Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de abril de 2007 Num: 633

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

¿Para qué sirve hoy
la poesía?

RODOLFO ALONSO

El precio único: de libros, lectores y libreros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Exaltación del asesino
GABRIEL GARCÍA HIGUERAS

Reflejos del espíritu
RICARDO VENEGAS entrevista
con JAVIER SICILIA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

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BUSCANDO LAS PALABRAS EXACTAS

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

NOVELA


Alberto Barrera Tyszka,
La enfermedad,
Anagrama,
Barcelona, 2006.

Andrés Miranda acaba de recibir los resultados de unos exámenes clínicos. Es doctor y, como tal, no debe sorprenderse por la contundencia que reportan unas cuantas placas. Sin embargo, en esta ocasión, el paciente es su padre. O mejor, es a su padre a quien ha obligado a realizarse una serie de estudios. Por eso es que Andrés no sabe cómo reaccionar ante la inminencia del diagnóstico: no le cabe la menor duda de que tiene cáncer. Peor, es terminal y ha hecho metástasis en los pulmones.

La relación con su padre es compleja. Tras la muerte de su madre en un accidente aéreo, fue él quien se encargó de su educación, de apoyarlo cuando decidió estudiar medicina aun cuando se nota que no es lo que más le apasiona. En dado caso, decidió quedarse en el área de la investigación teórica sin tener que enfrentarse a pacientes de carne y hueso. Y no sólo por la reacción ante la sangre, ante el cuerpo enfermo, sino también porque sigue sin saber cómo comunicar palabras que abren la puerta de la fatalidad. Andrés Miranda insiste en que debe hacerse de golpe, sin darle vueltas al asunto, sin ofrecer falsas esperanzas cuando la muerte ya se ha instalado en los tejidos del paciente.

Pero todas sus teorías se vienen abajo cuando debe comunicárselo a su padre. En un primer momento, le oculta la realidad. Le dice que está bien, que tendrá que hacerse otros estudios sólo para confirmar el estado de su salud. Los niveles de estrés a los que ha llegado se multiplican al enfrentarse con Ernesto Durán, quien padece una hipocondría poco común: está convencido de que el único doctor que puede salvarlo es el propio Andrés. Atrincherado tras su secretaria, se rehúsa a atenderlo, a tomarle las llamadas. Entonces aventura una nueva estrategia: los correos electrónicos se van acumulando en una cuenta que sólo abre Karina quien, de pronto, se ve inmersa en una relación de codependencia con Durán.

Andrés se lleva de viaje a su padre a la misma isla a donde él lo llevó tras la muerte de su madre. Busca el momento preciso para comunicarle el diagnóstico. Pero las oportunidades se crispan cuando la circunstancia parece ser idónea. Se lo suelta en el viaje de regreso, como si nada, como un comentario cualquiera. Es entonces cuando llega de golpe la enfermedad. La conciencia de ésta es un arma que la activa y que va desencadenando, uno a uno, todos los pasos de la sintomatología. Conforme su padre se va muriendo, Andrés Miranda piensa en lo difícil que es encontrar las últimas palabras. Poco es lo que se le puede decir a una persona a punto de morir, poco es lo que puede convencerle de que las cosas han sido buenas y vale la pena resignarse. Será una búsqueda por las palabras precisas, aunque nada garantiza que se encontrarán.

Respecto a los premios literarios, es mucho lo que puede decirse. Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) ha obtenido el XXIV Premio Herralde de Novela. Con la reserva de no conocer al resto de los contendientes, puedo asegurar que es un premio bien otorgado. La enfermedad es una novela poderosa e intensa, que parte de las pausas y los silencios para crear un ambiente desolador e íntimo donde, lo que más importa, es la posibilidad de verse reflejado por una avalancha de confrontaciones.


TODOS LOS LUGARES SON EL MUNDO

JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS

POESÍA


Cosme Álvarez,
Vivo sueño,
Ediciones sin nombre/ difocur, Sinaloa,
México, 2006.

Vivo sueño, de Cosme Álvarez es un libro compuesto por un solo poema de amplia extensión. Puede considerarse también un vasto impulso poético que se multiplica y se reengendra conforme sus nueve cantos se desarrollan. Pocas veces el término de cantos está tan bien empleado como en esta obra. Se trata de amplios despliegues de sonoridad verbal y de versificaciones que son indudablemente eufónicas en la lengua castellana. Endecasílabos en su mayor parte –o bien sus aliados naturales: heptasílabos y alejandrinos– sustentan con logrado poderío este ambicioso libro. El noveno canto, por ejemplo, es el más extenso del conjunto y está integrado por más de setecientos versos endecasílabos. En él hay evidentes paráfrasis o citas a Piedra de sol, de Octavio Paz y a Muerte sin fin, de José Gorostiza.

Dentro del género literario de la poesía, el así denominado poema extenso podría ser considerado, por sus particularidades y desafíos, un género dentro de otro género. Comparando a la poesía con la música, el poema extenso sería el equivalente de la ópera. La summa estructural en la que se exploran los límites de un arte. Es el espacio donde se ponen a prueba todos los recursos y registros que el oficio del compositor puede ofrecer. Tanto en la composición de una ópera como en la de un poema extenso, la amplitud del formato puede ser lo mismo una oportunidad para los máximos alcances expresivos que un maratón insuperable donde la armonía se pulveriza.

No me cabe duda de los numerosos momentos de brillantez poética, afinada sonoridad y emocionante fuerza del nuevo libro de Cosme Álvarez. Quiero citar un par de ejemplos. Primero este fragmento, que recuerda la épica prosodia amorosa de Rubén Bonifaz Nuño: "El mundo queda solo:/ tú y yo vamos/ ardiendo en la vigilia,/ cautivos del silencio que perdimos,/ cayendo sin opciones en el mundo./ El sueño que nos queda es este ruido/ que hacemos al mirar con los recuerdos/ –silencio lateral de lo existente–./ Perdimos nuestro pulso, el de la lumbre,/ y entramos a una noche de palabras/ sin sangre, anodinas, sin destino./ Hundidos dócilmente en la vigilia,/ en esta certidumbre asimilada,/ no queda más cansancio que la muerte."

O este otro donde, bajo el magisterio de una muy frecuente metáfora paciana: la pareja como naturaleza, la fusión erótica como árbol en crecimiento, se resumen, además, los temas centrales de este libro: "El amor deletrea nuestros nombres,/ somos viento y tormenta en el estanque,/ rizoma prolongándose en la risa;/ la raíz que hondamente nos sostiene/ resplandece en el tronco, se hace boca,/ se hace risa en el árbol que engendramos."

Este par de fragmentos aluden, en mi opinión, también a los temas centrales de este Vivo sueño: el amor y la pareja como fuente, posiblemente última, de sentido; la realidad aprehensible como una sucesión de escalones o estadíos entre la vigilia y el sueño; la conciencia como simulacro apasionado de un sentido que sólo puede ser momentáneamente asido o transfigurado por un lenguaje, que bien podría ser el de las palabras pero que, aun con ellas, es finalmente el de la música.


UN CRÍTICO DE GENIO

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

ENSAYO


Clement Greenberg,
La pintura moderna y otros ensayos,
Edición Félix Fanés/Siruela,
Madrid, España, 2006.

A finales de mayo de 1994 moría en Estados Unidos Clement Greenberg. Tenía ochenta y cinco años y era uno de los críticos de arte más brillantes y respetados de la segunda mitad del siglo XX. Sus ideas políticas le llevaron a participar desde 1939 en la Partisan Review, donde al principio escribió sobre temas políticos y culturales. Curioso, puesto que su formación fue virtualmente autodidacta, se había forjado en un disciplinado y nada indulgente aprendizaje de la mirada. En 1942 empezó a colaborar como crítico de arte en la revista The Nation, con la que rompió en 1951 por ideas políticas. Abandona el artículo mensual y continúa publicando en diversos periódicos -Art News, Arts Magazine, New York Times Book Review y New York Times Magazine. A partir de esos años su actividad se centra en el comisariado de exposiciones y va a demostrar el dinamismo de sus reflexiones teóricas.

Entre los críticos de su generación se multiplicaron las conversiones al arte moderno: Meyer Schapiro, Thomas B. Hess y el intempestivo Harold Rosenberg, todos dotados de una apreciable capacidad visual que los convierte en discutidos referentes casi intemporales del diálogo artístico. Pero el caso de Clement Greenberg (1909-1994) era singular y apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva: el descubrimiento colosal de la pintura de Pollock, la complejidad cultural del expresionismo abstracto, considerado desdeñosamente desde una moral de guerra fría, y la grandeza artística de algunos de sus miembros como Arshile Gorky, Mark Rothko, Robert Motherwell, Willem de Kooning, Esteban Vicente o Franz Kline, son hallazgos del crítico difíciles de disolver en la "prosa del tiempo".

Greenberg descubrió el arte a partir del arte y con el pretexto de Picasso. Diversas reproducciones, entre ellas Guernica, le impresionaron de tal modo que renunció al viejo didactismo decimonónico –toda pintura debe contar una historia– y se lanzó a interpretar el vocabulario formal abstracto del arte: los ritmos formales generan la tensión expresiva que cautiva la mirada del espectador.

En La pintura moderna... se recogen algunos de sus ensayos más brillantes escritos entre 1939 y 1960, período en el que fraguó su prestigio internacional. Quizá tenga razón Arthur C. Danto cuando dice que a Greenberg lo perdió el triunfo de la cultura pop, que sigue determinando actualmente el destino de cualquier creación artística. Como si viera venir la catástrofe que se avecinaba sobre el arte, en 1939 publicó un artículo titulado "Vanguardia y kitsch", el primero de la recopilación antológica que comentamos, donde establecía una distinción entre ambos, cuya vigencia sorprende, principalmente en lo que afirma sobre cómo el kitsch se deja fascinar por los efectos de una obra de arte, mientras que la vanguardia lo hacía con el proceso de la misma; es decir, que el kitsch era, en esencia, efectista, y la verdadera vanguardia, intencionalmente al menos, creativa. Un gran acierto de Greenberg fue advertirnos que el arte atravesaría una crisis profunda, a partir de un espectáculo mediático, dialogando sobre la banalidad, que es en la actualidad de una preocupación escalofriante.


La viuda y el loro,
Virginia Woolf, ilustraciones de Concha F. Montesinos,
Gadir Editorial,
España, 2006.

Pensado para un diario familiar que hacían sus sobrinos, Virginia Woolf escribió este cuento que, desde luego, es disfrutable no sólo por el público infantil al que va dirigida esta muy buena edición.


Cómo se salvó Wang-Fo,
Marguerite Yourcenar, ilustraciones de Georges Lemoine,
Gadir Editorial,
España, 2006.

Como el anterior, este volumen forma parte de una colección que busca acercar grandes escritores al pequeño lector. Aquí se adapta un cuento emanado de los conocidos Cuentos orientales.


Sobre un muro de aire,
José María Espinasa,
Calamus/Conaculta-INBA,
México, 2006.

Hipótesis, Fragmentos del caracol, Ronda del camaleón, El canto de la sirena, Límites, Sobre un muro de aire, Antes y El agujero del calcetín, son los apartados del más reciente poemario del colega, amigo y colaborador José María Espinasa.


La pausa figurada, Angelina Muñiz Huberman/
Llegar, Tomás Segovia/
Oración del retorno (tikun), Esther Seligson/
Turba, Pedro Serrano/
Ediciones sin nombre,
México, 2006.

Cuatro volúmenes, los más recientes de cada autor, que aparecen bajo uno de los sellos editoriales más constantes y dedicados a la difusión de la poesía contemporánea.


Así la voz,
Francisco Torres Córdova,
Conaculta,
México, 2006.

El aliento poético de Torres Córdova, también traductor del griego y editor de este suplemento, se escucha en el que es su tercer poemario después de La ranura en el ojo (1981) y La flauta en el desierto (1994).