis que había logrado detener resurgieron con más fuerza. Habermas, a quien seguimos de cerca en lo que sigue, dice: "Esos costos sociales dañaron la capacidad política de integración de una sociedad liberal. Los indicadores revelan de modo inequívoco un aumento de la pobreza, de la inseguridad social, de desigualdad de los salarios; todo esto resume las tendencias de la desintegración social en la que surgen las subclases. Estos indigentes excluidos del resto de la sociedad ya no pueden dominar por sí mismos su propia condición social. Sin embargo, una falta de solidaridad como ésta destruye a la larga toda cultura política liberal, cuyo proyecto universal es imprescindible para las sociedades democráticas". Pero saben también que "el keynesianismo en un solo país ya no es posible". De estas condiciones nació el FSM.

Ahora los neoliberales reconocen que los regímenes nacionales enfrentan una aventura en la que nadie gana nada: las metas económicas se alcanzan a expensas de los fines políticos y sociales que hoy están en una senda explosiva.

¿Cuánto más difícil que la unión política de los estados europeos es el proyecto de un orden económico mundial?, se pregunta Habermas. En todo caso, dice, "cuando este orden no sólo sea el mercado que reglamentan el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, sino el espacio de la formación de una voluntad política mundial que asegure la obligación de las decisiones políticas". Y dibuja su utopía.

Este proyecto debería legitimarse desde los intereses reales de los estados y sus habitantes, y llevarse a cabo por fuerzas políticas independientes. En la interdependencia asimétrica entre los países neoindustriales y los subdesarrollados, en una sociedad global estratificada, aparecen intereses y contradicciones irreconciliables. Pero esta perspectiva seguirá existiendo mientras no logremos institucionalizar un procedimiento de formación de la voluntad política trasnacional, que apremie a los actores ­capaces de una acción global­ a la ampliación de un global governance.

Falta la urgente formación de una solidaridad civil universal que tendría ciertamente una calidad menor a la solidaridad civil estatal dentro de los estados nacionales. "La institucionalización de procedimientos para conciliar intereses, su generalización y la construcción de intereses comunes no tendrá lugar bajo la forma (de ningún modo deseable) de un Estado universal. Deberá contar con la propia independencia, la propia voluntad y la cohesión de los antiguos estados nacionales. Por esta razón los primeros destinatarios de este proyecto no pueden ser los gobiernos, tienen que ser los miembros activos de una sociedad civil que trascienda las fronteras nacionales." La idea lleva a pensar que la globalización de los mercados debe ser reglamentada por instancias políticas (véase J Habermas, Nuestro breve siglo, traducción de J. M. Pérez Gay, Almargen.net).

 
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