Usted está aquí: miércoles 18 de abril de 2007 Opinión ¿Abandonar la ONUDI?

Jorge Eduardo Navarrete*

¿Abandonar la ONUDI?

"Sí, desde luego. Es un organismo ineficiente y dispendioso que no da a los mexicanos el lugar que merecen. Además, tenemos que evitar el gasto de una cuota excesiva" -respondería la titular de Relaciones Exteriores. "No, en modo alguno. Con la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) hemos realizado muy exitosos programas de cooperación, como el de eliminar la producción de clorofluorocarbonos, sustancias que afectan la capa de ozono, haciendo de México el primer país en desarrollo en cumplir por anticipado con el Protocolo de Montreal" -argüirían los funcionarios de la Secretaría de Medio Ambiente. "Pero, ¿a quién se le ocurre'" -se asombraría el director general del IPN, que acaba de otorgar un reconocimiento a la ONUDI por radicar en el instituto un Centro de Producción Más Limpia. "Sería en extremo inconveniente" -opinarían diversas entidades empresariales y empresarios individuales, en especial medianos y pequeños, que han sido los beneficiarios directos de las acciones de cooperación de la ONUDI en México. "Es un dislate" -dirían, en fin, los diplomáticos.

Lo anterior viene a cuento porque se ha sabido -a pesar de la ausencia de información pública- que la Secretaría de Relaciones Exteriores parece haber decidido que México cese de ser miembro de la ONUDI. La razón esgrimida es la necesidad de reducir, de acuerdo con los lineamientos en materia de austeridad, el gasto en cuotas a organismos multilaterales. La ONUDI sería el único organismo especializado de las Naciones Unidas que se abandonaría. Aunque se ha sabido de discretas consultas intersecretariales, la decisión de retirarse no se ha sometido a un debate amplio en el que todos los interesados puedan exponer su punto de vista. Un elemento adicional que alimenta el desconcierto es que la actual titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) actuó como representante ante la ONUDI los pasados cinco años, sin que se tenga noticia de que objetara la forma de trabajo del organismo o propusiera retirar a México.

Decidir que nuestro país abandone ese organismo es tan absurdo que hasta como hipótesis resulta inverosímil. Los costos de todo tipo asociados a esa decisión la hacen intolerable, como se muestra a continuación.

Primero, en materia de pesos y centavos. Dejar de pagar una cuota, cuyo promedio anual entre 2001 y 2006 ha sido de 2 millones de dólares, llevaría a suspender acciones de cooperación valuadas, también como promedio anual en el mismo periodo, en 7 millones de dólares. La cuota la paga el gobierno, por conducto de la SRE; de los proyectos se benefician 25 instituciones mexicanas de investigación y desarrollo, numerosas pequeñas y medianas empresas nacionales, además de varias secretarías de Estado ejecutoras de los proyectos. Es claro que la relación costo-beneficio, cuantitativa y cualitativa, ha sido muy favorable. A futuro seguiría siéndolo, si se atiende a los proyectos en cartera, por lo que ese balance positivo se mantendría, aun ante eventuales elevaciones de la cuota.

El papel de México en la ONUDI siempre ha sido destacado. Es uno de los escasos organismos mundiales que ha sido dirigido por un mexicano. En la actualidad, México es uno de los 53 miembros de la Junta de Desarrollo Industrial y uno de los 27 integrantes del Comité de Programa y Presupuesto. Tiene oportunidad de influir en todas las decisiones importantes. En 2006 México fue el mayor receptor de asistencia técnica de la ONUDI, con una suma algo superior a 13 millones de dólares, casi el doble del promedio de los años anteriores.

En México funciona la oficina regional para América Central y el Caribe. Salir del organismo obligaría a relocalizarlo, con el consiguiente descalabro para las acciones de cooperación en curso y el retraso de las futuras. Sería un golpe para, precisamente, el grupo de países al que, en Campeche, se le acaban de presentar promesas de cooperación y solidaridad; precisamente el grupo de países respecto de los cuales se ha anunciado que se quiere "reasumir el liderazgo". ¡Qué mayor divorcio entre el discurso y los hechos!

Ninguna nación en desarrollo ha abandonado la ONUDI. Lo hicieron, como muestra de su desagrado por el impulso a la industrialización autónoma de los países del sur y alegando deficiencias administrativas, Estados Unidos, Canadá y Australia. Este sería el grupo al que nos sumaríamos y cuyos motivos compartiríamos, al menos en forma tácita. En este momento, por primera vez, está dirigida por un nacional de un país del Africa subsahariana: Kandeh Yumkella (Sierra Leona). Es evidente que los países del continente no verían con agrado que una nación en desarrollo, como México, decidiese abandonar el barco cuyo timón les fue confiado apenas en 2005 por la comunidad internacional. Si lo que se desea es malquistarnos con Africa y complicar los apoyos que pueda darnos en organismos multilaterales, éste es uno de los procedimientos más efectivos para conseguirlo.

Parece claro, en suma, que la aparente decisión de que México renuncie al tratado constitutivo de la ONUDI carece de toda sindéresis. Es desatinada por sus consecuencias nacionales en materia de opciones de desarrollo industrial sustentable; es negativa por sus repercusiones regionales en nuestro vecindario inmediato; es letal para la credibilidad internacional de México como Estado comprometido con el multilateralismo y la cooperación internacional para el desarrollo.

Para evitar el desaguisado es preciso que se manifieste con claridad y vigor el sentimiento generalizado de que mantener a México como miembro activo de la ONUDI responde a nuestros mejores intereses y tradiciones.

* Ex representante permanente de México ante la Organización de las Naciones Unidas

 
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