Usted está aquí: jueves 22 de marzo de 2007 Opinión Por el derecho a decidir

Soledad Loaeza

Por el derecho a decidir

En el aeropuerto de Abu Dhabi hay una llamativa publicidad que muestra a una joven y atractiva mujer que, muy sonriente, tiende ropa al sol. Esta fotografía está acompañada de otra mucho más grande de un joven igualmente atractivo y sonriente, con birrete, toga y diploma. Ambas fotos están unidas por la siguiente frase: "Le estoy dando a mi hermano una educación" (en inglés es todavía peor: "I am serving my brother an education"). En México cada vez son menos las mujeres cuya escolaridad se sacrifica a la mejor gloria y formación de sus hermanos, pero en las generaciones anteriores nada era más natural. La asistencia de los hijos hombres a la universidad era indiscutible, era un objetivo familiar que había que alcanzar, incluso si ello significaba poner fin abruptamente a la escolaridad de las hijas y las empujaba precozmente al mercado de trabajo. Por lo general, la educación de las niñas no era una opción prioritaria para la familia, o estaba condicionada al proyecto de vida diseñado por otros, normalmente sus papás, cuando no algún novio malvado. Hoy en México nadie se atrevería a defender semejante esquema de prioridades, al menos públicamente. Más todavía, la diferencia en el promedio de escolaridad entre hombres y mujeres es muy pequeña.

Gracias a los poderosos cambios socioeconómicos de las últimas tres décadas, una revolución de actitudes y de valores ha ocurrido en el país. Quienes se refieren a "los valores tradicionales de la familia mexicana" para oponerse a la iniciativa de despenalización del aborto que han presentado los legisladores de Alternativa en la Asamblea del DF cierran los ojos a la firme transición que ha ocurrido en este terreno: las mujeres ya no somos seres dependientes, hemos ganado autonomía y el derecho a decidir qué hacer con nuestras vidas.

En las últimas tres décadas ha mejorado el nivel de escolaridad de las mujeres, se han incorporado masivamente al mercado de trabajo, el porcentaje de hogares encabezados por mujeres ha aumentado de manera significativa. Sería ingenuo pensar que estos cambios no han acarreado también una verdadera revolución en las actitudes, las conductas, los valores y la tolerancia hacia comportamientos que en el pasado se hubieran considerado inaceptables. Tanto así que hasta los presidentes de la República se han sentido obligados desde hace años a "cubrir una cuota de mujeres" en el gabinete, a pesar de que no haya nada más ofensivo para las mujeres que un sistema de cuotas en este ámbito. Así, que la propuesta del Partido Alternativa para despenalizar el aborto no induce el cambio cultural, sino que reconoce su profundidad y, por lo mismo, su probable irreversibilidad. Asimismo, tampoco hay que minimizar el grave problema de salud pública, que ha señalado el senador Pablo Gómez, que representa el número elevado de abortos clandestinos que se practican en México, en condiciones deplorables y hasta criminales. Son incontables las desgarradoras historias de descuido, violencia y engaño en que se ven involucradas quienes tienen que recurrir a médicos que en algunos casos son en realidad carniceros. Aprobada la iniciativa de despenalización, estos individuos tendrán que buscar trabajo en el rastro.

La Encuesta Mundial de Valores dirigida por Ronald Inglehart de la Universidad de Michigan aporta datos sustantivos de la transición de valores ocurrida en México. Hoy las mexicanas se ven a sí mismas y son vistas como individuos -no deja de ser revelador que la palabra individua no exista, salvo posiblemente en el vocabulario de Vicente Fox-, personas o ciudadanas, como se prefiera. Esto significa que su existencia no depende de su relación con otro. En el pasado se hablaba de nosotras como: hijas, madres, esposas, novias, hermanas, primas, sobrinas, ahijadas. Se nos entendía solamente en asociación con un hombre -padre, esposo, novio, hermano, primo, bueno, hasta compadre-, o como parte del dúo madre-hijo(a). El individuo, si era mujer, como tal no existía. Tanto así que en muchos casos, cuando el otro salía de nuestras vidas, su partida generaba severas crisis de identidad.

Mejores niveles educativos e independencia económica le han dado a la mujer mayor confianza en sí misma; pero creo que el factor determinante de la conciencia de libertad que hemos adquirido ha sido la posibilidad de decidir cuántos hijos queremos tener. Este es un asunto vital que cada una de nosotras debe resolver en el ámbito estrictamente privado de su conciencia. Cuando esa decisión queda en manos de otros, estamos entregándoles nuestra libertad. Si lo hacemos, nunca nos lo perdonaríamos, nunca se lo perdonaríamos. Recordemos el arcaico dicho español según el cual a la mujer, como a la escopeta, había que mantenerla en la cocina, en el rincón y cargada.

La corriente ilustrada del PAN sostiene que el valor fundamental del partido es la libertad. Si aplicamos este principio a la discusión en torno de la despenalización del aborto, tendrían que reconocer que la dolorosa decisión al respecto es un asunto de estricta responsabilidad individual, sobre el cual el Estado tendría que legislar en forma extremadamente limitada. Lo mismo habría que decir a los promotores de la iniciativa que, en lugar de atender al narcisismo propio de la época y referirse al embarazo como "una interferencia" en el proyecto de vida y desarrollo de la madre, tendrían que reconocer la trascendencia física, sicológica, espiritual y vital del embarazo para la madre, así como los angustiosos dilemas personales que plantea la decisión de interrumpirlo, como muchas que se toman en libertad.

 
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