Usted está aquí: miércoles 4 de abril de 2007 Opinión ¿Cien años más de soledad?

José Steinsleger

¿Cien años más de soledad?

Es hora de confesar: he leído la obra insignia de Gabriel García Márquez (GGM) hasta la mitad, porque siempre supe cómo terminaba. Qué extraño. Abandonamos un libro cuando la lectura se nos cae. Pero con Cien años de soledad he sentido lo contrario, totalmente embriagado frente a la inaudita belleza de una historia que rempieza una y otra vez, sin que se le vea final. Nuestra historia.

Los estudiosos la equiparan con la historia del hidalgo manchego. Tanto cuanto el Quijote o la Biblia, Cien años... pertenece al grupo de obras literarias en las que infierno y paraíso, agua y aceite, maldiciones y bendiciones se funden en lo que somos y no somos. Historia de amor en la que "el realismo es mágico porque es real" (GGM).

Magia, amor, realidad. Fenómeno brutal y contradictorio, magia y realidad convierten el amor en "... melodía hija del mar y de la nube/ que asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena/ hasta asfixiarlo despiadadamente" (José Hierro). En versión Macondo, la historia de Cien años... tuvo lugar en los pueblos reales del Caribe colombiano que padecieron la despiadada "guerra de los mil días" (1899-1902) y las masacres de las bananeras de 1928.

La guerra terminó con la firma de los tratados de paz en la hacienda Neerlandia. Pero los combates continuaron frente a las costas de Panamá entre los navíos Almirante Padilla (liberales) y Lautaro, de propiedad chilena, expropiado por los conservadores. El tratado definitivo se dio a bordo del acorazado estadunidense Wisconsin, en noviembre de 1902. Teodoro Roosevelt, presidente de Estados Unidos, se restregó las manos.

Un año después, Colombia ya no tenía fuerzas para defender la soberanía de su territorio, Panamá, cuya independencia fue fraguada por los gringos en noviembre de 1903. Tres años más tarde, la ciudad colombiana de Santa Marta se quedó sin tranvía, pero conectada por ferrocarril a las plantaciones bananeras de Ciénaga, en terrenos de la compañía United Fruit Company (UFC).

¿Cuán distinta es la Colombia de Cien años..., de la que hoy preside un gobierno acusado de complicidad con el crimen organizado tras el juicio y encarcelamiento de 15 de los principales aliados del presidente Alvaro Uribe Vélez (incluido su compinche, el jefe de inteligencia del DAS), y 17 más entre congresistas y funcionarios?

¿Qué diferencia al liberal Uribe del presidente conservador Miguel Abadía Méndez, quien a pedido de Thomas Bradshaw, gerente de la UFC, militarizó hace 80 años el departamento de Magdalena (Ley 69, llamada Heroica, sic)? ¿El desaparecido paramilitar Carlos Castaño no es hijo político del coronel Cortés Vargas, ejecutor de la masacre del 6 de diciembre de 1928 en la playa de Ciénaga?

En 1970, por razones de "imagen", la UFC cambió de nombre: United Brands. Y desde que fuera absorbida por la corporación Del Monte, se llama Chiquita Brands.

El 30 de junio de 2002, entrevistado por el periódico El Tiempo, de Bogotá, Castaño confesó que el mayor éxito de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC, paramilitares) consistió en introducir al país un inmenso arsenal bélico con tecnología de punta.

Uribe dice que la infiltración paramilitar en su gobierno es un "hecho aislado". No obstante, medios de Estados Unidos sostienen que Chiquita Brands financió con millones de dólares la candidatura de Uribe a la gobernación de Antioquia y el armamento de las AUC para "pacificar" el Urabá, auspiciando un "plan de retorno" a esta rica región del Caribe colombiano.

El 17 de marzo pasado El Tiempo preguntaba si con el dinero de Chiquita Brands "se adquirieron fusiles y se realizaron masacres en el noroeste colombiano". Hechos denunciados ya en 2004, cuando los organismos de derechos humanos documentaron los pagos previamente revisados y aprobados en 1997 por altos directivos de la compañía en Cincinatti, y luego de un encuentro entre Castaño y el gerente de Banaldex, filial de la bananera.

"Todos los caminos del paramilitarismo conducen a Uribe, un presidente paramilitar", dijo la senadora colombiana Piedad Córdova, del ala izquierda del Partido Liberal, durante la realización de un seminario internacional realizado en ciudad de México días atrás.

Cuando degenera en espectáculo o moral del arrepentimiento, el arte y el pensamiento pueden negar muchas cosas. Por ejemplo, la mágica omisión de la soledad de los 3 millones de desplazados, víctimas del terrorismo de Estado colombiano. ¿No ocurría algo similar en la Cuba de 1953, cuando Fulgencio Batista participaba en los festejos del natalicio centenario de José Martí?

En la ceremonia inaugural del cuarto Congreso Internacional de la Lengua Española, Uribe dijo: "Cien años de soledad es la épica de un pueblo". Un joven intelectual que asistió al encuentro de Cartagena, me escribe y comenta: "... mientras el presidente disertaba frente a muchos escritores de ficción, creo haber sido el único en observar, al pie de su estrado, un charco de sangre empozada". Cien años de soledad. Historia sin final.

 
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