Usted está aquí: jueves 15 de febrero de 2007 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba

Más mercados (con circunloquio)

Ampliar la imagen Varias han sido las obras dedicadas a perpetuar el mito de que los esquimales tienen hasta 50 términos no relacionados entre sí para decir nieve Foto: Reuters

NI MODO, LA Condesa padece una escasez terrible de mercados: el único que medio se salva es, probablemente, el tianguis que se pone los viernes en la esquina de Campeche y Nuevo León (hay que localizar los baratos tacos de chamorro: valen soportar esas multitudes), pero un poco hacia el sur hay una agradable sorpresa. El mercado de San Pedro de los Pinos es, según esto, un imperdible sabatino, donde tienes que ir cuando te pega la eriza de mariscos. Tres locales, principalmente, se arrebatan comensales: La Fuente de la Juventud, La Fuente (así nomás) y Altamar. El mejor es Altamar, que tiene una paella interesante, aunque de consistencia un poco menos líquida que lo ideal, y donde es mejor quedarse con sus buenos cocteles, tostadas de jaiba intachables, quecas de cazón bien sazonadas y filetitos de pescado a precios mucho más que justos (8 pesos). Hay que irse leve con la salsa que ponen en la mesa, la Melinda's Súper Picante XXX, cuyo solo nombre ya suena ominoso. (Demasiadas veces ha aparecido aquí el mercado Medellín; no el hecho de que ahí pervive el casi extinto oficio del agua fresca; tampoco que en Los Canarios, en el mero centro de la plaza, un puesto que llegó acá en el 82, hay unos deliciosos tarritos de frijoles con queso fondant que se sazonan con pico de gallo.)

AUNQUE EL MERCADO de Mixcoac también tiene sus ostionerías (como Puerto Vallarta, un mar y tierra que agrega a sus conchas y mariscos pollo rostizado, mole poblano y tostadas de tinga, o La Esperanza y La Playa), ahí no radica su ápice, su corazón central. Está en la populosa esquina de Río Mixcoac y Revolución, que, si te distraes, se parece a Pekín, en medio de varias zapaterías (una rápida revisión indica: Coppel Canadá, Vital, Fercal, Santillana, Pakar y la genialmente llamada Zlop!, en cualquiera de las cuales se puede conseguir un femenino cacle en la frontera de los 30 pesitos...), frente a un hotel inquietante (El Goya) y un par de cantinas; aquí hay que comer gorditas en un minilocal de nombre ingenioso: Gorditas y Huaraches. Todo lo que se ahorraron en imaginación se lo han puesto al sazón y a la preparación, de una escrupulosidad poco común; por si fuera poco, puedes pedirlas con un espresso (?), sólo para hundirte en el delirio de una esquina de por sí delirante.

COYOACAN, EN CAMBIO, es lo contrario de delirante: es pura fauna previsible. Aunque hay que reconocer: su mercado, sobre las sonoras Malitzin y Xicoténcatl, está entre los mejor surtidos de los "mercados de barrio", en especial con buenas selecciones de hongos, vegetales en su punto y frutas bien maduras (en carnes y pescados no está tan bien). Si el asunto es comer ahí, puedes saltarte la marisquería en la esquina de Abasolo y Malitzin, que es para turistas: todo está carísimo y la atención es, máximo, ruidosa, y pasar directamente a la zona interior de comida, donde está el muy conocido Pepe Coyotes. Es la cocina del abultamiento: alambres enormes, de buen sazón, pero prácticamente interminables; hay que probar el mar y tierra con tocino, camarón y nopales, o las combinaciones de cecina negra o roja con queso, o el coyote lite con pechuga, manzana, lechugas y nopales. (Más sobre esto, la próxima semana.) Pero lo mejor de este mercado son las Tostadas Coyoacán, cuyos guisos están agradablemente dispuestos en el amplio mostrador; todo es antojable: desde la sencilla pata hasta el ponedor atún, desde la tinga clásica hasta el salpicón de ley, pasando por elementos ligerísimamente más excéntricos en cuestiones tostadiles: bistec y cochinita pibil.

HAY MAS, NATURALMENTE, como el de la Guerrero (en Héroes y Eje 1, donde están los mariscos de Joselo), pero este examen veloz puede probar que, inclusive en esta ciudad, hay por ahí algún reducto donde podemos sentarnos a gestionar la medianía.

Posdata y circunloquio

EN 1911 FRANZ Boas escribió un librito, Handbook of american indians, y en ese librito coló la noticia de que las lenguas esquimales tenían cuatro términos no relacionados entre sí para decir nieve: aput (nieve sobre la tierra), qana (nieve que cae), piqsirpoq (nieve en movimiento) y qimuqsuq (movimiento de nieve). Muy moderado. Hacia 1940, Benjamin Whorf fue un poco más lejos: "Nosotros tenemos la misma palabra para (los diferentes tipos de) nieve. Esto sería impensable para un esquimal". Agregaba también que los esquimales tenían ya no cuatro sino siete palabras para decir nieve. Claro que el buen Whorf quería llevar agua al molino de la teoría que indica que la manera en que pensamos y vemos el mundo está influida, en parte, por el léxico de la lengua materna. Hay por ahí una obra de teatro de 1978 que dice que las palabras esquimales para nieve son 50; también un editorial del New York Times, que son 100. Hoy puede ser cualquier número (17 y 37 son grandes favoritos), básicamente, porque de lo que se trata es de perpetuar el mito, y salvar a escritores en las últimas de la imaginación del escollo, por lo general con un comentario prejuicioso. "Si los esquimales tienen 30 palabras para decir nieve, ¿cuántas tendrán los alemanes para decir burocracia?, ¿cuántas los chilangos para decir transa?, ¿cuántas los gringos para decir varo?" De güeva, francamente. Y todo este párrafo para una fe de erratas: hace un par de semanas apareció aquí esta frase: Tony Bourdain "compartió con una familia *intuit un manjar de foca blanca, cachorrita y cruda, bigotes, hígado, riñón, ojos". La familia aquella, esquimal, debía haber sido inuit, con una sola 't'. En español tenemos, creo, dos palabras para decir esquimal; intuit no es una de ellas.

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