Usted está aquí: viernes 6 de abril de 2007 Opinión Pedro Vargas

Elena Poniatowska/ II

Pedro Vargas

Ampliar la imagen ''Cuando uno canta sea lo que sea, toda la música es clásica'', expresaba El samurai de la canción Foto: Archivo

"Yo lo que quería -prosigue Pedro Vargas- era ser médico, pero para no hacerle largo el asunto, a lo único que llegué en medicina fue ¡inscribirme!

''Me quería costear mis estudios porque cantaba en las iglesias. Yo era maestro de capilla en Vidal Alcocer; en Tepito también, y con eso me mantenía y acompañaba la misa, los rezos, los coros litúrgicos, todo eso me lo sé de memoria y los acompañaba no sólo con mi voz, sino al órgano, y por ese trabajo me daban 1.50 pesos diarios, y con eso vivía muy bien.

''Un buen día un señor que fue como mi segundo padre, Mario Talavera, me oyó cantar y me llevó con José Pierson, maestro con quien estudié canto durante dos años, mismo que me preguntó:

''-Bueno, ¿y tú dónde vives?

''-Yo vivo en la Candelaria de los Patos, con mi tía...''

La Candelaria de los Patos

''Mi tía era esposa de un ferrocarrilero y yo dormía en el único cuarto en el que vivíamos los tres, porque él era muy pobre, y yo niño, pues allí me tenían. Recuerdo mucho a la Candelaria de los Patos, porque se hablaba muy mal de ese barrio y yo lo quiero, porque siempre me fue bien; nadie me molestó jamás y eso que yo regresaba a altas horas de la noche.

''Creo que me sentían como a uno de ellos. Pierson me traía por todos lados en todas sus clases particulares, él era sonorense, de apellido francés, me traía como niño Dios, para que me escucharan cantar; estaba entusiasmadísimo, que yo iba a ser otro Caruso y allí fue donde se equivocó, porque yo a los dos años noté que mi voz ya no alcanzaba los registros que lograba antes, sin estudio, y un día me le fui y no le dije nada.''

-¿Se le fue usted al maestro Pierson?

-Sí, porque durante un tiempo el maestro Pierson me invitó a vivir en su casa; allí vivía Jesús Mercado, barítono; Pepita Alonso, contralto, y José Arce, tenor, y a los cuatro nos dio habitación, comida y clases de canto a cambio de que le ayudáramos a hacer la limpieza de la casa. Yo era muy bueno para hacer las camas. Un día sentí que mi voz no era la misma y Mario Talavera, mi segundo padre, me consiguió entonces un empleo de profesor de coros en las escuelas secundarias. El era un hombre muy querido y me introdujo en todos los círculos artísticos, sociales, políticos, todos; él es autor de Gracia plena y con él conocí a Pepe Ortiz, quien andaba ya de torero y le gustaba cantar; entonces yo quise ser torero también, y a las seis de la mañana me levantaba, iba por él a Tacuba y luego a ejercitar el toreo, en casa de un banderillero, Luis Güemes.

Me dio miedo torear

-Pero usted, ¿nunca llegó a torear, verdad?

-Sí, toreé, pero el animal me dio una revolquiza tan grande que comprendí que lo que me faltaba era valor. Yo seguía cantando porque todo mundo me invitaba a cantar en fiestas, en cenas, en meriendas, hasta que un día llegó José Mojica de una de sus tournées de Chicago, como cantante de ópera, y yo que era muy amigo de Lerdo de Tejada, de Esparza Oteo, de Mario Talavera, de Tata Nacho, iba a todas sus fiestas, y en una de esas ocasiones le ofrecieron una fiesta a Mojica en casa de Lerdo de Tejada y me oyó cantar, se entusiasmó con mi voz y me dijo: ''Vete a ver a mi profesor, Alejandro Cuevas, un abogado que sabe mucho de canto y que ha estudiado en Italia. Si le gusta tu voz te va a dar clases sin cobrarte, si no, te lo dirá claramente".

Bellas Artes

Llegué con Alejandro Cuevas, con la recomendación del gran José Mojica. ¡Oiga usted! Y se entusiasmó tanto Cuevas, tanto, tanto, que me tomó por su cuenta.

-¿Cómo por su cuenta?

-Sí, él mismo se propuso prepararme musicalmente. Me mandó estudiar italiano con Appendini, en el Conservatorio francés de la Alianza, al terminar mi solfeo, y estudié piano con el maestro Rocabruna. El maestro Cuevas de veras le puso fibra al asunto, porque me predijo: ''Tú vas a ser un gran cantante clásico, el más grande, un gran liederista, un concertista. Tú cantarás todos los grandes lieder. Tienes las máximas facultades vocales". Resulta que me preparó con todo ahínco, con todo su fervor y yo estudié, estudié y estudié y estudié, y un día, tras años de estudio diario y vaya que canté con una verdadera pasión, porque a ese profesor lo entendí -mucho más que a Pierson- y mi voz volvió a surgir y logró los registros que antes alcanzaba, recuperé el timbre que tenía y que hacía que de niño todos los asistentes a misa voltearan hacia el coro para ver quién era el niño que cantaba con esa voz tan pura, tan cristalina, y yo con Alejandro Cuevas volví a sentirme como de niño; cantaba con la misma naturalidad. Yo estaba trabajando con Cuevas muy duro, pero con gusto, ahora sí me sentía seguro, no forzaba la voz y salía potente, armoniosa, cuando llegó a verlo Diego Guzmán, que ahora es empleado del Banco Nacional, un tenor dramático, y entonces Alejandro Cuevas se entusiasmó mucho con él y lo preparó. El cada año rentaba el teatro Esperanza Iris para presentar a sus discípulos más distinguidos; contrataba primero a todos los artistas grandes que había en México y, dentro del programa, ponía a uno o dos de sus mejores discípulos, y ese año nos preparó a Diego Guzmán y a mí; Guzmán en Los payasos y a mí me hizo aprender Caballería rusticana.

''-No maestro -le dije- no creo que yo pueda con esa obra. Es muy fuerte, muy dura.

''-Tú vas a poder.

''Vino el debut y ¡oiga usted! Y esta fecha para mí es histórica, porque el 22 de enero de 1928, en el teatro Esperanza Iris canté Caballería rusticana y Diego Guzmán Los payasos y el teatro se vino abajo, un éxito grande, grandísimo. Mis amigos fueron a oírme: Lerdo de Tejada, Esparza Oteo, José Mojica, Mario Talavera, Tata Nacho, todos fueron y me felicitaron emocionadísimos. Lerdo de Tejada al abrazarme me dijo: 'Mira, te voy a hacer una invitación. Acabo de firmar un año de contrato en un circuito Orbit Orfeum, en Estados Unidos, para hacer una gira por ese país y el sur de Canadá. Te voy a dar 10 dólares diarios'. Iba también la Orquesta Típica y ocho cantantes de coro. ¡Y oiga usted, acepté! Cuando me ofreció 10 dólares diarios, me dije yo: '¡Pues llegó la mía!' y salí de México sin decirle al maestro Cuevas absolutamente nada. El 22 de enero de 1928 fue domingo y el jueves siguiente de esa semana salimos para Estados Unidos. Allá abandoné la música clásica y me dediqué a cantar todo lo popular, todo lo mexicano: Ponce, Esparza Oteo, Lerdo de Tejada, Tata Nacho...''

-¿Guty Cárdenas?

-Guty Cárdenas todavía no aparecía, sino más tarde, y lo canté, mucho, muchísimo, pero creo que apareció cuatro o cinco años más tarde. En 1930 surgió Agustín Lara.

La única pena grande

-Regresé a México y la pena más grande que he tenido, la única pena grande que me ha dado mi carrera fue que al ir a casa de Alejandro Cuevas me dijeron en la puerta que había la consigna de que no se me dejase entrar, porque no quería volver a verme en su vida. ¡Todo porque me fui sin avisarle! Pero no le avisé porque sabía que él me negaría el permiso. Así fue, nunca más me volvió a ver, jamás de los jamases, murió sin que nos viéramos. En la actualidad soy muy amigo de sus hijos, los veo porque ellos comprendieron la situación, pero a él jamás lo vi. ¡Y créame usted que hasta la fecha me duele!

-Pero usted mismo, ¿no consideró una traición cambiar la música clásica por la popular?

-No, porque yo le tomé tanto cariño a la canción que no sentí el cambio.

-Pero, ¿cómo no va a haber diferencia entre lo clásico y lo popular, don Pedro?

-Bueno, yo no sentí que había traicionado mi manera de ser ni mis estudios. Al contrario, el estudio del canto me sirvió mucho, mucho.

-Pero, ¿no fue un poco abandonar la champaña para dedicarse al tepache?

-Mire usted, en esta vida uno cree que hay champaña y hay tepache. Para mí todo es champaña.

-¿Una tonadita a ritmo de rocanrol es lo mismo que un lieder de Gustav Mahler?

El alma me volvió al cuerpo

-Mire, en 1936 le canté a Arturo Rubinstein, en Buenos Aires; di para él todo un concierto, porque ya mi nombre era muy popular en Argentina y él quiso oírme, porque además era de la RCA Víctor, a la que yo también pertenecía y le canté con mi pianista Pepe Agüeros. Canté a todo Tata Nacho. A la orilla de un palmar, Estrellita, Un viejo amor, Nunca, nunca, nunca, Este día va cayendo, La gracia plena, Muchachita mía, todas esas cosas, y cuando Rubinstein me oyó cantar Nunca, nunca, nunca, no voy a olvidar jamás lo que me dijo: ''¡Usted es un artista clásico, canta usted como los clásicos!" Entonces me regresó el alma al cuerpo y pensé en mi maestro Alejandro Cuevas, porque lo que él me había dicho me lo repitió Rubinstein. Para mí, ese juicio de Arturo Rubinstein fue un alivio muy grande. Por eso le repito a usted que cuando uno canta sea lo que sea, toda la música es clásica.

-Pero, ¿no escogió usted el camino fácil al dedicarse a la música popular?

-No pensé en eso, sino en el aplauso. Mire, cuando me ofreció Lerdo de Tejada los 10 dólares, no pensé en traición, sólo dije: ''Ya me hice rico", y posiblemente sí, a mi profesor lo traicioné, porque me fui sin avisarle y todo lo que él había puesto en mí, toda su esperanza la eché para abajo, porque recuerdo que me contaron que él decía que yo había echado por la ventana al artista más clásico que iba a haber en México.

-Bueno, don Pedro, ¿si le ofrecieran volver a cantar ópera, por ejemplo Caballería rusticana, usted aceptaría? ¿No ha minimizado su voz al cantar puros boleros, baladas y tonadas de amor?

-Cuando está uno en voz, siempre la voz está en el tono, así es de que yo estoy en forma y el ejercicio mueve nuevamente la garganta. Yo podría cantar cualquier cosa, haciendo ejercicios, vocalizando día a día.

Para mí es lo mismo

-Pero por lo general los tonos de las canciones populares son graves, no son agudos, ¿cómo haría usted para alcanzar los registros más altos que exige la ópera?

-Con el estudio se puede hacer todo. A mí me gustaría cantar la Manon, de Massenet, me gustaría tanto cantarla como canto Mujer, de Agustín Lara. Yo siento el mismo cariño por ambas.

-Bueno, pero si a usted lo invitaran a participar en la próxima temporada de ópera, ¿aceptaría?

-Sí, pero tendría que prepararme en forma fuerte, constante y dedicarme exclusivamente a eso; olvidarme durante seis meses u ocho de la canción popular para volver a la tesitura de la ópera.

-¿Y por qué no lo hace? ¿Gana usted más en la canción popular, en los teatros, en los cabarés, en sus presentaciones populares que durante una temporada de ópera?

-Es que me encanta la canción. Mire, una de las más grandes oportunidades que he tenido en la vida, ¡oiga usted!, es que me haya invitado Agustín Lara a ser su intérprete, y por conducto de él, mediante sus canciones, he obtenido aplausos en todas partes, en Bellas Artes, en el Carnegie Hall, en todos los teatros del mundo, que me trataron mejor que a cualquier cantante de ópera. Mi vida es otra.

 
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