Usted está aquí: lunes 12 de febrero de 2007 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega

Discursos para combatir el desempleo

La economía nacional está "en su mejor momento"

Con el único "consuelo" de que en los primeros dos meses del "cambio" la cancelación de puestos formales de trabajo fue el doble (352 mil) que la registrada (178 mil) en igual lapso de su gobierno, el presidente del "empleo" deberá hacer algo más que pronunciar discursos y actuar con rapidez para revertir la pérdida de plazas laborales que se registra en el arranque de la "continuidad".

En tan sólo 62 días de administración calderonista, poco más de 178 mil mexicanos engrosaron el de por sí nutrido ejército de reserva, tras cancelarse su fuente de empleo. Poco más de 72 por ciento correspondió a plazas permanentes en la economía formal.

La información oficial más fresca sólo confirma la preocupante incapacidad de la economía mexicana para generar empleo formal, no obstante que la economía nacional "está en su mejor momento" y que 2006 fue "el mejor año" de los últimos seis, con un crecimiento estimado en 4.8 por ciento.

Del primero de diciembre de 2000 (arribo del "cambio) a enero de 2007 (segundo mes de la "continuidad") el registro oficial indica una generación de un millón 191 mil 876 empleos formales (eventuales casi 80 por ciento de ellos), ante una demanda real de 7.5 millones de plazas, de tal suerte que en dicho lapso sólo 16 de cada cien mexicanos logró ocuparse (eventualmente la mayoría) en la economía formal. El resto terminó en la informalidad, o de plano emigró.

El problema se agudiza, porque si se amplia el plazo se observa que hasta el año 2000 alrededor de 35 de cada cien mexicanos en edad y condición para laborar logró colarse a la economía formal, mientras que siete años después, en el mejor de los casos, sólo 16, siempre según las cifras oficiales. En el pasado inmediato, el creciente desempleo se "combatió" con discursos y más discursos, y allí están los resultados.

Lo peor del caso es que no hay visos de mejoría, y de la mano del Banco Interamericano de Desarrollo (creando buenos empleos: políticas públicas y mercado de trabajo), va un rápido recorrido sobre este tema: en México es notorio el deterioro de la calidad de los empleos, la muy lenta evolución de la productividad, el incremento de la precariedad laboral y la reducción en el acceso de la población a las protecciones de la seguridad social.

Durante la segunda mitad de los años 90, la apertura comercial y la estabilización macroeconómica incidieron fuertemente en el funcionamiento del mercado de trabajo. La primera afectó al empleo agrícola y manufacturero, lo que se reflejó en una significativa reducción de plazas laborales en esos sectores. La segunda, con la disminución inflacionaria, redujo la flexibilidad del salario real y la creación de empleo.

La desaceleración del crecimiento económico a principios de la presente década agravó las consecuencias de la dinámica descrita, y ello se traduce en una continua y progresiva destrucción de empleos formales urbanos que comenzó en la industria maquiladora, expandiéndose a todo el sector industrial, lo que derivó en una corrosión sin precedentes de las bases del empleo formal en el país. El síntoma más visible de ese deterioro ha sido el aumento en el número de empleos asalariados precarios en la informalidad, caracterizados por deficientes condiciones de trabajo y falta de acceso a insumos complementarios y, por tanto, muy baja productividad. Un problema asociado a esto es una reducción importante en la fracción de la población con acceso a seguro médico y pensiones de la seguridad social.

Un factor que ha afectado decisivamente el funcionamiento del mercado de trabajo en el país es la desaceleración del crecimiento en las últimas dos décadas. México pasó de tasas anuales cercanas a 9 por ciento en los 60 y 70, a tasas de 1.2 y 3.53 por ciento, respectivamente, en los 80 y 90, cayendo nuevamente a 2.2 por ciento en el periodo 2001-2006, de tal suerte que sin una recuperación del crecimiento es poco lo que puede hacerse para mejorar la calidad del empleo.

Asociado con lo anterior, la inversión agregada perdió peso como componente de la demanda agregada a partir de 2000, luego de estancarse a partir de 1998. Ello es resultado de una caída importante de la inversión privada (de 18 por ciento del PIB en 1998-2000 a 14.5 por ciento en 2005) y una expansión muy menor de la inversión pública (de 3 a 4 por ciento, respectivamente, en los periodos citados).

La desaceleración económica desde 2000 resultó en una severa contracción del empleo asalariado formal, especialmente en el sector industrial. Aunque en 2004 el número de puestos formales de trabajo empezó a recuperarse, todavía a finales de 2005 se situaba al mismo nivel que en las postrimerías de 2000, lo que significa que en periodo no se creó empleo formal en términos netos, mientras la fuerza de trabajo continuó en ascenso.

Junto a la caída del empleo agropecuario y el consecuente aumento de la migración rural-urbana, en los primeros tres años de esta década la destrucción neta de empleos formales urbanos se extendió continua y progresivamente. Nunca antes (ni en la crisis de la deuda en 1982, ni el fatídico 1995, cuando el PIB se desplomó 6.2 por ciento) se habían corroído las bases del empleo formal como ocurrió en 2000-2003. Las últimas dos décadas han sido en México un periodo de intensas transformaciones y "reformas", pero muchas de ellas logradas con un alto costo social y político.

Las rebanadas del pastel:

¿Con qué calidad moral reclama el gobierno mexicano la violación de los derechos humanos de la paisanada en Estados Unidos, cuando aquí hace lo propio con los indocumentados centroamericanos, que lo único que hacen, como los emigrantes mexicanos, es buscar la vida más allá de sus fronteras?

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