Número 128 | Jueves 1 de marzo de 2007
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Mujeres que aman a otras mujeres

Así me pasó a mí

Las relaciones sentimentales son tan comunes como trascendentes para quien las vive. Suelen desarrollarse siguiendo un patrón más o menos similar: la “normalidad”. En este texto, la autora explora lo que queda fuera de los márgenes, los terrenos del enamoramiento transgresor, la relación —idílica, común, normal— entre mujeres.

 

Por Artemisa Téllez

Enamorarse de una mujer es algo extraño, loco, revelador, inquietante y maravilloso; algo que en no pocos casos se convierte en un secreto, en un karma, en un infiernillo doméstico que consume: l e n t o . . . Es también considerado un error común, un desliz adolescente, una confusión. Y lo es, el universo entero ha conspirado para que así lo sea.

Parece haber una deliberación en la manera en que los padres y los maestros “orientan” a los niños en la manera de interpretar y vivir sus emociones. Mi ex pareja me platicó en varias ocasiones que cuando cursaba primero de primaria estaba enamoradísima de una compañera suya de la escuela (a la que por olvido denominaremos Susi) y se la pasaba hablando de ella todo el tiempo: Susi es la más bonita del salón, Susi es la que mejor baila, Susi dijo…

Su mejor amigo era un niño (a quien llamaremos Paco) que era eso, su mejor amigo. Un día mencionó que Paco la hacía reír todo el tiempo, que era súper simpático. De ahí en adelante su familia decía que Susi era su mejor amiga y Paco, su novio. La realidad era otra, tal vez la opuesta, pero sus padres y hermana (nunca sabremos si por condicionamiento social o por el deseo sincero de modificar sus naturales tendencias homosexuales) le hicieron creer que la simpatía era amor y el enamoramiento un sentimiento de amigas. Años tuvieron que pasar para que ella sola descubriera la diferencia.

Muchas creen eso, andan con sus mejores amigos, se casan, cuando en realidad su compromiso emocional está puesto ya en alguna otra mujer.
No quiero hablar por todas, no, el proceso de reconocerse amando es plenamente personal, individual, íntimo, diferente en cada caso; puedo, sin embargo, hablar a partir de las no pocas lesbianas que me han contado sus historias y de la mía propia, una más dentro de este intrincado universo lésbico.

El calor intramuros
Las mujeres establecemos lazos sentimentales profundos con otras mujeres desde el momento mismo de nuestro nacimiento. Los hogares (en los que también crecen y se desarrollan los hombres) son frecuentemente comunidades conformadas por madres, hermanas, primas, tías, abuelas y trabajadoras domésticas que educan, crían, visten y alimentan a una prole asexuada llamada “los niños”.

Los otros, los maridos (hermanos, tíos, papás, abuelos) habitan el espacio de lo público y llegan a sus casas más ajenos mientras más adultos. El hombre debe gustar del “mundo” como parte de su identidad varonil. Los caseros, cercanos a las mujeres de su familia, son percibidos como débiles, afeminados, homosexuales.

osotras, en cambio, seremos consideradas buenas, hacendosas: femeninas. Las amigas forman parte fundamental de esta estructura, porque por encima de los vínculos familiares existe la simpatía por la cual ésta o la otra tía frecuenta más la casa, ésta y no la otra vecina, o tal o cual comadre. Es ahí donde se dan los primeros acercamientos amorosos y sexuales, ahí los primeros besos y caricias.

Las “mujeres de intramuros” llevan a su mejor amiga a comer a casa y piden permiso para que las acompañe al cumpleaños de la tía Moni, al súper y para que se quede a dormir.

Es evidente que no todas las niñas son lesbianas. Esta primera cercanía de confesiones y llamadas telefónicas, de exclusividad, de dependencia, es un proceso fundamental para nuestro desarrollo emocional y en la mayor parte de los casos antecede al noviazgo heterosexual. Es “un experimento”, un laboratorio miniatura de los roles amorosos con todo y tempestades, bemoles, victorias y vicios.

Después llegan los novios, aunque muchas se verán buscando en balde esas emociones perdidas de los experimentos anteriores. Pero, ¿qué pasa entonces? Todo pierde coherencia, hay un desfase, hay frustración, y es entonces —en ese mágico instante— cuando una gran ola de desasosiego empuja de nuevo a las bienhechoras playas de lo femenino.

Se busca entendimiento, hay confesiones, se habla de cosas importantes, te dejas consolar. Se escucha que todos son iguales, que son de Marte (marcianos) y nosotras de Venus, que hay que amarlos como son. Y las tías y las abuelas lo comprenden porque has sufrido y tu amiga está ahí. Tan ahí que un día las pijamadas se vuelven luna de miel.

Así pasa. Se llega a sentir tan cerca el calor de su presencia que todo lo demás parece irreal, insuficiente. Al asumirse lesbiana se acepta que una mujer superó todas las expectativas que se tenían puestas en ese paradigma al que llamamos Amor. Siempre estará el derecho a renunciar a ese sentimiento para casarse con la heterosexualidad, pero hay muchas que han preferido casarse con ella.

Amarse en femenino
Enamorarse de una mujer es un milagro que sucede a menudo, que nos pone frente al espejo tan vulnerables, desnudas y solas que sentimos miedo, pero ese frío, esa soledad escalofriante, sólo terminan cuando te vistes de esa piel, la otra.

De pronto te encuentras ya involucrada, has hecho de ella un dios alrededor del cual echar a girar tu universo: tienen planes, viajan juntas, se ven diario, se llaman, se preocupan una por la otra, te pregunta de tu familia, sabe de ti, te echa la mano cuando estás en problemas y aún más te quiere, te hace sentir tanto su amor y en tantas formas que no buscas más en otros, en ellos.

Tú misma vas a decir que estás loca, a lo mejor intentas reafirmarte saliendo con hombres, teniendo un novio, pero será peor porque te darás cuenta de todo lo que te falta. Y volverás a ella para contarle entristecida todo lo que el mundo te lastima y violenta cuando no están juntas. Se besarán tibio y después tan caliente que hervirán todas y te consumirás en el sinsentido de ese sentido único encontrado en sus ojos.

Y después el sexo que acrecienta el amor y el amor que acrecienta el sexo y el amor y el sexo unidos poniéndote en el rostro la evidencia: te enamoraste de tu amiga.

De ahí, las historias son todavía más impredecibles. Unas salen del clóset gritando a los cuatro vientos esa lección que no se calla, otras se reprimen, se separan, otras prefieren el secreto y viven a escondidas lo que los demás sospechan.

Luego el laberinto; perderse a una misma para encontrarse con ella (que ya es una misma) decidir lo que se es, lo que se quiere ser: la maravilla, el karma, el infiernillo doméstico, el fuego todo que consume como cordero en un altar de diosa.

Amar a una mujer —como dice la escritora Rosamaría Roffiel— nos permite descubrir nuestra propia capacidad de amar y de sufrir; muchas otras capacidades, discapacidades. Retos que, al decirte a ti misma “la amo”, apenas comienzan.

Imagino, invento, pero hago un esfuerzo sobrehumano para retener fotografiado el milagro y sólo puedo decir: así me pasó a mí.

¿Las lesbianas necesitan cuidarse del VIH/sida?