Usted está aquí: sábado 17 de marzo de 2007 Opinión Colapso

Enrique Calderón Alzati /III y última

Colapso

Además del colapso sufrido por las comunidades que construyeron las estatuas colosales de la Isla de Pascua entre los siglos IX y XVI, Jared Diamon'd narra en su libro El fin de otras civilizaciones pasadas, las ocurridas a los pueblos anazasi de Nuevo México, entre los años 1200 y 1400, o a los pueblos mayas de Guatemala y del sureste de México.

En todos los casos estudiados, los colapsos se dieron cuando un recurso esencial se agotó y no pudo ser restituido: el recurso pudo ser el alimento, los materiales para hacer herramientas o algún otro insumo fundamental. En todos los casos, hubo señales claras de agotamiento, que en su momento fueron desechadas hasta que fue demasiado tarde; en todos los casos, los líderes o gobernantes tuvieron en sus manos la prevención del desastre y no lo hicieron.

En mi artículo anterior hablé del absurdo crecimiento del número de automóviles que circulan en nuestra ciudad -de hecho en todas las ciudades del país- y sus consecuencias directas, como la clara tendencia a la parálisis vehicular. Hoy quiero tocar otro aspecto del mismo problema causado por el tráfico vehicular en las ciudades: la energía que consumen, la cual se incrementa hasta en 40 por ciento respecto al consumo óptimo que puede lograrse en carretera con un flujo reducido a medio, o con el uso de vehículos híbridos.

Normalmente los autos que circulan en las calles de la ciudad son utilizados para transportar a una sola persona. Este simple hecho implica que para que un hombre o una mujer de 70 u 80 kilogramos se muevan en las calles y avenidas de la ciudad, en un auto mediano cuyo peso es algo así como 20 o 25 veces su propio peso, se requiere utilizar unas 40 o 50 veces más energía, que podría ser suficiente con otras tecnologías disponibles y el empleo de esquemas de transporte público.

Todo se reduce a un dispendio colosal de energía: 2 millones 300 mil vehículos gastando 40 o 50 veces más energía de la estrictamente necesaria (con la tecnología actual de vehículos automotores): unos 10 millones de litros diarios y cerca de 4 mil millones de litros al año en lugar de 100 millones.

Al considerar las demás ciudades del país, el dispendio podría ser 20 0 25 veces mayor, pero bueno, qué importa, para eso tenemos el petróleo con reservas probadas para otros 11 años, además de que éste es un volumen menor si se le compara con los otros dispendios que el gobierno viene haciendo de este patrimonio de la nación.

No soy el primero que dice esto, muchos lo han dicho ya, sin embargo es necesario repetirlo. La riqueza del petróleo, al ser finita y no renovable, sólo debiera ser usada para generar otra riqueza equivalente o aún mayor, en materia de infraestructura productiva, o de conocimiento capaz de producir ingresos y beneficios tangibles y cuantificables en materia de salud, de educación y de infraestructura para el bienestar.

Llama la atención que en lugar de todo esto, el gobierno actual no haya mostrado aún proyecto alguno de cambio a la política de Fox, de despilfarro de estos recursos para financiar el gasto corriente gubernamental, con todos sus abusos y banalidades. ¿Cuántos años más nos faltan para enfrentar una situación de colapso nacional, o de nuestras ciudades? Cuidar hoy el petróleo y reducir nuestro gasto energético, evitando los excesos, deberían estar desde ahora entre las prioridades nacionales este 18 de marzo, aniversario número 69 de la expropiación petrolera.

 
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