Usted está aquí: lunes 30 de abril de 2007 Opinión César Rincón

José Cueli

César Rincón

César Rincón ha plasmado en la Real Maestranza de Caballería Sevillana todo el carácter de su toreo colombiano que se yergue muy alto y pleno de naturaleza. Con los ojos de frente, de cara a las más altas cumbres del arte de lidiar reses bravas, sin esquivar la mirada, lleno de inspiración y rencor, ante las humillaciones recibidas en la historia taurina por los toreros latinoamericanos. Todo con la elegancia majestuosa que le permitió, una vez más, rasgar la brisa delgada que venía del río Guadalquivir en un desafío de muerte en que vivió instantes interminables en las astas del toro de Domec, en corrida que se despedía de los ruedos en ese coso.

Ha toreado César Rincón clásicamente; de frente y echando la muleta adelante, al embarcar, templar, mandar y recoger con una hondura que enterró en el ruedo amanzanillado de la aristocrática plaza y remató con volapié recibiendo con el vaho de lo inédito que emanaba de su interior en busca de belleza. César encontró su alma en esta feria sevillana, llena de triunfos y grandes faenas, como hacía tiempo no sucedía.

Cesar Rincón ahondó en el pasado para encontrar su propia sustancia. La sensibilidad del artista colombiano quedó impresionada por la fe de este torero que se propuso desde sus grandes apoteosis madrileñas de hace años resucitar el alma latinoamericana torera y diferenciarla de la española hasta enloquecer a los aficionados con ese canto suave. César tiene en sus venas sangre española, pero sigue siendo latino; esa boca que guarda un silencio hermético y un mohín de desdén que no cambia por el dolor. César resucitó el toreo de América, el de Rodolfo Gaona, Armillita, Garza, Arruza...

Feria sevillana con supe de aristocracia y fiebre en la cintura con triunfos resonantes de El Cid, Morante de la Puebla y la nueva figura Alejandro Talavantes. De entre ellos se levantó César Rincon en su despedida de esa plaza, opacando a los Ponces, Julis... Y a una nueva figura en el mundo de los rejoneadores, Diego Ventura, que le tambaleó su trono a Pablo Hermoso de Mendoza, a pesar de haber triunfado. El abril sevillano guardaba su secreto; el aliciente de lo imprevisto.

 
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