Usted está aquí: domingo 4 de marzo de 2007 Opinión El estanquillo

Angeles González Gamio

El estanquillo

Los que no nos cocemos al primer hervor, recordamos con afecto el estanquillo cercano a la casa, en donde en la infancia se compraba desde la golosina más preciada, hasta un ramito de cilantro que faltaba a última hora para la ensalada de nopales, pasando por los cigarros del abuelo, las estampitas para el álbum de moda, las cervezas para el futbol dominguero con las consecuentes botanas y un sinnúmero de mercancías que lo volvían un sitio invaluable en el barrio.

Este apelativo tan querido y popular, fue elegido para bautizar un original museo que muestra 12 mil variadas piezas que ha coleccionado el cronista Carlos Monsiváis, a lo largo de 40 años. La visita es deleitosa, ya que, al igual que en los estanquillos, aparecen infinidad de objetos que nos llevan por distintos momentos que han marcado la historia de nuestra ciudad y sus habitantes: la traza urbana, el perfil arquitectónico, las costumbres, los oficios, las tradiciones y los personajes. Aparece el Virreinato, la Independencia, el Porfiriato, la Revolución, el México de la posrevolución, el sindicalismo, la década de los sesenta del pasado siglo y temas que distinguen nuestra "chilanguez", como la lucha libre y las historietas.

Hay muy buenas muestras de arte en lienzos y grabados de Germán Gedovius, Leopoldo Méndez, Covarrubias, Montenegro y Francisco Toledo, entre otros. Llaman la atención unas maquetas con figuritas de plomo que muestran a las castas, algunas musicalizadas. Destacan asimismo las miniaturas, caricaturas y fotografías.

Otro atractivo del museo es el edificio que ocupa, situado en la señorial avenida Madero, esquina Isabel la Católica, conocido como La Esmeralda, por haberlo ocupado una prestigiada joyería con ese nombre. La hermosa construcción en estilo francés, construida en 1890 por los arquitectos Eleuterio Méndez y Francisco Serrano, es representativa del gusto arquitectónico que prevalecía durante el porfiriato, en que queríamos ser una copia del país del champán y el coñac, por cierto, bebidas predilectas de la aristocracia de la época.

Conserva en la fachada las iniciales de la relojería Hauser-Zivy y Cia., dueños del inmueble y representantes de la Casa de orfebrería Cristofle y de la cristalería de Baccarat. En el interior aún se puede admirar el soberbio trabajo de yesería que adorna los techos. En la azotea hay un agradable mirador, la tienda y una cafetería. El panorama es espectacular, con la cúpula y torres del templo de la Profesa a la altura de los ojos, al igual que la del edificio frontero, que luce un gran reloj y un monumental grupo escultórico sobre el balcón, que engalanan dos cariátides. Fue edificado en 1906 por el arquitecto Genaro Alcorta, para una compañía de seguros, en el sitio que ocupó desde 1868 el afamado Café de la Concordia, cuya sabrosa historia conocemos gracias a la buena pluma de doña Clementina Díaz y de Ovando, excelsa historiadora y cronista de la UNAM. Recientemente, a unas semanas de cumplir sus gozosos 90 años, escribió una crónica exquisita sobre el célebre café decimonónico, para el número 13 de la revista A pie-Crónicas de la Ciudad de México, que publicaba el recién extinto Consejo de la Crónica.

El Museo del Estanquillo es una asociación cultural no lucrativa, que se ocupa de la conservación y resguardo de las colecciones Carlos Monsiváis. Para recabar fondos, el próximo martes 13, a las ocho de la noche, se va a llevar a cabo una subasta de arte, antiguedades, fotografía y numismática, en la sede del museo, que por lo que se aprecia en el catálogo promete estar buenísima. Hay obras de Joan Miró, Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Alfredo Zalce, Gilberto Aceves Navarro, Vicente Rojo, Manuel Felguerez, Ernesto Icaza, Francisco Zúñiga, José Luis Cuevas y bellos muebles de viejas haciendas y mansiones virreinales, así como piezas magníficas de arte popular. El subastador es el simpático y experimentado Rafael Matos, pionero en ese campo con su prestigiada Casa de subastas, que ya tiene muchas décadas.

Como en la noche, la mayoría de los restaurantes y cantinas en el Centro Histórico están cerrados, al concluir el evento se puede ir a la cercana colonia Roma, a la calle de Puebla 121, en donde se encuentra La Covadonga, añejo restaurante-cantina, que con su sabrosa comida española, buena bebida y ambiente "retro", ahora tan de moda, seduce a los jóvenes como hace muchos años lo hizo con los padres. Aquí vamos a presentar, a las 19 horas de ese mismo día 13, el libro Andanzas, sandungas y amoríos, que acompañado de excelentes grabados de Juan Alcázar, relata anécdotas y aventuras del legendario Andrés Henestrosa, quien a sus 100 años de edad continúa siendo un adolescente pícaro, como podrán constatarlo si asisten a la presentación.

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