Usted está aquí: miércoles 4 de abril de 2007 Opinión Blitzkrieg sobre Irán

Alejandro Nadal

Blitzkrieg sobre Irán

La crisis de los 15 marinos británicos capturados por Irán ha vuelto a traer al primer plano el tema de un posible ataque de Estados Unidos contra ese país. Muy pocos piensan que esa es una opción lógica para Washington. Pero las guerras casi nunca comienzan con un análisis racional. Los errores de cálculo y la perversidad son los ingredientes que se encuentran con mayor frecuencia en las motivaciones de las conflagraciones.

Para la Casa Blanca, la necesidad de atacar Irán se hace cada día más apremiante. La percepción es que a medida que se acerca el final de la administración Bush, la ventana de oportunidad para una ofensiva se va cerrando. Así, aunque no es muy lógico pensar que un presidente en Estados Unidos pudiera heredarle a su sucesor una guerra recién comenzada, en el delirio que impera en la Oficina Oval eso es precisamente lo que hay que hacer en la coyuntura actual. No cabe duda, después del 11 de septiembre, todas las reglas han cambiado.

El Consejo de Seguridad no será un freno para Washington. Este organismo se ha transformado de manera radical desde el fin de la guerra fría. El 9/11 le dio el tiro de gracia a lo que fue alguna vez el Consejo de Seguridad. Por eso las guerras en Afganistán y en Irak, aunque carecen del respaldo de ese cuerpo, son casi aceptadas como normales.

El pretexto para comenzar la ofensiva contra Irán, su supuesto proyecto nuclear, es absurdo por muchas razones. Para comenzar, no hay pruebas incontrovertibles de que Irán tiene el proyecto de dotarse de armas nucleares. El debate sobre este punto no está cerrado. Las instalaciones de Natanz (enriquecimiento de uranio) y Arak (agua pesada) pueden ser parte de un esfuerzo para adquirir una capacidad tecnológica endógena en la industria nuclear civil, o pueden ser el comienzo de una aventura militar. Aún si existe un proyecto nuclear militar en Irán, no podría rendir frutos el mes entrante. Bajo condiciones ideales, terminar de producir e instalar las 3 mil centrifugadoras necesarias para enriquecer el uranio a nivel militar, arrancar la planta y realizar pruebas, requiere de por lo menos cuatro años.

Es evidente que hay halcones en Teherán muy interesados en obtener este tipo de armas. Incentivos no les faltan y un vistazo a un mapa permite comprender sus motivaciones. Al este, un Afganistán en plena conflagración, y un poco más lejos, Pakistán con sus armas nucleares (ahora legalizadas de facto por los acuerdos entre Washington e Islamabad). Al oeste, Irak, en plena guerra civil, y más lejos, Israel, con su arsenal nuclear. Hacia el norte, en el litoral del Mar Caspio, Rusia, la otra superpotencia nuclear. Más lejos, al noreste, China. Encima de todo están los incentivos de la realpolitik reciente: si uno posee armas nucleares, habrá negociaciones (Corea del Norte); de lo contrario, habrá guerra (Irak).

Mucha gente piensa que una ofensiva de Washington sería insensata porque los estadunidenses apenas si pueden con Irak. ¿Cómo van a atacar un país que es dos veces más grande y cuenta con el doble de habitantes?

Pero aquí es donde está fuera de foco una buena parte del debate internacional. El objetivo de Washington no es invadir y ocupar Irán. La finalidad central es eliminarlo como obstáculo para controlar los recursos de Asia Central y del Golfo Pérsico. Y para lograrlo no es necesario invadir ese país. Basta con destruir su capacidad militar en el espacio aéreo y naval, algo que las fuerzas armadas de Estados Unidos y sus pocos aliados pueden lograr en unas cuantas semanas de bombardeos selectivos. No hay que olvidar que el Pentágono lleva décadas preparándose para mantener el estrecho de Hormuz abierto al tránsito naval (y los europeos se lo van a agradecer en una emergencia).

En respuesta, Irán puede desatar una pesadilla para los estadunidenses en Irak. Pero el sacrificio de unas decenas adicionales de soldados en Bagdad no es algo que va a quitarle el sueño al dúo Bush-Cheney. Dentro de un mes las bajas de militares estadunidenses en Irak superarán los 3 mil 300 muertos. El promedio diario de bajas estadunidenses en ese conflicto es de 2.3 en lo que va de la guerra. Y si se pasa a cuatro o cinco soldados muertos diarios, la Casa Blanca no siente que eso obligará el retiro de Irak. El pueblo estadunidense puede reaccionar de otro modo, pero para entonces ya estará frente a un hecho consumado.

En la lógica torcida de Cheney y Bush, el caos y mayores bajas es lo que va a obligar a Estados Unidos a quedarse en Irak. Para estos dos personajes, los europeos, a regañadientes o no, tendrán que aceptar que es mejor controlar la riqueza en hidrocarburos de Asia central y el Caspio que abandonar la región en medio del caos. Las reglas han cambiado, y Bush-Cheney no están dispuestos a dejar escapar la oportunidad.

 
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