Usted está aquí: domingo 11 de febrero de 2007 Opinión Sueños de Lunas

Bárbara Jacobs

Sueños de Lunas

Con los Capítulos de Lunas bajo el brazo, me disponía a emprender cuesta arriba la búsqueda del editor ideal, cuando el cartero llamó a la puerta. Me entregó un paquete vistoso, abultado y sin remitente que despertó mi curiosidad y que me hizo cambiar de planes. Encendí la chimenea, me serví un oporto y, acomodándome en el sillón con una manta sobre las piernas, me senté a desenvolver lo que resultó ser un año de sueños de mi viejo profesor de literatura de la preparatoria.

Encabezaba el atado una breve introducción que, aun cuando no estuviera firmada, delató a Lucrecia, mi compañera de banca, como su enfermizamente apocada autora fantasma.

Según sostiene, mis colaboraciones en las páginas culturales de La Jornada la animaron a seguir mis pasos y, al visitar a su vez a la viuda de nuestro maestro común, obtener componentes con los cuales armar su propia biografía sui géneris de Pablo Lunas.

No ocultaba que un propósito en la empresa era dar sentido a su vida, ya que, a sus 60 años y después de la promesa que había sido como discípula destacada de su biografiado, se consideraba, sin hijos, sin libros escritos y publicados, sin un sólo árbol plantado en ninguna parcela ni siquiera imaginaria, una mujer nula, sin identidad y, en consecuencia, aborrecible y fracasada.

Dudaba tanto del texto que finalmente logró formar con los papeles que obtuvo de la viuda Adela que, al mandármelo a mí, incluso desistió de asumirse por lo menos como la compiladora del material.

Se pregunta sobre la validez, más ética que literaria, de la única aportación que se permitió y que se refiere a haber dado un orden determinado a los sueños. Teme haber trastornado lo que llama una "proeza del maestro". Pero argumenta que, si ya es difícil creer, aun por especialistas, que alguien sueñe todas las noches y que sea capaz de recordar cada sueño y registrarlo, más difícil es esperar que en piezas oníricas sueltas, con indudable valor intrínseco, el conjunto reflejara coherencia o al menos atrajera interés.

En breve, la audacia literaria, que en lugar de alentar acabó de intimidar a Lucrecia, fue armar para el lector el rompecabezas que Lunas dejó de su vida en un año de sueños.

De los 365 que Lucrecia ordenó antes de desentenderse y pasármelos a mí, creo que yo voy a seleccionar únicamente los que representen mejor el diseño interior de Lunas. Con el resultado pretendería proponer una contraparte o enfoque independiente del retrato exterior que pintan los Capítulos.

Un ejemplo de los sueños en que se ve como escritor sería el que tuvo en Pueblo Quieto la noche del 14 al 15 de septiembre de 1966. Dice:

"Rodeado de escritores me encuentro en una fiesta de la editorial Ayayay, perdido entre los demás, impostor de mí mismo, pero tan acostumbrado a camuflarme y pasar por escritor, que ahondo en la personalidad del personaje prestado que me habita en sueños y también me hago pasar por autor interesante, tan pagado de sí que es indiferente a que los demás lo estimen o lo desprecien. Juego, finjo, actúo en lugar de arrinconarme, ya que no mostrarme al desnudo, la inseguridad del hombre tenido en poco por sí mismo, el que no siente que llene ni siquiera el papel de lo que verdaderamente es, un modesto profesor de literatura de preparatoria, del que vive, con el que por lo tanto no necesita soñar.

"Desde una terraza a la que salgo entreveo una construcción sobre las ramas frondosas de un árbol en medio del jardín, una pequeña casa de madera con la puerta abierta. Dejo atrás a los invitados y, sin servirme tampoco de una bicicleta que parece esperarme al pie de unas gradas por las que bajo, recorro un camino en dirección del árbol. Me trepo por el tronco y, encogiéndome, me introduzco en la casa y regreso a mi infancia, atravieso el espejo y me refugio del otro lado, igual que siempre que he necesitado huir dormido o despierto.

"Dormido, había huido la víspera. Adela invitó a cenar al editor de Ayayay, quien llegó acompañado por una periodista argelina de Le Nouvel Observateur, de París, y de un traductor de Knopff, de Nueva York.

"Eramos sólo cinco a la mesa, pero la cena no alcanzó. En mi cortedad no se me ocurrió una salida mejor que la de proponer un premio anual a la editorial que en un año no publicara un solo libro chatarra.

"­No ganaría ninguna ­soltó Adela, y la carcajada en la que a continuación prorrumpió acabó con la cena y a mí me hizo despertar, agitado y bañado en sudor."

 
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