Ballet poncista en Valencia
Terminan las tradicionales fallas valencianas el día de hoy y con ellas sus corridas de toros que marcan el inicio formal de la temporada española. Tanto los crónicos taurinos de ese país y la televisión y sus comentaristas alaban la actuación del hijo predilecto de la tierra de las flores, la luz y el color: Enrique Ponce, que salió a hombros del coso de la calle Xativa a pasear y saludar a los cuates, la familia, vagos trasnochados y algún que otro turista despistado.
Es obvio que la plaza valenciana es la casa de Enrique Ponce. Tan es obvio que los toritos a modo de su estilo de Alcurrucen fueron los colaboradores ideales para que Ponce saliera a hombros. Toritos chocos, mansos mensos y venga Enrique a citar a corta distancia y a tirar de los bureles en series que les alarga la embestida cansada, moribunda, dueño de una maestría y una técnica que nadie le regatea y menos sus paisanos.
El poderío de Enrique se transforma en esas faenas en un toreo estético que se dibujaba en la pantalla televisiva. Ese poderío que seguramente acabo de refinar en nuestros cosos, especialmente en la Plaza México con toritos anovillados de ritmo lento, amensados, a los que literalmente consigue, alargarles los redondos y los de pecho interminables, provocando la emoción en los tendidos.
Toreo ballet poncista en que trae toreados los toritos con tal aire y tal paso que ha logrado imponerlo en los redondeles del mundo taurino en una especie de novedosa heterodoxia y que tratan de imitar una verdadera oleada de noveles matadores. Ese ballet del torero valenciano surge ante la falta de casta de la mayoría de los bureles que aparecen por la puerta de toriles de los cosos taurinos y con los que Ponce se luce donde los demás diestros se estrellan.