Número 130 | Jueves 3 de mayo de 2007
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Placeres abyectos y subjetividad gay

¿Qué es lo que quieren los hombres gays?

Algunos varones homosexuales extraen placer intensificado de la experiencia del dolor, miedo, rechazo, humillación, desdén, vergüenza, brutalidad, ira o subyugación. La identidad gay y sus implicaciones sociales y de salud sexual es el tema que aborda este ensayo del profesor de literatura de la Universidad de Michigan y especialista en historia de la homosexualidad David Halperin.

 

Por David M. Halperin

Alarmados por las indicaciones de que entre 30 y 60 por ciento de los hombres seronegativos en los Estados Unidos, especialmente hombres gays jóvenes, practicaban regularmente coito anal sin protección y con parejas cuyo estatus serológico era desconocido o se sabía positivo, el activista Michael Warner —en un ensayo brillante, en el número de enero de 1995 del Village Voice, llamado “Inseguro: Por qué los hombres gay tienen sexo arriesgado”— temía que “los niveles de infecciones explotarían” y desenlazarían una “segunda oleada” de la epidemia de VIH/sida entre hombres gays. (Esto de hecho no ocurrió, pero era razonable que Warner y los otros se preocuparan en ese momento).
Para el invierno de 1994-95, era claro para Warner que las guías establecidas para el comportamiento sexual gay masculino que habían sido realizado diez años atrás en los Estados Unidos con la meta de parar la transmisión de VIH, ya no estaban logrando contener los complejos asuntos prácticos y éticos a los que se enfrentaban los hombres gays. Porque en ese momento —es decir, en el intervalo entre el colapso de la esperanza de la eficacia terapéutica de largo plazo del AZT y la emergencia de terapias anti-virales más efectivas que combinaban inhibidores proteasicos— los hombres gays estaban teniendo que hacer lo que parecían ser cambios definitivos y permanentes en sus vidas sexuales bajo la presión de una amenaza incansable de infección letal.
Bajo esas condiciones, una estrategia de prevención diseñada para eliminar todos los riesgos de transmisión de VIH inevitablemente fallaría catastróficamente. La eliminación de riesgo es virtualmente imposible de sostener en el largo plazo, y es probable que resulte en lapsos periódicos altamente riesgosos. Warner sugirió una reevaluación radical de las estrategias estadounidenses de educación y prevención dirigida a hombres gays y, como un esencial primer paso hacia esa meta, imploró que se formara “una mejor cultura de discusión”. Luego, en una movida confesional, valientemente se presentó a sí mismo como parte del problema: en dos ocasiones recientes había tenido relaciones sexuales anales sin protección, a pesar de conocer bien los riesgos.
Con esta confesión, Warner localizó, no tanto en sus psiques sino en el mundo social de los hombres gays, la fuente de lo que parecía ser comportamiento incomprensible o auto-destructivo. Warner hizo énfasis en tres factores que pueden contribuir a la disponibilidad de hombres seronegativos para tener relaciones desprotegidas: “profunda identificación con hombres positivos, ambivalencia acerca de la supervivencia, y el rechazo a la vida normal”.

El gozo de la rendición
“La abyección continua siendo nuestro sucio secreto”. La abyección, entonces es de lo que tenemos que hablar, cuando hablamos acerca de qué significa tener metida la verga de otra persona en nuestro culo o tener a alguien que se venga en nuestras bocas. Necesitamos admitir nuestro placer en el rendirnos, rendirnos a otras personas y a los impulsos dentro de nosotros.
La abyección nos remonta de Kristeva a Sartre, quien la hizo el foco de su extensa meditación en la fenomenología social de la homosexualidad en Saint Genet. De allí, puede ser trazado de regreso a Jean Genet mismo, quien la usaba ocasionalmente a través de sus escritos tempranos, comenzando con su primera novela, Nuestra Señora de las flores, en 1942, pero quien luego la hace un leitmotiv de su obra maestra de 1949, El Diario de un Ladrón. Genet mismo tomó la idea de la abyección del trabajo de su conocido Marcel Jouhandeau, un escritor derechista, católico gay, quien parece haber derivado el término de la espiritualidad cristiana, y para quien la homosexualidad servía de vehículo para experimentar, en una perversa imitación de Cristo, el odio del mundo. Jouhandeau catalogó las vicisitudes sociales a las que lo orillaba su deseo homosexual en un extraordinario, influyente y ahora olvidado libro, publicado en 1939, llamado De l’abjection.
Desde su trabajo más temprano, Genet celebraba la habilidad espiritual del ser abyecto para sobreponerse a la experiencia social de la humillación y transformarla, a considerable costo personal, en una exaltación perversa. Piénsese en la famosa escena al final de El milagro de la Rosa, en donde un grupo de niños en un reformatorio de Mettray atormentan a otro niño tomando turnos escupiéndole a distancia hacia su boca abierta. Asumiendo ese “exceso de horror,” Genet se apropia de la posición de sujeto del niño perseguido y narra el incidente desde su propia perspectiva: “Hubiera tomado muy poco transformar este atroz juego a uno caballeroso, para que en vez de escupitajos, hubiera sido cubierto con rosas… recé a Dios que doblara un poco Su intención, hacer un movimiento en falso para que los niños, ya no odiándome, me amaran”. En la medida que se acercan los niños, en la medida que su excitación asesina crece, su víctima logra una gravedad exaltada: “Ya no era una adúltera a punto de ser apedreada sino un objeto empleado en un rito de amor. Yo deseaba que me escupieran más, con más gruesas viscosidades”. La transmutación alquímica de la humillación social hacia la glorificación erótico-religiosa no es un asunto de psicología aquí, excepto en el sentido trivial que ocurre en la vida interna del individuo: es una respuesta social a la degradación, una bien lograda resistencia existencial a la experiencia social de ser dominado. Es menos un asunto de triunfo sobre tus adversarios que un proceso de hacerte inencontrable por aquellos que te destruirían —a través de descubrir en el mismo proceso de rendirse y de humillación, los medios eróticos y espirituales para tu propia transformación y transfiguración.

El poder transformativo de la abyección
Michael Warner nos había pedido que consideráramos la posibilidad de que la abyección podría ser la verdad secreta por la cual algunos hombres gay practican sexo arriesgado; podría ser que la posibilidad de ser infectados con VIH los conecta con el placer que reciben en la transgresión y la degradación. Supongamos que Warner tiene razón. ¿Qué conclusiones podríamos derivar de este diagnóstico? La respuesta depende en la manera que entendemos la abyección. Si, por un lado, la abyección se refiere a algo profundo en la estructura psíquica de la homosexualidad que causa que hombres gays busquen su propia aniquilación, esa idea —por muy interesante o repugnante en sí misma— parece tener poco uso práctico para la prevención de VIH/sida, excepto en la medida que explica por qué fracasan los esfuerzos de prevención. Si, por el otro lado, la abyección le pone nombre a la situación social que nos fuerza, para sobrevivir, a resistir la aplastante carga de la vergüenza, a adquirir placer de nuestra exclusión de la escena de pertenencia social, y de alguna manera, transmutar el rechazo hacia la glorificación, entonces la abyección parecería tener algunos usos vitales. No representaría un muy oscuro o profundo secreto, del tipo que sólo el psicoanálisis puede revelar, sino un fenómeno social observable, cuyas implicaciones para la prevención de VIH/sida esperan una cuidadosa deliberación. Después de todo, la genialidad del sexo gay —y no sólo del sexo gay— reside precisamente en su habilidad de transmutar experiencias desagradables de degradación social hacia experiencias de placer. En vez de preocuparnos acerca del atractivo sexual de la humillación para los hombres gays, entonces lo que realmente deberíamos de estar haciendo es pensar concretamente acerca de cómo movilizar el poder transformativo de la abyección, cómo hacerlo que trabaje para nosotros.
Es posible reconocer los placeres que obtienen los hombres gay en el rendirse sin decretarles un profundo deseo de ser aniquilados o imaginarlos como poseídos. Y eso debería facilitarnos el hablar abiertamente acerca de la fascinación de la abyección, porque ahora no tendremos que preocuparnos si esa conversación parecerá patologizante o punitiva. Más importante, sin la posibilidad de regresar a lugares comunes de la teoría psicoanalítica, no podremos evitar preguntarnos por qué algunos de nosotros, aquí, ahora, asumimos riesgos en nuestras prácticas sexuales. No podremos tan fácilmente ignorar los factores específicos, contingentes, históricos, como la gran falta de un discurso oficial en los Estados Unidos y un estándar comunitario de reducción de riesgo de VIH/sida, y las particulares, catastróficas consecuencias de la estrategia miedosa, poco realista y anticuada de eliminación de riesgo. Y entonces tal vez podamos elaborar algún tipo de acuerdos comunes acerca de cómo integrar nuestras complejas relaciones hacia el riesgo para lograr prácticas factibles de reducción de riesgo de VIH/sida. El verdadero desafío de la prevención de VIH/sida, en resumen, sería el exigir no un esfuerzo psicoanalítico para identificar y descubrir nuestros más profundos impulsos, sino la inteligencia colectiva para ser más listos que el virus y el valor para sobreponernos a la vergüenza acerca de los placeres abyectos que de hecho disfrutamos. La inhibición que debemos atravesar, en otras palabras, no es psíquica sino social.

Traducción: Jessica Kreimerman Lew. Versión editada del ensayo Monstruos del Id. La versión original puede encontrarse en el link:
http://www.letraese.org.mx/documentosdiversidad.htm
El ensayo forma parte del libro What Do Gay Men Want? An Essay of Sex, Risk, and Subjectivity, de próxima publicación en inglés por la Universidad de Michigan.