Usted está aquí: domingo 1 de abril de 2007 Política A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

Palmas, danzas, lanzas y tractores

El impacto del eclipse Elba Esther Gordillo (diría Ricardo García Sainz) pudo haber opacado los efectos de las cuentas privadas en lugar de públicas en los fondos de ahorro; el vuelco del servicio médico estatal a la subrogación, pero no impidió que el PRD entonara el sol redondo y colorado; que Gamboa y Beltrones compartieran equinoccio del PRI, mientras Beatriz Paredes busca los recursos para hacer válida la emulación de "la loca de la casa". Pero se impuso la dicha de Felipe Calderón en cadena nacional, por la inenarrable, inesperada, incomparable, "victoria de la política".

Se aprobó la reforma al ISSSTE y al SAR. La pluralidad de partidos coincidió en la prognosis, disintió en el diagnóstico y topó con la mayoría de votos que desdeñosamente llaman mayoriteo. ¡Querían democracia! Hay que saber contar, saber con cuántos votos cuentan en cada ocasión. ¡Proclaman vocación política! Arte de lo real y lo posible, decían antes del vuelco finisecular. Y eso parece que aspira a practicar Enrique Peña Nieto con la imponente exposición y entrega masiva de tractores a los campesinos de su tierra. Campaña de compromisos ante notario y actas de entrega para certificar que se cumplió. Quien sepa contar, sume los votantes que hay en el estado de México. Lo demás es fetichismo, danza tribal de tránsfugas y caníbales remisos.

Felipe Calderón se dirigía a los mexicanos urbi et orbi para hacer la eulogía a la resurrección de la política, mientras Manuel Espino encendía hogueras de vanidad al ilusorio monopolio de la oposición; contrarreforma sin Loyola, Savonarola sin el don de la palabra. "Es el poder, estúpido", parafrasearían los ingenios contemporáneos del ocio intelectual. La disputa por el poder. Desde Caín y Abel, digamos, para no incurrir en las iras clericales que amenazan excomulgar legisladores, imponer voto de silencio a quienes hablan de laicidad. Ya no digamos de la razón. La rupestre rebeldía del señor Espino y quienes hacen sonar el Yunque, es la visión al otro lado del espejo de las luchas intestinas y el revisionismo sexenal del PRI.

Quede lo de la mansedumbre universal ante la omnipotencia del César sexenal, para nostálgicas ranas que piden rey; como argumento para la desmemoria de los muertos que entierran a sus muertos, mientras Manuel Camacho acude a la funeraria y Ernesto Zedillo invoca a Tiberio para exorcizar el miedo a Carlos Salinas. Es el poder. ¿No oyes ladrar a los perros? Los huastecos decían que los políticos mexicanos son como los perros de rancho: sólo el que va adelante sabe a quién le va ladrando y por qué. Ahora le ladran a la luna. Pero Manuel Espino y sus ultras saben por qué soltaron al senador Döring. Todos lo sabían en Xicoténcatl cuando subió a la tribuna a decir entre líneas que Ricardo Monreal no pagaba al ISSSTE las cuotas de los trabajadores al servicio del Estado cuando gobernaba Zacatecas. Y dio lugar a penoso remedo de debate.

Es el poder puesto a prueba en el acto de becarios de Telmex que abuchearon al del poder político, invitado por el del poder económico que puso el capital para sus becas. Puesta en escena de la filantropía que sustituye a la política social, porque el poder no admite vacíos. Mucho abarca el poder económico. Pero algo anda mal en la atalaya cuando los beneficiarios de la solidaridad de Carlos Slim, individual o de empresa, toman lo dado como si proviniera del dinero público, de una política social del Estado, y manifiestan ruidosamente su disgusto con el titular del Poder Ejecutivo de la Unión. Subsumir las instituciones, derruir los linderos de lo público y lo privado, abre paso al caos anarquizante. Por lo menos, a confusas escenas de gratitud que se transforma en ruidosa ingratitud al mecenazgo presente y al Estado evanescente.

Por mucho que aparezca en la escena Felipe González a darnos cátedra del salto triple en la alternancia, y la imposibilidad de aplicar una política de izquierda, socialista, en pleno imperio del capitalismo global, y el flujo sin regulación alguna de capitales que, como lo demuestran una y otra vez, tienen sede, metrópoli, imperio soberano que los defienda en el nuevo orden mundial. Aquí, Felipe Calderón acude al más antiguo método, al poder real, las fuerzas armadas, la Iglesia, los dueños del dinero. Pero a fin de cuentas tiene que renegar del autismo foxiano para rescatar el diálogo entre poderes y con los partidos de la pluralidad; tiene que hacer política, acuerdos parlamentarios, para aprobar las reformas del ISSSTE y del SAR; evitar que se desfonde el Estado. Siempre y cuando logre, casi de inmediato, el acuerdo para una reforma hacendaria, paralela, para colmo, a la reforma del sector energético.

Se dice fácil. Pero aún no pasaba el domingo de ramos y en su propio partido cambian palmas por lanzas. Y el frente amplio progresista gira en mexicanísima danza de derviches. ¿Quién es Leonel Cota Montaño y en qué capillita levantan altares subrepticios como los de Malverde, para encender veladoras a Bejarano mártir? ¿Cómo conciliar las posiciones de Lázaro Cárdenas y Amalia García con las de Zeferino Torreblanca y los conversos y apóstatas súbitos como Juan Sabines y Narciso Agúndez? De cómo se convirtió El Güero González Garza en versión nativa del británico Anthony Eden, o Carlos Navarrete en estadista florentino, mientras Marcelo Ebrard rescribía en renglones torcidos la versión penal del soberano recurso de la expropiación, de eso ni hablar.

O hacerlo a fondo. Las expropiaciones hechas en Tepito, en Iztapalapa, tienen plena justificación en la razón de Estado, en la más pedestre visión de la misma. No está a discusión su eficacia, sino el impacto que podrían tener sobre esa facultad soberana, la definición de bien público y, sobre todo, en lo que hace a las expropiaciones que condujeron a las nacionalizaciones revolucionarias. De Pemex hablo; de Lázaro Cárdenas, general de América. De la generación de la Reforma y las leyes Juárez y Lerdo, la desamortización de bienes de manos muertas; de la Revolución Mexicana y el reparto de la tierra, la expropiación petrolera de 1938.

No hablo de concesionar, privatizar, "expropiar" y volver a privatizar, siempre en beneficio de los menos y de espaldas al interés público, causa legítima, ésta, para expropiar. Hacen falta carreteras. Constrúyanse. Los caminos de peaje no son invento neoliberal. Donde se les enredan las pitas es en las concesiones electrónicas, radio, televisión, telefonía, satelitales, de la vasta, cada vez más extensa Internet, tanto que no pareciera tener límites. Como la ambición y la progresión geométrica del capital en el libre mercado.

Valgan los días de guardar para reflexionar sobre nuestras vueltas a la noria, en órbita retrógrada de neoconservadores y devaneos de fugaces izquierdas. El filósofo francés André Glucksmann escribe sobre la magia de Ségolène Royal, candidata del Partido Socialista a la presidencia de la República Francesa. Y del programa que, dice, ha sido proferido "desde cierto punto de la mente en que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de percibirse como contradictorios". Lo entrecomillado es cita de André Bretón.

En México decían que Bretón nos llamó país surrealista. Hoy, como puede que sí, puede que no, lo más seguro es que quién sabe.

 
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