Usted está aquí: jueves 22 de febrero de 2007 Opinión La deuda pública

Orlando Delgado Selley

La deuda pública

El gobierno foxista difundió como uno de sus logros importantes la reducción de la deuda pública externa. Ello ocurrió gracias a una favorable coyuntura externa, en la que los ingresos de divisas crecieron por encima de lo esperado. El fenómeno no fue privativo de México. En América Latina hubo una importante disminución de la deuda pública externa, lo que fue posible por el comportamiento específico del comercio exterior, que permitió la presencia de un cierto superávit. De modo que ha sido un fenómeno presente en toda la región. Sin embargo, la manera particular en que se logró esa reducción ha diferido significativamente.

En nuestro caso la mecánica fue la siguiente: del portafolio general de la deuda pública externa se eligieron los créditos cuyo perfil fuera de menor plazo y en el que los intereses comprometidos resultasen los más elevados. Usando las abundantes reservas internacionales depositadas en el Banco de México, se avisó a los acreedores de la decisión de prepagar. El resultado fue que el endeudamiento público externo se redujo. Su significación como porcentaje del PIB llegó en 2006 a 4.4, cuando apenas seis años antes había sido de 8.4. Parecía que, en consecuencia, la deuda pública total se iba a reducir, lo que liberaría importantes recursos presupuestales que podrían tener un uso alternativo.

Sin embargo, esto no sólo no ocurrió, sino que en el sexenio foxista la deuda pública aumentó. Este extraño resultado no se dio en otros países de América Latina, en los que igualmente se consiguió prepagar deuda externa, particularmente la contratada con el FMI. En Argentina y Brasil los prepagos fueron de 116 mil millones de dólares. En esos países hubo una disminución absoluta de la deuda pública, derivada de que se pagaron importantes saldos de su endeudamiento externo, lo que no se acompañó de más deuda interna. La explicación está dada por la concepción económica con la que se conduce la política económica, es decir, por la manera como se entiende el funcionamiento de los mecanismos que generan inflación.

Los tecnócratas mexicanos han sostenido que para que la reducción de la deuda externa pueda liberar recursos es indispensable que se genere superávit en las finanzas públicas. Como éste no ha sido el caso, se ha esterilizado esa reducción contratando nueva deuda interna en consonancia con la disminución. Lo que se consigue, en consecuencia, es solamente modificar la moneda en la que se denomina la deuda: menos externa y más interna. Sin embargo, esto que podría parecer ilógico pero inocuo, no lo es, ya que resulta que el costo de esos endeudamientos difiere. Se trata, ni más ni menos, de un asunto de costos.

El cambio de moneda de dólares a pesos encarece la deuda si los intereses a los que se contrata en pesos son mayores a los que estaba contratada en dólares o en cualquier otra divisa, aceptando que no hubiera movimientos cambiarios, que es el caso actual. Eso es justamente lo que ha ocurrido. Implica que el monto de recursos presupuestales dedicados a servir la deuda, es decir, a pagar intereses, comisiones y capital, aumente. Consecuentemente, ocurre exactamente lo contrario a lo que se espera con cualquier pago adelantado de deuda: en lugar de liberar recursos, exige más. Ello hace al cambio de deuda externa por interna una mala decisión.

El asunto tiene, además, otra arista. Cuando los intereses y comisiones pagados derivan de endeudamiento externo, los ingresos son para los organismos financieros internacionales o bien para los banqueros internacionales. Cuando es deuda interna los tenedores son los diferentes intermediarios financieros asentados en México: bancos, casas de bolsa, aseguradoras, afianzadoras, arrendadoras. Los que ganan son los dueños de esas empresas, de las que sus filiales mexicanas resultan las más rentables del mundo y, por ello, están satisfechas con la manera como los gobiernos ortodoxos les benefician.

Es explicable que, en consecuencia, los banqueros hayan apoyado implícita y, en ciertos casos, explícitamente al candidato que garantizaba que sus ingresos no disminuyesen durante los seis años de una nueva administración. Es un asunto de elemental interés financiero. No importa si el asunto perjudica a la nación. Les beneficia a ellos y eso lo agradecen. Así que el aumento de la deuda pública tiene razones técnicas, pero también políticas. Esas importan probablemente más. Por eso la deuda neta del sector público aumentó de 2.32 billones a 3.36 billones de pesos, aunque la externa haya disminuido.

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