Usted está aquí: martes 8 de mayo de 2007 Opinión PRD: 18 años

Marco Rascón

PRD: 18 años

Sorpresa, entusiasmo, imaginación, exaltación, compromiso, confluencia, sacrificio, urgencia, legalismo, combate, solidaridad, resumido en un programa convertido en lema y que decía: "¡Democracia ya!, ¡patria para todos!"

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) nace entre cientos de movimientos y los rescoldos de decenas de estructuras políticas creadas por las izquierdas, que juntas y separadas habían sostenido la oposición al régimen priísta y su carácter monolítico.

1988 es un año resumen, y lo que era el terreno doméstico del régimen, es decir, lo electoral, se convirtió en el eslabón más débil del sistema corporativo y centralista. Los empujes desde el movimiento obrero, el campesino y popular fueron batallas de gran trascendencia, pero el régimen siempre supo generar derrotas para lo que se valió de trampas legales, represión y coerción, dado que buscaba el control social de los sectores de la producción que garantizaban la reproducción de los intereses económicos que representaba.

El partido del sol ateca nace enfrentando una campaña atroz de desprestigio. El gobierno salinista empujaba desde afuera, pero también desde adentro de la naciente organización partidaria, intentando desde entonces descardenizar al partido, pues el factor "Cárdenas" era no sólo el símbolo de la convocatoria y la unidad amplia, sino también el eje programático histórico que obstaculizaba y creaba la resistencia al proyecto de integración económico y la filosofía neoliberal, que desde la Presidencia venía a sustituir al viejo nacionalismo revolucionario y la política de economía mixta.

En su primera asamblea constitutiva surge como un partido campesino. Anteriormente, las luchas agrarias por la tierra y contra el productivismo que se daban por conducto de organizaciones de coordinación, como las de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, llevaron al 88 su vertiente de demandas y programas que se tradujeron en un proyecto de democratización en los pueblos, así como en luchas municipalistas en Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Hidalgo y San Luis Potosí.

En las ciudades, sectores provenientes de las universidades, de la intelectualidad, la cultura, el feminismo, de los movimientos populares surgidos de la reconstrucción tras los sismos de 1985, del ecologismo y del cristianismo progresista confluyeron en la idea de forjar un partido de nuevo tipo que fuera una especie de jazz: habría una partitura común, pero cada quien tendría la libertad de crear, respaldado por el conjunto y fundidos en un abrazo de creatividad, confianza y respeto a las ideas comunes y los principios.

En el segundo congreso del PRD se establece para mal y se legitima la estructura de corrientes. Las antiguas estructuras de la vieja izquierda se imponen con sus minúsculos y sectarios intereses, abandonando con ello el compromiso de un partido unificado, democrático, aunque diverso, como la realidad misma.

Para el tercer congreso, pese a ser derrotados por los delegados, se impuso en los hechos la "transición pactada". La idea de una "revolución democrática" de amplia participación que unificara al país y a todos sus sectores en esa transformación es sustituida por un acuerdo fantasma, cupular y secreto que se dio entre las facciones del partido y el zedillismo.

Para complementar la tarea, en el cuarto congreso el PRD es declarado por decreto "un partido de izquierda" e inmediatamente sobreviene el viraje hacia la derecha. Es el paso esencial para ser admitido como un partido serio y responsable en el nuevo esquema de transición, que ya Ernesto Zedillo, con ayuda del Departamento de Estado del país vecino, construyen como la transición adecuada para la nueva democracia de México. El compromiso en el fondo es no cuestionar la política macroeconómica (que López Obrador insistió en respetar en 2006).

En el quinto, sexto, séptimo, octavo y noveno congresos, el partido pasa de la autocrítica falsa a las prácticas internas ilegales y fraudulentas. Las corrientes buscan un decálogo sagrado para mantener la protección de sus intereses y hoy, a 18 años, es clara la pérdida de derrotero, la sumisión al pragmatismo, el aislamiento y el goce del destrestigio social.

Este 5 de mayo la inmensa mayoría de los fundadores ya no estuvieron, pues el PRD está irreconocible; Cuauhtémoc Cárdenas, guillotinado por el señor de la República de la virtud: Andrés Manuel Robespierre, quien ha quedado rodeado de "los puros" que aún mantienen el terror y el señalamiento de que "todos son traidores". Tallien Ortega, Fouché Camacho y desde lejos Talleyrand Muñoz Ledo, tras haber favorecido la restauración del viejo régimen con el lopezobradorismo, esperan a un nuevo Napoleón que los recoja nuevamente y los salve.

El PRD ha tenido su parte luminosa, pero también su Termidor, su terror, su 18 brumario y transita por los caminos que conducen al cadalso electoral 2009. Impasibles, todas las corrientes y las burocracias, diputados y senadores gozan hoy, a pesar de que saben que van hacia la debacle; ahora son sólo una comedia, adecuados al poder y a los mismos viejos intereses.

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