Usted está aquí: domingo 29 de abril de 2007 Opinión Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

Licencia para vivir

En la calle se escucha un grito: "¡Apúrate, ya es muy tarde. Si no bajas, me voy!" Entre sueños, Paulina capta la advertencia. Sabe que no va dirigida a ella, pero la atemoriza. Con una sensación de náusea, se yergue en la cama. Al verse reflejada en el espejo del tocador, se cubre con la sábana, como si el desconocido amenazante que gritó en la calle pudiera verla con el cabello en desorden y la cara envejecida por el maquillaje trasnochado y el maldormir.

Se mantiene en tensión. Oye el motor del coche que se aleja. Ya no podrá dormir y, sin embargo, vuelve a desplomarse sobre la almohada. Aprieta los párpados, que le arden como si hubiera llorado, y procura concentrarse en lo que hará este martes, el primero en dos años en que Fabricio no la llamará por teléfono para concertar la hora y el sitio de su encuentro. Intenta huir de esos pensamientos cambiando de posición, pero la pesadez del cuerpo se lo impide. Se toca la frente con la esperanza de tener fiebre. Unos cuantos grados serían suficientes para justificarse ante sí misma y posponer la decisión de tomar las riendas de su vida.

II

Las puso en manos de Fabricio, pero anoche decidió recuperarlas. "Paulina, no me digas que quieres terminar lo nuestro nada más porque una mesera, con el afán de ser amable, nos hizo una broma estúpida". "Sólo dijo la verdad: parezco tu tía y con el tiempo pareceré tu madre o tu abuela. Desde que comenzamos a estar juntos pensé que iba a llegar este momento".

Fabricio la obligó a detenerse: "Sabes que jamás me ha importado que seas mayor que yo. Hoy cumpliste tus maravillosos 50 años. Quédate allí, espérame, no tardaré en alcanzarte. Quiero que terminemos pareciéndonos a los matrimonios que duran muchos años, confesándonos nuestras debilidades, dándonos fuerzas para sobreponernos al tiempo visitando al mismo geriatra. ¿Te imaginas?"

La imagen provocó la sonrisa de Paulina: "Será terrible. Mientras el médico me ausculta pensaré que estás cortejando a las enfermeras". Fabricio se detuvo y miró al suelo: "Cuando yo era niño mi madre trabajaba en un restaurante como galopina. Se vestía toda de blanco, desde la cofia hasta los zapatos. A partir de que se uniformaba no me permitía abrazarla para que no fuera a mancharle la ropa. Odio el color blanco. Tendrás que ponerte celosa de otras mujeres que no sean enfermeras".

La tomó del brazo y siguieron caminando juntos en silencio. Al llegar al edificio, Paulina estiró la mano: "¿Me entregas mis llaves?" El se resistió una vez más: "No hagas esto. Piensa en el tiempo". "Porque lo pensé, tomé la decisión". "Por los dos. Decidiste por los dos. ¿No te parece una actitud muy arbitraria?"

Paulina levantó los hombros: "Si quieres tomarlo así..." "Crees que nuestras edades son una razón para que nos separemos, pero yo opino lo contrario: precisamente por eso tenemos que aprovechar la maravillosa oportunidad que nos ha brindado la vida. El tiempo pasa muy rápidamente y no podemos perderlo.

¿No crees que tengo razón?"

Ella se aferró a su silencio. "Siempre has impuesto tus condiciones. Acepté tu decisión de que no viviéramos juntos, pero esto..." "Por favor... Mis llaves".

Paulina abrió la puerta y la cerró de golpe. Alcanzó a oír el último intento de Fabricio por retenerla: "Tienes que darte cuenta de que eres injusta con los dos". Para no caer en la tentación de dar marcha atrás, ella subió la escalera de prisa. Entró en su departamento, encendió las luces y lo miró todo como si nunca antes lo hubiera visto.

Mientras iba hacia la recámara celebró haberle prohibido a Fabricio dejar objetos personales en su casa. Desde que comenzaron la relación impuso sus reglas sin entender los motivos que ahora le resultan claros: ahorrarse por adelantado el dolor de empacar la ropa, los libros, la agenda y la rasuradora de Fabricio, y luego sobreponerse al vacío dejado por cada uno de esos objetos.

Sin desvestirse, maquillada, se tendió en la cama cubierta con una colcha blanca. Paulina recordó lo que Fabricio acababa de revelarle acerca de su madre. Le extrañó que él nunca antes lo hubiera mencionado. En otras condiciones habría podido llamarlo por teléfono para pedirle explicaciones y con ese pretexto enfrascarse en una larga conversación.

Con frecuencia, después de separarse, se comunicaban por teléfono para establecer una especie de relación clandestina que a veces adquiría los registros de la absoluta intimidad. Al darse cuenta de que nunca más iba a repetir esa experiencia, Paulina lamentó no haber tomado con las conferencias nocturnas la misma precaución que había tenido con los objetos personales.

Se prohibió seguir pensando en eso y recordó un consejo de su padre: "Los leones, antes de atacar, duermen".

III

Paulina arrancó la hoja del calendario y leyó el horóscopo en el anverso: "Enfrentará una prueba difícil. Logrará superarla si escucha la voz del sentido común: el menos común, pero el más sabio de todos los sentidos". Arrojó el papel y se quedó mirando la nueva fecha: "Martes 14". Era el primer paso hacia los cincuenta y un años. Debía aprovechar el tiempo y, por lo pronto, mantener su rutina. Cargó la cafetera y se apresuró al baño; apenas tenía tiempo para llegar a su trabajo, una productora de comerciales.

Mientras se bañaba, advirtió el primer cambio en su nueva vida: por primera vez en dos años Fabricio no iba a pasar a recogerla y ella tendría que conducir su automóvil. En cuanto terminó de vestirse fue a buscar su licencia. Al verla, recordó que había expirado un año antes. Lamentó darle la razón a Fabricio: "Aunque uses poco tu coche, refréndala. Puedes hacerlo en un centro comercial en el que haya oficinas de Hacienda. Te tomará 20 minutos y evitarás problemas con la policía". "Nunca he querido tenerlos, y menos ahora", murmuró ella rumbo a la puerta.

IV

Paulina encontró semivacío el estacionamiento del centro comercial. Consideró que el trámite de renovar su licencia iba a tomarle menos tiempo del que pensaba y llegaría puntual a la oficina. Ahora, más que nunca, era importante conservar el trabajo y, sobre todo, mantener la relación con sus compañeros.

En el módulo de licencias había una fila de tres personas esperando turno. Paulina tomó su lugar y enseguida llegó otra mujer con el cabello húmedo y la cara brillante de crema. La recién llegada abrió su bolsa, extrajo unos papeles y se puso a darle explicaciones: "Siempre traigo copias fotostáticas de mi acta de nacimiento, por si acaso la necesito. Aunque no creo que vayan a pedírmela, porque nada más quiero refrendar mi licencia. ¿Usted, a qué viene?" Paulina apenas le respondió: "A lo mismo".

Pese al tono cortante, la desconocida no renunció a la posibilidad de seguir charlando: "¿Y por cuánto tiempo piensa pedirla? Yo, por cinco años, porque como ya estoy grande a lo mejor luego no quieren dármela". Al notar que sus deducciones interesaban a Paulina, siguió hablando: "En el momento en que se le presentan a uno las oportunidades tiene que aprovecharlas, porque luego quién sabe... Por ejemplo: si a mi esposo se le ocurre que nos vayamos por allí, a pueblear, enseguida le tomo la palabra. Así le hago con todo. A las oportunidades hay que agarrarlas de las greñas, porque si no, se pasan y otros las aprovechan. ¿Por qué me mira así? ¿No cree que tengo razón?"

Paulina recordó lo que había leído en la hoja del calendario y marcó el número de Fabricio. En cuanto escuchó su voz, murmuró una explicación: "Alégrate, por fin te hice caso: vine a refrendar mi licencia... Ah, y al salir de aquí pienso ir a comprar una colcha nueva... De acuerdo, iremos juntos el sábado".

 
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