Usted está aquí: jueves 19 de abril de 2007 Opinión Monopolios, democracia y desarrollo

Orlando Delgado Selley

Monopolios, democracia y desarrollo

Los encabezados de los diarios dan cuenta de un país con enormes complicaciones: "Elites, culpables de la desigualdad en México: Banco Mundial", "México, el mayor expulsor de migrantes en el mundo", "16 consorcios adeudan al fisco 105 mil millones de pesos", "Jinetean bancos dinero del fisco". La información en que se basan esos titulares proviene de dos fuentes: la reunión anual del FMI y del Banco Mundial y de la revisión de la Auditoría Superior de la Federación a la Cuenta Pública de 2005. Se trata, como es fácil apreciar, no de simples declaraciones, sino de información fundada en análisis detallados. De modo que resultan relevantes.

El fondo de esta información es que los monopolios que operan en la economía mexicana impiden el crecimiento. No se afirma que lo entorpecen, sino que lo impiden, y ello implica que el ingreso que se genera se concentra en muy pocos agentes, que, por supuesto, multiplican anualmente su patrimonio. Así, las elites, que "tienen capturado el crecimiento", generan desigualdad, lo que en condiciones normales implicaría que el Estado interviniese para retirarles, vía impuestos, una parte sustancial del ingreso que se apropiaron, pero en nuestro país eso no se cumple.

El gobierno no cumple con sus funciones redistributivas, ya que a esos monopolios no les cobra los impuestos que debieran enterar. Resulta que se les condonan cantidades exorbitantes que servirían para que el Estado estuviese en condiciones de llevar a cabo programas que apoyasen la generación de empleos decentes. La economía, como se ha demostrado en los últimos 30 años, por sí sola no cubre la demanda de puestos de trabajo de los jóvenes que se integran a la población económicamente activa y el Estado se lava las manos. Ello es la causa por la que en cinco años (2001-05) migraron sólo a Estados Unidos 2 millones de mexicanos.

Así que los grupos monopólicos son extraordinariamente rentables, pero no porque tengan condiciones competitivas que lo expliquen, sino justamente porque controlan los mercados que operan. El estudio del Banco Mundial documenta los monopolios en minería, telecomunicaciones, banca, cerveza, cemento, comercio, bienes raíces e industria tortillera. Se benefician de esta situación que perjudica al país entero. No hay incentivos económicos para que cambien de conducta.

La única fuerza que podría actuar para establecer condiciones de competencia, en las que participaran nuevos actores, sería el Estado. Eso lo saben bien las elites y por eso participan en política. Sin embargo, no lo hacen como otros grupos, es decir, con candidatos que defiendan posiciones particulares. No, ellos juegan de otro modo: apoyan irregularmente a ciertos candidatos y pagan por que otros candidatos no sean electos. Aunque son unos cuantos, su participación es frecuentemente decisiva. Tienen recursos y los gastan para asegurar que sus privilegios se mantengan. Los apoyos pueden ser tan explícitos como los que vimos en la pasada campaña presidencial en la que una agrupación empresarial difundió masivamente espots contra López Obrador, pese a que la legislación expresamente lo prohibe, o pueden ser soterrados, como los que se documentaron en los Amigos de Fox.

Los hay de otro tipo: los monopolios sindicales, que anteriormente eran parte en su totalidad de la maquinaria priísta y en la actualidad están dispuestos a jugar con quien ofrezca mejores negocios. Conocen las cañerías y se han acomodado a las prácticas de la democracia mexicana. Las dirigencias operan como si los sindicatos fueran suyos y los gobernantes en turno lo aceptan. Para el funcionamiento económico son una traba enorme, lo mismo que para que la democracia llegue a los sindicatos; impiden, en consecuencia, que los trabajadores puedan ser apoyo en la lucha por ganar mercados. Son fuente de inequidad, dificultan la creación de nuevos empleos. Son como los otros monopolios.

Nada de esto es nuevo. Lo saben quienes votaron no por un candidato, sino en contra de otro. Querían que el país se modernizara, no que volviera al pasado, como se dijo en la propaganda negra. Eso, por supuesto, no es posible sin combatir los monopolios. Esos monopolios, sin embargo, fueron los patrocinadores del candidato ganador. Así que, otra vez, en este nuevo sexenio tampoco veremos un crecimiento económico alto ni sostenido que combata la desigualdad y disminuya la pobreza. Al contrario, los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.

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