Usted está aquí: domingo 25 de marzo de 2007 Opinión Abuelita chocolate

Bárbara Jacobs

Abuelita chocolate

En algún momento de los años 70 yo estaba en la segunda planta de una librería clara de piso de madera a las seis de la tarde en la presentación de un libro cuando vi llegar a un hombre y una mujer. El, de pelo blanco, y ella de pelo negro y largo hasta la cintura y con un pequeño atado encobijado que arrullaba en los brazos. Luego supe que él era Alejandro Aura y ella Carmen Boullosa, los padres de la recién nacida. Alejandro era poeta y actor, y Carmen era poeta, narradora, ensayista, dramaturga y dueña del café El Cuervo, origen de El hijo del Cuervo, salones que aportaron un trazo propio al ambiente del barrio de Coyoacán de la ciudad de México. De más joven Carmen había formado parte de un conjunto de rock femenino cuyo nombre, aunque llamativo, de momento se me escapa. La pareja Aura Boullosa aparecía por televisión en programas por separado o unidos, conductores o protagonistas. Sus temas eran variados; trataban desde la cocina hasta los grupos de lectura, comentarios de libros, de arte, de política; bueno, en su repertorio incluían el danzón. Pero yo no hablé con Carmen personalmente sino hasta a finales de 1986, cuando me sorprendió con una llamada de teléfono.

Quizá sorprender caracterice a Carmen. Puede tratarse de una sorpresa trivial como la que se da cuando un escritor más o menos novato llama con naturalidad a otro, tan novato como él y al que formalmente no conoce, o de una sorpresa tan trascendental como la de que lo llame para felicitarlo por el libro que el otro acaba de publicar, que fue nuestro caso. Apenas si sabíamos la una de la otra. Pero Carmen me sorprendió al llamarme sin los preámbulos sociales que todavía estaban en uso y, más insólitamente, porque fue para hablarme, y bien, de mi libro nuevo.

A partir de entonces, Carmen me pareció incorporada por mérito propio tanto en el centro como en la periferia del mundo cultural local y también internacional, en donde, si yo lo estaba, a los ojos de los demás no era sino por motivos circunstanciales. Me di cuenta de que ella había logrado imponer lo que no sé si Wilde o Shaw sugerían procurar y que consistía en que se hablara de uno, aun cuando fuera mal. En diferentes tipos de reuniones se hablaba de Carmen, bien y mal. Se decía que escribía demasiado y que era osada; o se decía que tenía mucho que decir y que por desprejuiciada lo decía tan seguido como le viniera en gana. Se decía que haría como fuera lo que fuera que se propusiera en la vida. Para acabar, llegué a oír que ya figuraba entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Entonces empecé a leerla. Otra vez me sorprendió. Era capaz no de subir y bajar, cosa que puede no ser inusual entre artistas, sino de seguir adelante. A veces su voz narrativa alcanza una belleza emocionante (La otra mano de Lepanto) aunque a veces como que se desarticula. Si en un ensayo desentona, en otro es la de un virtuoso admirable ("Así pensó el niño"). Voz contrastante, pero continua; una capacidad intelectual no común y menos todavía entre mujeres. Comparable entonces con la de las grandes mujeres, las que despiertan envidia hasta entre los grandes hombres, digamos una Sor Juana Inés de la Cruz. Potente y audaz, la prosa de Carmen es de una sensibilidad medida que quizá la poesía no exige, pero que mis oídos prefieren, por armoniosa y graduada. Sus temas van desde el del chocolate que hacía su abuelita hasta el de un documento encontrado en el Archivo de Indias.

Asistí a la presentación de una de sus novelas más cultas. De los tres escritores que la presentaron, los dos hombres, de los más inteligentes y cultos del medio y de sus mejores expositores, olvidaron señalar el nivel cultural y la calidad literaria de la obra que comentaban, y la mujer, inocente de las profundidades del libro presentado, no encontró mejor salida que cantar las gracias que concedió a la autora. Entre el público, padecí sin duda que con Carmen la magnífica evasión con la que los presentadores sortearon el desafío que significó para ellos el trabajo de ella, mujer, después de todo, extra talentosa.

Carmen ha obtenido reconocimientos mundiales de primera y fundó la Casa Refugio Citlaltépetl de México, organización internacional que hospeda a escritores perseguidos políticos. Pero si momentos antes de dar una conferencia ésta le parece fallida, da rienda suelta a la loca de la casa y no sale al podio hasta conseguir dejarla en punto de perfección.

 
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