Usted está aquí: domingo 29 de abril de 2007 Opinión La niñez mexicana, entre la espada y la pared

Editorial

La niñez mexicana, entre la espada y la pared

El Día del Niño es una de las celebraciones más promocionadas en México. No es para menos, después de todo los menores representan el futuro. Lamentablemente, miles de infantes mexicanos no tienen nada que festejar y enfrentan situaciones que ponen en peligro su desarrollo y el del país.

La seguridad de los niños es responsabilidad de sus parientes adultos o de las autoridades, en caso de faltar aquéllos. Pero la realidad es que cada día hay más infantes en condiciones de extrema vulnerabilidad. Abandonados por sus padres y asediados por un entorno ofensivo, los menores se las tienen que arreglar como pueden para sobrevivir.

El Distrito Federal es un buen ejemplo de las difíciles condiciones que deben enfrentar muchos pequeños. Se calcula que, de 1999 a la fecha, 12 mil familias del DF en promedio pidieron permiso a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social para que sus hijos trabajen. Dadas las precarias condiciones económicas del país, los padres se ven en la necesidad de emplear a sus vástagos para completar el gasto, lo cual significa, muchas veces, que dejen de golpe de ser niños, algo que los marca para siempre y limita sus oportunidades de crecimiento de cara al futuro.

En este sentido, la Organización Internacional del Trabajo señala que, ante este panorama, es claro que "no existe respeto total a los derechos de los niños, pues cada vez es mayor la demanda de trabajo para este sector".

El problema es mucho mayor, en realidad, pues existe un "mercado negro", en el que cientos de menores hacen casi lo que sea para obtener algunas monedas, en las más horribles condiciones. La gravedad del asunto radica, en gran parte, en que no existen estadísticas fiables que den cuenta del número de infantes que trabajan en las calles de la ciudad de México.

Los niños de la calle son un problema que debería avergonzar a toda la nación. De acuerdo con datos oficiales, las instituciones públicas y privadas de la capital mexicana atienden a unos tres mil pequeños desamparados. Muchos de ellos tienen problemas de adicción y arrastran tras de sí historias de maltratos.

No son pocos los que enfrentan abusos sexuales, ante la indiferencia de autoridades y legisladores. Diputados del Partido de la Revolución Democrática denunciaron que en el DF unos 5 mil niños son víctimas de la explotación sexual; datos de la UNAM señalan que 16 por ciento de las 500 sexoservidoras de La Merced tienen menos de 18 años. Ante este panorama, resulta patético que en el DF la pederastia se tipifique actualmente como un delito menor.

Para colmo, la principal arma para combatir la exclusión y la indefensión que padecen estos niños, la educación básica gratuita, queda de hecho cancelada. De acuerdo con un estudio de la Unicef, por lo menos 34 mil defeños de entre cinco y 14 años no asisten a la escuela debido a la criminal pobreza en la que viven.

La situación es aún peor en comunidades marginadas, como las indígenas. La Unicef señala que los niños indígenas tienen 5.5 veces más posibilidades de no estudiar que sus pares mestizos.

Los datos anteriores revelan sólo una pequeña parte del problema, pues en el resto del país los menores no encuentran mejores condiciones de vida. De hecho, en amplias zonas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas los niños viven un verdadero infierno.

En suma, más que festejar, es urgente establecer medidas para rescatar a parte importante de la niñez mexicana, expuesta a abusos y maltratos, condenada a la eterna marginación, expulsada de la sociedad. Las autoridades tienen ante sí un gran reto para blindar a la infancia en su conjunto y garantizar el pleno acceso a sus derechos humanos. No hay que olvidar que ellos, los niños, deben construir el México del siglo XXI. Si no se hace nada para resolver este problema, se compromete el futuro del país.

 
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