Usted está aquí: martes 6 de marzo de 2007 Opinión Fitzcarraldo en Sélingué

Luis Hernández Navarro

Fitzcarraldo en Sélingué

Entre el 23 y el 27 de febrero pasados la comida se convirtió en política en el sentido más genuino de la palabra, es decir, en un asunto de interés público. El viejo lema de "somos lo que comemos", defendido por naturistas, consumidores organizados y campesinos radicales, se ha hecho hoy más amplio.

El Foro Mundial para la Soberanía Alimentaria Nyéleni 2007 fue la redición de un nuevo Fitzcarraldo, el célebre filme de Werner Herzog, en el que Brian Fitzgerald, Fitzcarraldo, decide emprender una aventura tan ambiciosa como audaz: construir un teatro de ópera en plena selva amazónica. Para hacerlo realidad consigue el dinero negociando con caucho y transporta un gran barco fluvial fuera del agua y por encima del monte con ayuda de un gran número de nativos.

Según Herzog, "el proyecto de Fitzcarraldo nació mitad desafío a las leyes de la gravitación, mitad desafío a los parámetros de la razón; un proyecto totalmente concebido contra las leyes de la naturaleza. Nadie creía en ello. Me consideraron más loco e irracional que el propio protagonista".

Nyéleni 2007 es un nuevo Fitzcarraldo sólo que trasladado al Africa Occidental, una de las regiones más pobres del planeta. Durante dos años se preparó el foro. Se consiguió financiamiento, se tejieron las alianzas y se efectuaron reuniones preparatorias. En menos de tres meses se levantó una villa completa con adobe y palma, dotada de agua, regaderas y escusados.

Más de 600 representantes de más de 80 países, a quienes se alojó, alimentó y cuidó, informaron, analizaron y discutieron su visión sobre la soberanía alimentaria, en condiciones precarias, pero dignas. Provenían de una enorme diversidad de experiencias políticas, ideológicas y religiosas. Hablaban cuatro idiomas oficiales (inglés, francés, español y bambará) y muchas lenguas más: indonesio, tagalo, holandés, coreano. Decenas de intérpretes tradujeron para ellos a través de radios o personalmente.

La Unión de Agricultores de Turquía explicó en el encuentro lo que muy bien puede ser la matriz central de la lucha campesina por la sobrevivencia en esta época. Según Abdullah Aysu, su vocero, en el sector agrícola se confrontan dos modelos de producción rural que se oponen: "de un lado, hay hombres y mujeres que se ven obligados a sobrevivir en sus tierras produciendo comida saludable. Son pequeños agricultores y campesinos. Ellos defienden la sustentabilidad y los recursos naturales. Del otro, están la agricultura trasnacional y las corporaciones trasnacionales que quieren un modelo agrícola basado en la producción industrial de alimentos, el uso intensivo de agroquímicos y maquinaria, el libre comercio y las exportaciones".

A pesar de esta diversidad, el foro acordó unitariamente una declaración política y un plan de acción. Se trató, a decir de Paul Nicholson, uno de los organizadores del acto, de "un resumen imposible de una semana irrepetible".

El documento político central reconoce que la herencia de los productores rurales allí reunidos es fundamental para el futuro de la humanidad. Sin embargo, advierte que "esta herencia y nuestras capacidades para producir comida sana, buena y abundante está siendo desafiada y erosionada por el neoliberalismo y el capitalismo global".

Según los asistentes, la lucha por la soberanía alimentaria pone a quienes producen, distribuyen y consumen la comida en el corazón de las cadenas alimentarias y de las políticas públicas, mejor que en las corporaciones y los mercados. Defiende los intereses y la inclusión de la próxima generación. Ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el comercio corporativo.

Los delegados acordaron luchar contra el "imperialismo, el neoliberalismo, el neocolonialismo y el sistema patriarcal, y de todos los sistemas que deterioran la vida, los recursos naturales y los ecosistemas, y los agentes que los promueven, tales como las instituciones financieras multilaterales, la Organización Mundial del Comercio, los acuerdos de libre comercio, las corporaciones trasnacionales y los gobiernos antagónicos con sus pueblos.

También se manifestaron contra el dumping que baja artificialmente los costos de producción de los precios agrícolas en el mercado mundial; la privatización de los sistemas alimentarios, los servicios públicos, el agua, la tierra, la semillas y las formas de vida y la criminalización de quienes luchan por derechos. Finalmente, pactaron formar un amplio movimiento internacional en favor de la soberanía alimentaria.

Participó en el foro una amplia delegación mexicana, constituida en su mayoría por representes de organizaciones campesinas e indígenas que son integrantes de Vía Campesina. Estuvieron, asimismo, varios delegados pertenecientes a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, quienes explicaron en las mesas de trabajo la situación que priva en la entidad. El interés que existía por conocer lo sucedido era notable. El foro respondió solidariamente aprobando una resolución que exige el fin de la represión, la liberación de los presos políticos y el castigo a Ulises Ruiz y demás responsables de la violación a los derechos humanos de miles de oaxaqueños.

Desafío a las leyes de la gravitación del mercado y reto a los parámetros de la razón del capital, la nueva nave de Fitzcarraldo de la soberanía alimentaria desembarcó en Sélingué, entre tambores africanos, en puerto seguro.

Ahora, el buque que simboliza la apuesta por un nuevo modelo civilizatorio, donde la agricultura con campesinos, la ganadería con pastores y la pesca con pescadores tengan un espacio privilegiado se prepara para una nueva travesía: volverse fuerzas regionales capaces de transformar sus realidades locales y nacionales.

 
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