Usted está aquí: miércoles 14 de febrero de 2007 Opinión La tradición mítica: El laberinto de la soledad

Carlos Monsiváis

La tradición mítica: El laberinto de la soledad

Ampliar la imagen Carlos Monsiváis, en ilustración de Ulises, incluida en el libro Imágenes de la tradición viva

El libro Imágenes de la tradición viva, de Carlos Monsiváis, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), en versión de lujo, se presenta mañana a las 18:30 horas en la librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Epoca (Benjamín Hill y Tamaulipas, colonia Condesa). Participarán José María Pérez Gay, Antonio Saborit y el autor. Habrá una lectura a cargo de José Luis Ibáñez, modera Joaquín Diez-Canedo. Con autorización del sello editorial, presentamos a nuestros lectores un fragmento de esa obra

En 1949, en la revista Cuadernos Americanos, Octavio Paz publica El laberinto de la soledad. En 1950, la edición revisada lo da a conocer a un público amplio y en 1959 se presenta la edición definitiva. Casi de inmediato, el ensayo se convierte en un clásico de las indagaciones sobre Lo Mexicano, inauguradas a principios del siglo XX por Julio Guerrero en La génesis del crimen en México (1906), un trabajo más de moral social que de criminología, en donde el uso precursor de las estadísticas impulsa las generalizaciones sobre el comportamiento, y en donde, también, las generalizaciones sobre el comportamiento son el método autorizado para entenderse con las estadísticas. (Una prostituta es pecado, diez mil prostitutas son un mal inevitable). Luego de Julio Guerrero, la ansiedad por detallar la Identidad Nacional, ese ''pasaporte esencial'' que distingue a los nativos, produce en la primera mitad del siglo XX obras de calidad muy distinta, entre ellas la muy exitosa El perfil del hombre y la cultura en México (1934), del filósofo Samuel Ramos, entreveramiento de apuntes sociológicos, notas de historia cultural y esbozos de un ''psicoanálisis del alma de la Patria''. Inspirado en las tesis del psicoanalista Alfred Adler, entonces muy de moda, Ramos afirma su certidumbre: el espíritu de la Nación es la entidad que unifica, y a fin de cuentas hace visible, la suma de comportamientos similares. Si la Mexicanidad trasciende las diferencias específicas entre los nacionales, la Mexicanidad actúa también como si fuera una sola persona. Ramos ve en la Historia el ''archivo clínico'' que explica ''el complejo de inferioridad'' del mexicano. Al trasladar las limitaciones económicas y tecnológicas del país al campo de las divulgaciones semifreudianas, y al ir del diagnóstico social al ''psicoanálisis instantáneo'' de la nación, Ramos obtiene la credulidad de sus lectores y ­un sector más numeroso­ de quienes escuchan a sus lectores. Esa sería la moraleja: ''Si bien lo que dice Ramos no se aplica a mi persona, sí describe a los mexicanos que conozco''.

A esta distancia, las tesis de Ramos interesan por razones de la arqueología cultural que indaga en las explicaciones que privilegian a las fuerzas inamovibles y elementales. Según Ramos, al México moderno lo oprime su cultura, y lo determinante no es el peso opresivo de una larga historia, sino el sello de una sociedad campesina, atada durante tres siglos a un poder colonial atrasado, y manejada por las prerrogativas racistas y el privilegio burocrático. El ancla de un sistema tan rígido es el indio. Su mundo original fue aplastado, y le han secuestrado la dignidad, convirtiéndolo en un esclavo, un peón, un vasallo. En este punto, Ramos recoge las prevenciones conservadoras y liberales sobre los indígenas. Según El perfil del hombre..., el indio, en respuesta a su condición atroz, busca hacerse de un sitio, y es siervo en la hacienda, es labriego en la comunidad pequeña, es mero instrumento en un mundo espiritual de incienso, velas y santos. Así, el indio es incompatible con un mundo ''cuya ley suprema es la ley y el movimiento''. Como por arte de magia, su ''egipcianismo'' penetra el carácter de los mexicanos, incluso de los urbanos.

La influencia de El perfil del hombre..., muy considerable si se piensa en la debilísima industria editorial de entonces, ilumina el placer de los sectores ilustrados (y no tanto) por examinar dentro de sí mismos la eficacia o la ineficacia de los dictámenes de la psicología nacional. Esta, con otras palabras, sería la conclusión: ''Quiero saber cómo soy en cuanto mexicano para normar mi comportamiento''.

Al auge de la ''psicología del mexicano'' contribuyen diversos factores: las circunstancias políticas de 1934 y los años siguientes (la radicalización ideológica de izquierda o derecha que no admite sectores neutrales); la amenaza del nazifascismo que obliga a intensificar la crítica al racismo; el espaldarazo a las conductas erráticas que otorga el mito de la Identidad Nacional (''Si los mexicanos somos así, no te vayas y tómate la otra"), la acelerada difusión internacional de las tesis de Freud (en especial, la existencia del inconsciente, que en el nivel popular se entiende grosso modo como la lujuria que aguarda a que la moral se duerma); ''la búsqueda del Ser Nacional", una manía latinoamericana. Todo esto se da en el terreno de la cultura, porque a las elites les urge el convenio entre lo viejo y lo nuevo con todo y psicologías flexibles. (Durante un largo periodo, lo más eficaz en América Latina es sentirse y/o pensarse moderno y tradicional a la vez). Pero no es fácil conseguir los elementos de la Identidad que convengan a los usuarios. ¿Dónde están las claves interpretativas? ¿En la religión, en la historia, en las costumbres, en la impaciencia de los ignorados por las metrópolis? ¿O en el éxito, el fracaso, las actitudes ante la vida, la sensación de turistas (nunca actores) de la Historia Universal? Por sí sola, lo que se considera tradición no le aporta a la modernidad versiones persuasivas, útiles para la adaptación a y la asimilación de la modernidad. De la gran vivencia de la unidad nacional (''México, un solo cuerpo, un solo espíritu") se conoce en rigor el paisaje desprendido de la cultura popular (aquí entiendo por cultura popular las imágenes del cine, los gustos musicales, el refranero, la selección de costumbres en cada generación, y la visión de la historia aprendida en la educación primaria y secundaria). Y en cuanto a las interpretaciones rigurosas, los sectores ilustrados apenas conocen los escritos de Freud en sus versiones elementales, el ''Freud para eternos principiantes". (Casi nada se divulga del pensamiento marxista y las tesis de Darwin continúan siendo ocasión del chiste fácil: ''El mono desciende de fulano o zutano".) Si las apologías del ''Ser Nacional" se rehabilitan en Europa luego de la xenofobia nazi, las experiencias bélicas agudizan los nacionalismos en Norteamérica, Inglaterra, Francia, Italia y, por el peso del fascismo, en España, y obligan en América Latina, y especialmente en México, a una cacería de la Identidad que casi por decreto es nacionalismo escénico.

 
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