Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de febrero de 2007 Num: 624


Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Borges desde los ojos
de María

HAROLD ALVARADO TENORIO
Entrevista con MARÍA KODAMA

Latinoamérica y la conjetura de Unamuno
GABRIEL COCIMANO

Otro sueño
JOAQUÍN MAROF

Pinochet: dictadura
y amnesia

GUSTAVO OGARRIO

Jhumpa Lahiri
ADRIANA SANDOVAL

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Columnas:
Mujeres Insumisas
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ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

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Angélica Abelleyra

Silvia Rizo: aportar sinceridad desde el canto

Nació de la nueva trova cubana, de cantar las de Mercedes Sosa y Silvio Rodríguez para ella solita, porque se llenaba de vergüenza nada más de pensar en pararse frente a alguien para que escuchara su voz. Luego sobrepasó la timidez al formar un grupo amateur que cantaba en francés y, tras aquel aprendizaje en que su padre imaginaba y actuaba la confección de La consagración de la primavera o Carmina Burana, la soprano Silvia Rizo (df, 1967) se percató de que la música era el medio que le generaba más placer, y su voz, el instrumento que quería usar no sólo para conmover sino para conmoverse.

Todo fue resultado de su rebeldía. Estudiaba en el cch Naucalpan y empezó interpretando en grupo canciones galas. El gozo de cantar era completo, aunque se imaginaba más como integrante de una peña. Cuando le contó a sus padres sobre sus aspiraciones vocales, pusieron el grito en el cielo porque no creían que alguien de una familia sin antecedentes artísticos pudiera destacar en el difícil arte de la música. Sin conocimientos previos, fue entonces al Conservatorio y dos maestros le marcaron el sendero: Irma González y Enrique Jaso, con quienes fue educando su voz mientras cubría para sus padres el requerimiento de estudiar una verdadera carrera universitaria. Combinaba su tiempo entre la unam, para formarse en periodismo, y el Conservatorio Nacional de Música, para andar el largo y exigente camino del canto en el que lleva ya quince años.

Y aunque acepta que jamás sintió por el periodismo la pasión que le genera la música, sabe que le ha dado herramientas indispensables, como el análisis de texto que aplica al estudiar una partitura y la constitución del personaje al que dará vida en un montaje operístico.

Hace veintidós años debutó en el Palacio de Bellas Artes como Micaela, en la Carmen, de Bizet. Es uno de los papeles que más cerca tiene, dado aquel inicio privilegiado en el recinto de mármol: "Es similar a cuando una dice, ‘ese fue mi primer hombre, alguien a quien nunca se olvida.’" Sin embargo, es como la Madama Butterfly, de Puccini, que Silvia Rizo ha generado ovaciones al por mayor desde hace ocho años que interpreta ese papel "complicado y absorbente histriónica y vocalmente". Lo ha hecho como invitada de muchas compañías nacionales e internacionales, al interior del país y en el extranjero.

Entre foros en Guanajuato y Tamaulipas, Sevilla y el df, le gusta lo mismo cantar música popular oaxaqueña que villancicos antiguos y arias de Mozart, que piezas de Donizetti. Hace unos días, en el Museo Nacional de Arte, hizo un homenaje a Ricardo Castro (1864-1907), el músico duranguense escasamente conocido entre el público no especializado que fue autor del vals "Capricho" y las óperas Atzimba y La leyenda de Rubel, entre otras. Además tiene en su haber los discos Los caminos del Barroco, con el Coro de Versalles; Música y magia, con la Orquesta de Oaxaca; una recopilación de dúos y arias de ópera que editó la Sociedad Internacional de Valores Artísticos Mexicanos (junto con Fernando de la Mora, Olivia Gorra y Alfredo Portilla); el estreno mundial de la ópera Anita (pieza que no pudo estrenar Ángela Peralta) y el álbum doble El sentido del tiempo (editado por la Universidad Autónoma Metropolitana) con las grabaciones en vivo de Rizo entre 1993 y 2006: el más claro ejemplo de una cantante en evolución, espejo nítido, retrato de cuerpo entero sin la asepsia perfeccionista que otorga la grabación en estudio.

Espera que su voz sea longeva pero, de no ser así, le gustaría involucrarse en la dirección o la producción escénica. Tiene vena para la organización y un gusto especial para asistir a los cantantes. Porque –tal como lo vive– sabe que el cantante de ópera está solo no nada más en el escenario, a la hora de crear prodigios; también lo está por no tener resguardo de seguro médico o jubilación y enfrentar un medio tan competitivo como riguroso. "Hacerse un lugar en el mundo de la ópera y ser respetada es producto de una labor constante, de disciplina y técnica sólidas", dice esta mujer luminosa, lejos de patrocinios y mecenas, que advierte entre sus pilares no nada más a sus maestros iniciales, González y Jaso, sino a Victoria de los Ángeles y el couch vocal James Demster, y que busca expresar con su voz una gama inacabada de azules, rojos y verdes, cual pintora cuya paleta de colores es infinita, pero siempre bajo la premisa de aportar sinceridad y compromiso a la hora de pararse en el escenario.

Y eso, en tiempos de pasiones deprimidas, se agradece.