Usted está aquí: sábado 24 de febrero de 2007 Cultura Marina o el tedio

Juan Arturo Brennan

Marina o el tedio

Dadas las precarias condiciones actuales de la nación, y del continuo e inmisericorde castigo a los presupuestos dedicados a la cultura, es evidente que la participación de la iniciativa privada en los asuntos de la producción y la difusión de hechos artísticos es más que deseable.

Prueba reciente de ello, y bienvenida sea, la participación de Pro Opera, A C, y de la Fundación Alfredo Harp Helú en el más reciente montaje operístico en el Teatro de Bellas Artes. Lástima que la obra elegida haya sido la mediocre zarzuela-plus titulada Marina, del compositor español Emilio Arrieta.

Esta desafortunada obra de teatro musical, que carece de teatro y carece de música, gira alrededor del más convencional y anodino de los triángulos amorosos, cuyo desenlace al estilo del final feliz de un cuento de hadas es catalizado por el pedestre recurso de una carta escrita por un Alberto que en realidad es otro Alberto. Un videoclip de 15 minutos habría sido más que suficiente para contar esta ramplona historia, pero Arrieta se tomó más de dos horas para hacerlo, y el resultado es una de las óperas más tediosas de que se tenga noticia.

Tal es la debilidad estructural de Marina que mucho se comentó el hecho de que su segundo acto (añadido como parche por Arrieta para transformarla de zarzuela en ópera) bien podría omitirse y no pasaría nada. Yo voy más allá: sostengo que los tres actos de Marina podrían omitirse por completo, y no pasaría nada.

El libreto de Francisco Camprodón es zafio, primitivo, tieso, reiterativo y, sobre todo, carente del menor indicio de pasión o compromiso, lo que da como resultado que los resortes dramáticos que debieran impulsar la narración han muerto antes de nacer.

En Marina, ningún personaje se arrebata, se enfurece, se acongoja, se regocija o guarda luto. Esta ausencia total de tensión dramática está fielmente reflejada en una música rutinaria, cuadrada, de compromiso, en la cual es imposible hallar un solo momento de progresión dinámica o de contraste armónico.

Bastante hizo José Luis Castillo, director concertador, en recuperar y mantener las riendas de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que en la función del domingo 18 pifió cinco de los primeros 10 compases de la obertura de Marina.

Con semejante material musical, al reparto vocal no le fue mucho mejor. La soprano Irasema Terrazas, encargada del papel titular, es una cantante y una actriz muy superior a la desangelada y sufridora Marina que le tocó cantar.

Sin dirección escénica alguna, y con un papel mal escrito, Terrazas estuvo casi siempre arrinconada en una indefinida y estratosférica tesitura que impidió en esta ocasión calibrar sus alcances, que ciertamente son mayores que los de la diluida heroína de Camprodón y Arrieta.

A Irasema Terrazas le urge un papel protagónico de mejor factura musical y de mayor empaque dramático para demostrar su verdadera capacidad. Su pareja protagónica, el tenor Salvador Carbó, se mostró como un cantante de voz delgada, apretada, y de poca proyección, que sólo en momentos esporádicos del tercer acto logró salir de esa estrechez.

El barítono Carlos Bergasa tuvo a su cargo los que fueron sin duda los mejores momentos de la noche, cantando y actuando con convicción lo único medianamente rescatable del libreto: las socarronas reflexiones del contramaestre Roque, quien se pitorrea de los débiles amoríos de Marina y Jorge como si fuera un crítico desde la platea y no un protagonista más de la ficción operística.

Al bajo Charles Oppenheim, de incipiente pero tenaz carrera, hay que agradecerle su evidente rigor en la preparación de su material y, de manera importante, su loable intención (evidenciada ya en anteriores actuaciones) de cantar de manera que los oyentes entendamos lo que está diciendo, cualquiera que sea el idioma de la obra en cuestión.

La dimensión exacta de esta olvidable operita ha sido calificada con su habitual rigor por Octavio Sosa, experto intachable en estos temas, quien en su perfil de Emilio Arrieta publicado en el programa de mano apunta que Marina fue ''estrenada como zarzuela en dos actos el 21 de septiembre de 1855, con insignificante acogida".

El caso es que Marina es una desabrida zarzuela que no tiene un solo compás de música medianamente recordable, y que no tiene un solo momento dramático interesante. Sin música y sin teatro, ¿dónde quedó, pues, la ópera? Sueño guajiro, el imaginar que los recursos privados dilapidados en Marina hubieran sido mejor empleados, por ejemplo, en hacer en Bellas Artes un estreno decoroso del Orfeo de Monteverdi.

 
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