Usted está aquí: martes 20 de febrero de 2007 Opinión El quesillo oaxaqueño

Luis Hernández Navarro

El quesillo oaxaqueño

La política oaxaqueña puede ser tan enredada como su célebre queso. Es difícil encontrar en otras regiones del país la complejidad con que se sobreponen allí los poderes fácticos y las instituciones políticas. La enorme lista de mañas para negociar y gobernar de la autoritaria clase política local ha alcanzado una mezcla de sofisticación y crudeza sorprendente. La forma en la que, en el acto de gobernar la entidad, los funcionarios en turno utilizan la concesión, la corrupción y la represión es de una complejidad notable.

Las luchas sociales han debido desplegarse a partir de esta complejidad. La resistencia indígena encontró la forma de conservar lo propio resimbolizando lo ajeno. Al hacerlo generó una cultura política donde nada es como parece ser y marcó a fuego las formas de hacer política en la entidad. Los políticos profesionales han debido adaptarse a ese continuo forcejeo.

Guillermo Bonfil proporcionó una clave fundamental para entender esta dinámica. En México profundo escribió: "Vencidos por la fuerza, los pueblos indios, sin embargo, han resistido: permanecen como unidades sociales diferenciadas, con una identidad propia que se sustenta en una cultura particular de la que participan, exclusivamente, los miembros de cada grupo. Casi cinco siglos de dominación, de agresión brutal o sutil contra la cultura de los pueblos indios, no han logrado impedir la sobrevivencia histórica fundamental del México profundo. Los caminos de la resistencia forman una intrincada red de estrategias que ocupan un amplio espacio en la cultura y en la vida cotidiana de los pueblos indios".

La resistencia, entendida como la lucha de los sectores subalternos para no ser absorbidos por sus dominadores, ha sabido encontrar en estos enredos trincheras para su desarrollo. Las modalidades de la resistencia indígena han permeado al conjunto de la sociedad oaxaqueña. Expresión de ello son los centenares de organizaciones de base que existen en el estado. En pocos lugares de México es posible encontrar un tejido asociativo tan denso y estructurado como el que existe ahí.

Esa resistencia tuvo que gestar nuevas formas para recrearse en el contexto de una urbanización caótica y salvaje, como la que han vivido la ciudad de Oaxaca y sus poblados conurbados. Una urbanización que devora las tierras comunes, seca los pozos, contamina los mantos acuíferos, llena de basura los campos, al tiempo que provee de empleos precarios, vivienda cara y servicios deficientes a los expulsados de las comunidades. Para subsistir, los nuevos indios urbanos trasladaron a la polis su comunalidad, su voluntad de ser colectivo. Es por ello que la revuelta oaxaqueña tiene en los barrios pobres de la capital del estado, en sus mujeres y jóvenes, un actor central. La Comuna oaxaqueña se alimentó e inspiró de la comunalidad indígena.

Esta resistencia ancestral, adaptada a las nuevas condiciones urbanas, es lo que explica, en mucho, que el movimiento popular para exigir la caída de Ulises Ruiz no cese, a pesar de la salvaje represión que ha vivido. Ni la presencia masiva de la Policía Federal Preventiva (PFP), ni los convoyes de la muerte, ni las ejecuciones extrajudiciales, ni las detenciones arbitrarias de dirigentes sociales y ciudadanos de a pie, ni la tortura, ni el soborno a algunos líderes, ni las campañas de satanización han logrado frenar la protesta.

Ciertamente, hay miedo. Un miedo que se había extraviado durante el arranque del movimiento, que regresó de la mano de los toletes y la represión salvaje, pero que no ha paralizado la protesta. Porque el temor se ha transformado en indignación y la angustia en acción.

Resulta, además, que una parte de la dirección del movimiento ha debido pasar a la clandestinidad. Para algunos de sus integrantes no hay en ello novedad alguna. Aprendieron a vivir a "salto de mata" por la intolerancia y el autoritarismo con el que los gobiernos locales han enfrentado durante décadas las protestas sociales. A pesar de ello, resguardarse de esa manera aleja inevitablemente a los representantes de las comunidades a las que representan. Pero, como la protesta viene realmente de abajo, como su existencia no depende de lo que los dirigentes hagan, su empuje se mantiene.

Es así como, pese a todo, las tomas de edificios gubernamentales continúan; Ulises Ruiz tiene grandes impedimentos para participar en actos públicos, miles de personas siguen tomando las calles de la ciudad de Oaxaca para protestar contra el desgobernador, los ayuntamientos populares continúan funcionando y cientos de voces se alzan para denunciar los atropellos y los agravios que sufren.

De la misma manera, a pesar de sus diferencias internas, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) acordó que en los próximos comicios locales promoverá el voto de castigo contra Ulises Ruiz y sus aliados, pero no presentará candidatos propios a puestos de elección popular ni avalará que sus consejeros sean postulados por partido político alguno. Respetará, sí, la decisión de quienes deseen participar en el proceso electoral.

Lejos de amainar, la tormenta política en la entidad arreciará en las próximas semanas. La intervención de Elba Esther Gordillo en la vida sindical del magisterio para crear una nueva sección recrudecerá la protesta. El incumplimiento de los compromisos contraídos por el gobierno federal con los maestros hará renacer la ira. Los próximos comicios para renovar el Congreso local y los municipios que funcionan por el sistema de partidos y para diputados (5 de agosto y 7 de octubre, respectivamente) avivarán la hoguera de los conflictos por la representación política. Ya el PRI se ha dedicado a entregar despensas y cañonazos de mil pesos para comprar votos. ¿Calma en Oaxaca? ¡Qué va! En lugar de desenredarse, el quesillo oaxaqueño se trenzará aún más durante los próximos meses.

 
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