Usted está aquí: viernes 13 de abril de 2007 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega

El gobierno, gerente del capital

No existe supervisión ni regulación real de la banca

Dispone a su antojo de los impuestos causados, pero no enterados al fisco

Si las cosas se hicieran como se debe; si la supervisión y regulación de la autoridad fuera real, y si, en fin, el gobierno actuara como tal y no como simple gerente del gran capital, desde diciembre de 2003 la banca que opera en el país habría dejado en ceros su adeudo al fisco por concepto de impuestos diferidos.

Pero como las cosas no se hacen como se debe, ni existe supervisión ni regulación real, y el gobierno sólo actúa como gerente del gran capital, esa misma banca dispone a su antojo de los impuestos causados, pero no enterados al fisco, y éste languidece a pasos agigantados, mientras la caja registradora de las trasnacionales financieras no deja de tintinear.

La Jornada ha documentado que "a partir de 2001 y durante todo el gobierno de Fox, los cuatro principales bancos (que operan en México) dispusieron de 41 mil 349 millones de pesos en impuestos diferidos, los cuales, en descenso, han figurado en los activos de sus estados financieros, indican informes de la CNBV... estos cuatro bancos obtuvieron 135 mil 272.3 millones de pesos en ganancias netas en los últimos seis años, una cantidad que representó 80.1 por ciento de los beneficios alcanzados por todos los participantes en este mercado, pero la cual alcanzó un incremento histórico de mil 153.5 por ciento en los beneficios alcanzados en 2006, respecto de los de 2001... El monto de los impuestos que finalmente pasó a formar parte de los activos de los españoles BBVA-Bancomer y Santander Serfin; del estadunidense Banamex-Citigroup, y del inglés HSBC, representó 30.5 por ciento de sus utilidades conjuntas en el sexenio anterior".

Pues bien. El 20 de septiembre de 1999, la Secretaría de Hacienda, con la firma de José Angel Gurría estampada en el documento, publicó en el Diario Oficial de la Federación las "reglas de capitalización" de la banca privada, aplicables a partir de enero de 2000. Entre ellas destacaba la relativa a los impuestos diferidos, adeudos fiscales que debían ser pagados, "a más tardar", en 2003. Reglamento y calendario fue, según dicen, un "acto de gobierno", pero fue tal el rigor aplicado que tres años después del "plazo máximo" los bancos aún no pagan esos adeudos fiscales.

La práctica de "diferir" el pago impuestos fue autorizada en 1995 por el gobierno zedillista, tras el estallido de la crisis y la quiebra bancaria. Sin embargo, sólo se reglamentó hasta septiembre de 1999, cuando Gurría precisaba: "cuando los bancos tienen pérdidas fiscales o excedentes de provisiones para cartera mala que rebasan el tope fiscal, se genera un derecho para reducir en el futuro el pago de impuestos al gobierno federal. Este activo se podrá amortizar cuando, al generar utilidades, tengan que pagar impuestos, y en lugar de tener que desembolsar efectivo utilicen la cuenta de impuestos diferidos. Es así que el valor de este activo esta condicionado a la futura generación de utilidades".

Y si algo reporta la banca privada (especialmente las cuatro instituciones referidas) son utilidades, un mar de ellas, que sólo en el sexenio foxista se aproximaron a 200 mil millones de pesos. A pesar de ello, las trasnacionales financieras no pagan sus impuestos, ni el gobierno se los cobra.

Desde que el gobierno de Zedillo autorizó tal práctica, por la Secretaría de Hacienda han transitado cuatro encargados del despacho (Guillermo Ortiz, el propio José Angel Gurría, Francisco Gil Díaz y Agustín Carstens). Si ninguno de ellos se animó, se anima, a exigirles que cumplan con su función económica y social, mucho menos arriesgaran reclamándoles el pago.

Ya lo dijo un "ilustre" secretario de Hacienda: "el punto capital de todo son los bancos, porque ninguna rama de actividad económica permite tanto como ésta, dominar la situación general de un país nuevo como México, que no conoce el ahorro, y, por consiguiente, carece de capitales acumulados... (la) consecuencia (es) una especie de oligarquía de instituciones de crédito" (tomado de México en el siglo XIX/ 1821-1910/ historia económica y de la estructural social; Ciro Cardoso, coordinador; 1980; Editorial Nueva Imagen).

Lo anterior no proviene de un ministro rojo, un globalifóbico o un renegado, sino del mismísimo ministro de Hacienda José Yves Limantour, quien en 1897 pronunció tales palabras.

En el libro citado también se apunta: "esos jefes de las finanzas, tal como los llamaba un diplomático francés, quien escribía en 1908 que desde hace menos de 10 años, la dirección e iniciativa en todos los bancos se concentran entre un reducido número de financieros... el diplomático francés señalaba bien dos problemas esenciales: la fuerte concentración del poder financiero (en México) y el abuso o uso irracional que esa docena de financieros hacia del poder económico concentrado en sus manos... Esa oligarquía financiera de la época era, al mismo tiempo, la oligarquía industrial, terrateniente y comercial, o, si se quiere, la oligarquía mexicana a secas".

Más de un siglo después, el panorama no ha cambiado, y la banca menos.

Las rebanadas del pastel:

Carlos Slim ya es el segundo hombre más rico del mundo, de acuerdo con Forbes. En los últimos dos meses incrementó su caudal a razón de 2.77 millones de dólares por hora, hasta sumar 4 mil millones en ese periodo. Con lo anterior, acumula cerca de 53 mil millones de billetes verdes, de tal suerte que en menos de 16 años su fortuna reportó un modesto crecimiento de 3 mil 200 por ciento. Algunos suponen que lo anterior representa "un triunfo de México", aunque en realidad muestra la vergonzosa concentración del ingreso y la riqueza en el país.

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