Usted está aquí: sábado 10 de marzo de 2007 Opinión La música como fraude

Juan Arturo Brennan

La música como fraude

Robert Pilatus y Fabrice Morvan eran un par de desconocidos, sin talento, aspirantes a estrellas del mundo musical. Estoy seguro de que nadie se acuerda de ellos a título individual. Juntos, sin embargo, formaron un dueto de música pop que fue conocido como Milli Vanilli y que, en contra de todo pronóstico, tuvo un momento fugaz y efímero de enorme éxito.

Pasado ya ese momento, se descubrió que Pilatus y Morvan ni cantaban ni sabían cantar, y que en sus discos se escuchaban en realidad las voces de algunos oscuros y mediocres cantantes profesionales que se prestaron al fraude.

El notorio violinista Fritz Kreisler compuso un buen número de piezas para su instrumento en estilos antiguos, y las dio a conocer haciéndolas pasar por obras de autores como Pugnani, Fran-coeur, Martini y otros.

Violista y compositor, Henri Gustave Casadesus dedicó su talento, entre otras cosas, a complotar con sus hermanos Francis y Marius para dar a conocer una serie de obras del siglo XVIII supuestamente redescubiertas y rescatadas del olvido a base de trabajo musicológico.

En realidad, tales obras no son sino hábiles falsificaciones realizadas por los hermanos, y entre ellas se incluyen piezas atribuidas a los hijos de Bach y a Händel.

Más cerca de nosotros, en tiempo y espacio, está el caso de Manuel M. Ponce, quien atribuyó a Sylvius Leopold Weiss su Suite en la menor para guitarra. Y la lista de fraudes musicales podría extenderse por varias páginas, hasta llegar al más notorio de los casos recientes, señalado ya en estas páginas hace unos días: el caso de las grabaciones apócrifas de Joyce Hatto.

En su versión más simple y compacta, este fraude musical consiste en que el esposo (hoy viudo) de la pianista británica Joyce Hatto invirtió varios años, mucho esfuerzo y un poco de dinero, en ''producir" y lanzar al mercado una serie de discos compactos con música para piano supuestamente grabada por su esposa.

Poco después de la muerte de Hatto, alguien descubrió, gracias a las formidables bases automáticas de datos musicales que hay en Internet, que las grabaciones no habían sido realizadas por ella, sino que su amoroso marido, que responde al nombre de William Barrington-Coupe, había pirateado discos de diversos pianistas y realizado con ellos los compactos supuestamente grabados por Joyce Hatto. Entre los pianistas agraviados por Barrington-Coupe se encuentran Laszlo Simon, Eugen Indjic, Carlo Grante, Marc-André Hamelin, Paul Kim, Psi-Hsien Chen, Roger Muraro... y al parecer, la lista crece cotidianamente.

Después de negar enfáticamente su fraude durante un tiempo, Barrington-Coupe tuvo que rendirse ante la evidencia tecnológica y confesar su magna transa musical.

Si bien esta historia parece no ser más que un engaño menor, una travesura musical realizada, según el fraudulento Barrington-Coupe, en beneficio de su esposa enferma y moribunda, el asunto tiene implicaciones mayores. Por ejemplo, ¿qué están haciendo y diciendo los críticos de las publicaciones especializadas que reseñaron las falsas grabaciones de Hatto, cualquiera que haya sido su opinión de ellas? Y como extensión de la misma idea, ¿cuántas veces habremos sido engañados de manera similar quienes nos dedicamos, entre otras cosas, a reseñar y comentar discos?

Aun sin el caso de Joyce Hatto como referencia reciente, me atrevería a apostar dinero contante y sonante que en un medio como el nuestro, en el que la transa, el engaño, el plagio y el fraude no sólo son comunes y cotidianos, sino que son flagrantemente impunes y cobijados por la complicidad de las autoridades, deben circular numerosos discos compactos, sobre todo de las ''marcas patito", atribuidos a ignotos instrumentistas, orquestas y directores y que en realidad no son más que collages pirateados de discos legítimos.

Si bien es la piratería abierta y flagrante (también solapada vergonzosamente por nuestras autoridades hacendarias y judiciales) lo más preocupante para una industria del disco que se debate, literalmente, en los estertores de su muerte anunciada, esta forma de fraude musical y discográfico bien podría convertirse en un clavo más del ataúd que habrá de contener en breve los restos momificados de nuestras disqueras importantes, es decir, las que producen buena música de manera independiente, en el entendido de que por su tamaño y su ámbito de trabajo son las más vulnerables y las menos capaces de defenderse de las numerosas modalidades de fraude que las agobian, incluyendo ésta.

NB: Hasta la fecha, nadie ha demandado o metido en prisión a William Barrington-Coupe. Igual que aquí, pues.

 
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