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Domingo 22 de abril de 2007 Num: 633

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El precio único: de libros, lectores y libreros
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Exaltación del asesino
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Reflejos del espíritu
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Exaltación del asesino

Gabriel García Higueras

Con el sensacionalista título de El grito de Trotsky, la casa editorial Random House Mondadori publicó en 2006 el libro del periodista mexicano José Ramón Garmabella que narra la vida y las vicisitudes del catalán Jaime Ramón Mercader del Río, el victimario que en agosto de 1940, encubriéndose bajo identidades falsas, asesinó al dirigente revolucionario León Trotsky en su morada de Coyoacán. Este magnicidio fue la culminación de una escalada de crímenes que, ordenados por José Stalin a mediados de la década del treinta, tuvieron por objeto eliminar toda voz opositora al poder autocrático de la burocracia en la Unión Soviética y destruir la vanguardia revolucionaria del proletariado. La alevosía y la acción brutal con que se consumó el asesinato de Trotsky, convierten el hecho en uno de los crímenes más repulsivos de la historia. Ejecutar la orden de Stalin le valió a Mercader, tras su liberación en 1960, la condecoración de Héroe de la Unión Soviética y, posteriormente, ser huésped del gobierno de Fidel Castro en Cuba, país donde murió víctima de cáncer en 1978.

El libro en cuestión se presenta como la "primera biografía exhaustiva que se hace de uno de los personajes más enigmáticos del siglo XX", según reza la contratapa, y tal como Garmabella (autor de una primera obra sobre el tema en 1972, titulada Operación Trotsky) lo ha declarado, su trabajo compendia treinta años de investigación.

A continuación me ocuparé de ciertos asuntos discutibles y refutables expuestos en dicha obra.

Garmabella dedica espacio considerable a la biografía de Trotsky, ingresando a un territorio que, como intentaré demostrar, le es ajeno. La narración que presenta de la vida del revolucionario se basa enteramente en la importante y conocida obra de Isaac Deutscher, Trotsky, el profeta desterrado, pero sin citarla, como correspondería hacerlo. Si el autor hubiera sido más cuidadoso en su investigación y hubiese consultado, por ejemplo, las memorias del secretario de Trotsky, el francés Jean van Heijenoort (cuya versión en español se publicó en México en 1979), habría tenido presente la advertencia que hace a quienes estudian la vida de Trotsky de no aceptar ninguna fecha ni información contenidas en esa obra sin previa verificación, en razón de que contiene numerosos errores. Consiguientemente, Garmabella reproduce no pocas inexactitudes históricas al tratar del postrer exilio del revolucionario ruso.

Por otra parte, Garmabella sostiene que en 1939, encontrándose en México, Trotsky aceptó viajar a Estados Unidos para comparecer ante el Comité Dies del Congreso de Washington, ya que "pensaba apoyar la proscripción" del Partido Comunista de ese país siempre que ello "le permitiera utilizar la tribuna en ataques contra Stalin". (¿Ecos de las calumnias que en tal sentido desplegaron contra Trotsky el Partido Comunista Mexicano y el líder sindicalista Lombardo Toledano, representantes del stalinismo en México?) Si se hubiera informado mejor, Garmabella sabría que si Trotsky aceptó la invitación del Comité fue para ofrecer su testimonio sobre la historia del stalinismo, lo cual, además, le iba a permitir responder a las acusaciones falsas que se hicieron contra su persona. De ahí que, independientemente de la tendencia política de ese comité (que calificaba de reaccionaria), Trotsky juzgara su participación en éste como un "deber político". Él se manifestó resueltamente contrario al objetivo político del Comité Dies de ilegalizar el Partido Comunista estadunidense.

Resulta cuestionable en extremo la apreciación que Garmabella vierte de la personalidad de Trotsky, a quien presenta como un político arrogante, ambicioso y "nostálgico del poder", y al que equipara con Stalin. Su visión acerca de Trotsky es similar a la que los historiadores oficiales soviéticos difundieron en tiempos de Gorbachov. Sabido es que una forma recurrente de descalificar políticamente a Trotsky ha sido valerse de la distorsión de los hechos históricos. El periodista mexicano va más lejos al hacer afirmaciones temerarias que ni los autores más hostiles a Trotsky en Rusia, especialistas en la práctica de la falsificación, osaron decir: "Como Comisario del Pueblo ordenó la ejecución de campesinos en Tabov, de marineros en Kronstadt y de familias enteras de los oficiales zaristas, mientras daba instrucciones de volar iglesias y creaba los campos de trabajos, donde la negación de asistir significaba el exterminio de la familia." Este tipo de información, como bien podrá suponerse, no halla respaldo en fuentes documentales ni en investigaciones que el autor cite al efecto. ¿Será acaso que Garmabella afirme que Trotsky "no era mejor" que Stalin, para atenuar la monstruosidad del crimen del protagonista de su libro?

De otro lado, será en vano que el lector trate de encontrar en este libro referencia alguna de las obras consultadas. Esta práctica es una falta grave de ética intelectual y resulta inadmisible en un trabajo de investigación, así como la ausencia de información sobre la procedencia de las fotografías publicadas y sus respectivos créditos.

Para que se entienda más claramente el fondo ideológico de este trabajo, citemos lo que el autor dice con respecto al triunfo de Stalin sobre la Oposición: "Mientras él [Trotsky] pertenecía a la élite del poder y su figura resultaba hasta lejana para las masas, Stalin era el producto más acabado de la nueva clase revolucionaria y por lo tanto contaba con el respaldo de esas mismas masas." Como queda advertido, es desde la concepción stalinista que Garmabella refiere la historia de la lucha política en el Partido Comunista soviético, correspondiendo a ésta sus apreciaciones sobre Trotsky. De tal modo, el autor no refiere el control absoluto que la burocracia stalinista ejercía en el Partido y en las instituciones de gobierno, ni tampoco los métodos policiales utilizados para silenciar a la Oposición trotskista, con lo cual Stalin aseguró su triunfo en la lucha interna del Partido Comunista.

Resulta insostenible, asimismo, la versión que ofrece del móvil del asesinato del dirigente comunista Serguei Kirov (que reduce a un asunto de celos amorosos), crimen que sirvió de pretexto al dictador soviético para iniciar las grandes purgas en la urss. Igualmente es discutible la imagen casi benévola que exhibe de Lavrenti Beria, director de la NKVD (la policía secreta soviética), y cómplice de Stalin en materia de torturas y ejecuciones masivas. Del mismo modo, es improbable que Mercader haya participado en el asalto armado a la residencia de Trotsky, en mayo de 1940, suposición que el autor da por verdadera.

Además, al referirse al primer atentado contra la vida de Trotsky, confunde a uno de sus participantes, el llamado "judío francés" (según lo menciona Julián Gorkin en su libro El asesinato de Trotsky), con Mercader, cuando el personaje al que Gorkin alude es Gregory Rabinovitch, agente de la NKVD que tomó parte en la organización del intento de asesinato.

El autor afirma también que el guardia norteamericano Robert Sheldon Harte, quien durante el asalto armado a la casa de Trotsky fue secuestrado y, más tarde, asesinado, "fue simplemente un compañero de viaje para los asaltantes". Con esto ignora que, tras la apertura de los archivos de la antigua urss, se confirmó que Sheldon Harte había sido un agente stalinista infiltrado en el entorno de Trotsky.

La tesis central de la obra plantea que Mercader "no fue un sicario" sino un comunista sincero, un "idealista" que llevó a cabo el crimen por voluntad propia, convencido de su misión revolucionaria, y que mantuvo silencio por fidelidad a la Unión Soviética. Sin embargo, Garmabella se cuida de ocultar un hecho que contradice su tesis. Luego de atacar a Trotsky, cuando los guardias comenzaron a golpear a Mercader, el asesino dijo algo que nunca más volvería a repetir: que había sido obligado a realizar esa acción y que tenían encarcelada a su madre. ¿Asesinar a Trotsky fue un acto de convencimiento, guiado por el idealismo revolucionario, o más bien Mercader cumplió órdenes de sus superiores de la NKVD bajo la amenaza de que él mismo y sus familiares sufrieran las consecuencias de su negativa? Asimismo, el silencio posterior de Mercader debe interpretarse sobre todo como una medida de autoprotección, ya que de haber revelado a quien servía, la policía de Stalin lo hubiera eliminado de inmediato.

Otro de los aspectos censurables del libro, y que evidencia poco respeto por la verdad de los hechos, es lo que se dice sobre la actitud de Trotsky ante su propia muerte. Según Garmabella, Trotsky estaba cansado de vivir acosado por el peligro de ser asesinado, y afirma que en su testamento declaró que sentía cercano el final por causa de la arteriosclerosis que lo afectaba, situación que lo llevó a pensar en el suicidio, añadiendo que "prefirió ser asesinado antes que morir en la cama o suicidarse. Era mil veces mejor pasar a la Historia como mártir y víctima del estalinismo". Debe precisarse que en la adenda a su testamento, Trotsky anotó, el 3 de marzo de 1940, la eventualidad de que, por causa de su hipertensión arterial, muriera de un derrame cerebral. Y, en el caso de que éste le ocasionara una prolongada invalidez, admitió la posibilidad de la autoeliminación. Se entiende que Trotsky considerara esto en una hipotética situación de incapacidad física que le impidiera proseguir su lucha revolucionaria que, como bien sabemos, era la razón de su existencia. Esto no significa, en absoluto, que el revolucionario hubiera renunciado a la vida, como lo plantea Garmabella. Muy por el contrario, Trotsky le otorgaba gran valor, y prestaba la máxima importancia a la labor que en ese momento realizaba en pro de la Cuarta Internacional. Además, existen testimonios (entre ellos, el de su nieto Esteban Volkov), que aseguran que, tras sobrevivir al primer atentado contra su vida en México, Trotsky irradiaba júbilo por haberse librado de un asalto armado tan meticulosamente organizado. ¿Tres meses después de este hecho, Trotsky iba a preferir morir a manos de sus enemigos? La sugerencia de Garmabella no resiste el menor análisis.

Por otra parte, sorprende la superficialidad con que el autor se refiere al voluminoso estudio de la personalidad del asesino de Trotsky, realizado por los criminólogos José Gómez Robleda y Alfonso Quiroz Cuarón, que es el examen más exhaustivo que se le haya practicado a un asesino. En éste se concluyó que Mercader tenía un grado de cultura general "muy superficial y notoriamente deficiente" y que poseía conocimientos elementales sobre comunismo. Así también, el estudio concluía que el criminal ostentaba los rasgos "para ser enviado a matar" y reunía "los más graves caracteres de peligrosidad social". De todo ello Garmabella no dice una sola palabra.

En otro punto, este autor sostiene que la identidad falsa de Mercader, mientras vivió en la URSS, fue la de Ramón Pavlovich López. Sin embargo, en su tumba, en el cementerio Kuntsevo de Moscú, la lápida llevaba inscrito otro nombre: Ramón Ivanovich López.

Estas son algunas de las principales inexactitudes y deformaciones históricas, amén de otros puntos cuestionables, que trae la citada biografía en su intento de exaltar al asesino de Trotsky. De otra parte, la ausencia total de referencias bibliográficas y documentales y la poca confiabilidad de sus fuentes, hacen que este libro sea prácticamente inutilizable como obra de consulta. Se trata, a la vez, de un trabajo superficial y superfluo, de inocultable tufillo stalinista. En definitiva, una obra prescindible.