Usted está aquí: jueves 22 de febrero de 2007 Opinión Jazz

Jazz

Antonio Malacara

Mi corazón

El solo de catéter del doctor Cabrera

EN LA SEGUNDA quincena de enero, pocos días antes de internarme en el Hospital de Especialidades de La Raza, hablé con cuatro amigos para encargarles algunos proyectos que se venían cocinando desde el año pasado. Amada Alvarez, la cardióloga que me había estado atendiendo, dejaba muy en claro que en el cateterismo cardiaco que me iban a practicar existía riesgo de muerte, y pues había que poner las cosas más o menos en orden.

EN CASO DE no salir vivo del quirófano, Germán Palomares Oviedo aceptaba hacerse cargo de los detalles finales en la edición del libro sobre Juan José Calatayud y de su ulterior presentación ante banda y medios. Xavier Quirarte coordinaría mesas, conceptos y contenidos en el coloquio Viaje al Fondo del Jazz, a celebrarse los tres últimos viernes de abril en el Museo de Culturas Populares.

ERIK MONTENEGRO, ENTRE el asombro y la incredulidad, se comprometía a trabajar con Enrique Quintero-Mármol para echar a andar un nuevo programa de jazz en Canal Once, bajo el tentativo nombre de El Perseguidor. Miguel Lara produciría y dirigiría artísticamente un añejo proyecto que hemos venido trabajando con la maestra Ana Lucía García, el disco Cancionero popular en la historia de México. Finalmente platicamos con La Jornada para avisarle y agradecerle los espacios y las paciencias. Por supuesto que los cinco dijeron que todo iba a salir bien, que no me alucinara y todos los apapachantes etcéreras del caso.

EL DOMINGO 28 me asignaron una cama en el cuarto piso del hospital de especialidades, pues aunque cardiología está en el octavo, ahí no había lugar ni para las escobas (parece que medio país tiene problemas con el corazón). El médico de guardia pasó a verme y me dijo que al día siguiente iba a entrar al quirófano, ya que yo había llegado con todos los estudios y análisis necesarios, y no había duda: necesitaba el cateterismo.

YO NO SENTIA nada, ningún dolor, ninguna molestia; estaba casi seguro de que el diagnóstico del gamagrama (en medicina nuclear) estaba equivocado, que en mi corazón no había ni isquemias ni problemas, que los dolores de pecho que había tenido en 2004 y en noviembre pasado eran de origen gástrico o por estrés, porque, además, los electrocardiogramas que me habían sacado salían invariablemente negativos. Cuando el cardiólogo de guardia me dijo que el margen de error en esos diagnósticos era algo regular, me dieron ganas de regresarme a la casa. Pero a'i me quedé. Total, una desasolvada no me iba a caer mal después de medio siglo de andar trotando y fumando y engrasando las arterias.

A LAS OCHO de la mañana del lunes, la enfermera en jefe me dijo que ya venían por mí, que iba a bajar a hemodinamia, que me pusiera la bata, que no estuviera nervioso, que etcétera y etcétera. Once horas después (sic) llegaron por mí, y más hambriento que nervioso me dejé conducir hasta el sótano del hospital. Ahí me recibieron muy amablemente los enfermeros del segundo turno, Rocío y yo firmamos de conformidad un papel donde se nos informaba de los peligros de la intervención y órale, al rato nos vemos, todo va a estar bien.

CUANDO ME ESTABAN preparando para meter el catéter por la arteria femoral, se fue la luz por primera vez. Me dijeron que no me pusiera nervioso, que la planta de emergencia se activaría de inmediato. Y así fue. Pero sucedió que ya con el catéter y los fármacos en medio del corazón, la electricidad se fue otras tres veces y el doctor Cocoletzin me avisó que esto se tenía que suspender, por mi propia seguridad.

ME DIJERON QUE no podía moverme, porque tenía el introductor clavado en la arteria femoral, que podía desangrarme, que al día siguiente iba a ser yo el primero en bajar al quirófano, que sólo podía mover los brazos y girar la cabeza hacia los lados. Cené muy por debajo de mi hambre y no dormí un solo instante, ante el temor de doblar la pierna y valer queso.

AL DIA SIGUIENTE, a la ocho y media, el doctor Carlos Cabrera me recibía sonriente en el quirófano. "Usted no tiene nada; en 15 minutos va a estar afuera", me decía y me hacía sonreír, al tiempo que me daba permiso de voltearme de lado para descansar la espalda. Diez minutos después de empezar el cateterismo, se asomó por detrás de la cámara y me dijo: "Parece que sí hay algo, déjeme ver bien de qué se trata". En cinco minutos (creo) se volvió a asomar: "Encomiéndese a Dios". Me imagino la cara que puse, porque de inmediato añadió: "Dios existe, encomiéndese a él". Yo alcancé a decir que de hecho quería persignarme antes de que empezaran con la anestesia local, pero que la línea del suero me lo había impedido.

EL DOCTOR CABRERA ordenó que me desconectaran un instante: "Persígnese usted". Empezó entonces un proceso tremendamente largo y doloroso. Supe después que se trató de una angioplatía coronaria; que la arteria descendente anterior (la arteria principal del corazón) estaba obstruida en 99 por ciento; que se dificultó tanto, que el doctor Cabrera estuvo a punto de darse por vencido; que el doc-tor Andrés García, jefe del servicio de hemodinamia, llegó para ayudar a Cabrera en la intervención. Yo me limitaba a cerrar eventualmente los ojos y a hacer oración desde uno de los rincones más oscuros del dolor y el miedo.

NO PENSÉ EN nada más. No recordé que Alice Coltrane y Michael Brecker, dos de los músicos más importantes en la historia del jazz, acababan de morir apenas unos días antes (12 y 13 de enero, respectivamente), que probablemente andarían del lado izquierdo según se va al cielo, en un jam de piano y sax... pero, como Alice, era también arpista, entonces estaría jugando con el arpa encima de una nube, a manera de postal renacentista, haciendo gala del celestial sentido que siempre tuvo de la música.

PERO NO. LA única obra maestra a la que asistí ese día, según testimonio de varios cardiólogos que fueron a verme horas después, fue a la del doctor Cabrera, que me destapó las arterias en un impresionante solo de catéter de casi dos horas. Gracias. Salud.

 
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