Usted está aquí: lunes 12 de febrero de 2007 Opinión 57 edición de la Berlinale Clint Eastwood salva la jornada

Leonardo García Tsao

57 edición de la Berlinale Clint Eastwood salva la jornada

Ampliar la imagen Eastwood muestra su Cámara de Berlín, premio entregado al cineasta en honor a sus logros antes de la proyección de la película Foto: Ap

Berlin, Alemania, 11 de febrero. Nuevamente, como ocurrió hace unos años en Cannes, fue Clint Eastwood quien salvó la jornada oficial del día, en este caso con Cartas desde Iwo Jima, que se proyectó fuera de concurso. Como se sabe, es el complemento a La conquista del honor, estrenada hace poco en México, y presenta la célebre batalla de la segunda guerra desde la perspectiva de los defensores japoneses de la isla.

Basada en cartas de combatientes halladas hace poco, la cinta reconstruye la sensación de derrota inminente entre los soldados, pues se saben en desventaja numérica ante el poderoso enemigo y sin ningún apoyo aéreo o marino. El general Kuribayashi (Ken Watanabe) establece una estrategia de túneles y férrea resistencia que sólo retrasará el previsible resultado. En ese sentido, Cartas desde Iwo Jima es un intenso alegato antibélico en el que sus diversos personajes se saben destinados al sacrificio en nombre del imperio.

El principal eje dramático se da entre la actitud de los oficiales que se niegan a retroceder o, mucho menos, rendirse y los soldados que no ven en el suicidio la única salida honorable. A diferencia de la primera parte, Eastwood sigue una narración lineal ­apenas interrumpida por escasos flashbacks­ que van acumulando un sentido de desesperanza ante una matanza inexorable, a manos de quienes normalmente son los héroes de la película de guerra hollywoodense. Quién lo hubiera pensado, pero Harry el sucio ha resultado ser un notable realizador humanista.

Poco se puede decir de las otras cintas vistas en competencia. Goodbye Bafana (Adiós, Bafana) es otra de esas bienpensantes coproducciones europeas con director de prestigio desgastado, el danés Bille August, y que no arriesga nada al hablar de un conflicto superado. La acción abarca varios años del Apartheid sudafricano y es contada desde el punto de vista del celador James Gregory (Joseph Fiennes), encargado de la vigilancia de Nelson Mandela (Dennis Haysbert) en sus casi 30 años en prisión. Por supuesto, Gregory irá transformándose de afrikaaner racista a concienzudo defensor del pensamiento igualitario. Cuánta paz y armonía pueden darse cuando nos entendemos los seres humanos.

La película pertenece al actual ciclo cinematográfico sobre el sufrimiento africano, al que pertenecen Diamantes de sangre y El último rey de Escocia. Así como Forest Whitaker no se parece a Idi Amin Dada, Haysbert tampoco guarda ninguna semejanza física con el verdadero Mandela y más bien parece una nueva encarnación del Tío Tom sin su cabaña. "Total, son negros", han de pensar los directores de casting. Goodbye Bafana es del tipo de producciones liberales pero anodinas que suelen encontrarse en la tele por cable, y se ve totalmente fuera de lugar en un festival de cine.

Tampoco se entiende la elección de la italiana In memoria di me (En memoria de mí mismo), de Saverio Costanzo. La película sigue el tedioso ingreso de un joven con problemas existenciales a un seminario jesuita donde, claro, se topará con cuestiones que pondrán en peligro su fe. Tal vez los programadores pensaron que los espectadores católicos verían en su función matutina dominical un sucedáneo de asistir a misa y, de paso, hacer algo de penitencia. El realizador Marco Bellocchio hizo una de las descripciones definitivas de un internado religioso en En el nombre del padre, y la comparación sólo subraya qué tanto se ha empobrecido el cine italiano desde los años 80.

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