Usted está aquí: sábado 3 de marzo de 2007 Opinión Colapso parte II. Los autos de la ciudad

Enrique Calderón A.

Colapso parte II. Los autos de la ciudad

Antes de entrar en el tema de mi artículo, no puedo ignorar las recientes declaraciones de Vicente Fox, que constituyen una confesión de su ilegítima y tramposa actuación en el proceso electoral de 2006, inaceptable para un presidente de la República. Lo más grave de todo esto es el descrédito que implica para las ya deterioradas instituciones del Estado, y el daño que ello supone para el país.

La ciudad de México tiene hoy una población de 19 millones de habitantes, de los cuales 47 por ciento vive en el Distrito Federal y 53 por ciento en los municipios conurbados. De acuerdo con estadísticas recientes del INEGI, existen en el DF más de 2 millones 300 mil automóviles particulares registrados, es decir, unos 39.6 autos por cada 100 adultos, y mil 533 autos por kilómetro cuadrado.

De acuerdo con las cifras del Censo de Población y Vivienda de 1990, de ese entonces a la fecha el número de autos se ha incrementado en 597 mil unidades aproximadamente, es decir, un crecimiento de 35.5 por ciento, mientras que la población creció en ese mismo lapso 5 por ciento, la superficie de las vialidades primarias creció 3 por ciento, y el crecimiento del volumen de pasajeros del Metro fue negativo.

Como resultado de este maravilloso crecimiento existen ya numerosas zonas de la ciudad en las que la velocidad promedio de circulación de los vehículos automotores alcanza 6 kilómetros por hora durante unas 10 horas al día. La velocidad promedio ha disminuido a menos de 17 kilómetros por hora en todo el DF, bastante más reducida que la velocidad a la que se puede andar en bicicleta sin mayor esfuerzo. La ventaja de los autos es que son decididamente más bonitos, sobre todo los nuevos.

Como en muchos otros problemas que aquejan a la ciudad y al país, nos gustaría pensar que ya tocamos fondo y que de aquí en adelante las cosas ya no pueden empeorar más; por lo que pronto empezaremos a notar cómo el tráfico disminuye y la velocidad de nuestros autos aumenta. De hecho, podemos fijar tal fecha con exactitud entre el 3 y el 8 de abril próximos; desafortunadamente, las cosas regresarán a su nivel de caos al terminar las vacaciones de Semana Santa, para continuar con las tendencias conocidas de más de 3 mil autos más cada mes, vendidos en las agencias de ventas de la ciudad.

Si esto no es un síntoma de locura colectiva, ignoro qué otra cosa podría ser, pero lo que sí me queda claro es que en el mejor de los casos no vamos a ningún lado. Cada día los habitantes de la ciudad compramos más y más coches, hasta que un día ya no podamos movernos en ellos. ¿Cuánto tiempo falta para ello? Seguramente varios años, pero siguiendo como hasta ahora ese día llegará. Lo más interesantes del caso es que si le diéramos un valor comercial de 50 mil pesos (muy conservador), a cada auto, los 2.3 millones de autos de la ciudad representarían una cifra de más de 115 mil millones de pesos.

La pregunta central de todo esto es si, con tal cantidad de dinero, no podríamos haber logrado una alternativa mejor a nuestros problemas de transporte. La respuesta no es sencilla; hemos tardado como 100 años para llegar a donde hoy estamos, y seguramente un cambio requeriría muchos más. Para algunos incluso la pregunta misma les parecerá idiota, pero no lo es; estamos hablando simplemente de que la ciudad ha tomado y ha seguido un camino equivocado, basado en las llamadas "leyes del mercado", en el que el papel de los gobernantes es simplemente dejar que las cosas ocurran, o cuando mucho dándoles una ayudita, como la de los segundos pisos del Periférico, o la alegre apertura del mercado mexicano a toda clase de autos, incluidos los chocolates.

En cambio, la idea de fomentar e invertir en sistemas de transporte colectivo acordes al crecimiento de la ciudad, e incluso la regulación de ese crecimiento mediante planes de desarrollo sustentable, parecen ser inaceptables a nuestros gobernantes, aunque las experiencias de sociedades colapsadas en el pasado como resultado de políticas y estrategias irresponsables nos esté encendiendo luces ámbar por todas partes.

En el pasado los gobernantes y los líderes de diversas sociedades dejaron por ignorancia que las cosas pasaran, y el resultado fue trágico, las sociedades desaparecieron; para los gobernantes actuales la ignorancia ya no es excusa.

 
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