Usted está aquí: miércoles 9 de mayo de 2007 Opinión Ratzinger: la estrategia del miedo

Carlos Martínez García

Ratzinger: la estrategia del miedo

Es su primera visita al bastión de la Iglesia católica. Benedicto XVI estará en Brasil para inaugurar la quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), acto que tendrá lugar el 13 de mayo. En América Latina vive casi la mitad de católicos del mundo, razón por la cual Joseph Ratzinger marcará directrices para el futuro de la institución en nuestro continente.

Cuando Benedicto XVI remplazó en el papado a Juan Pablo II, hubo varias voces que mostraron entusiasmo porque a la cabeza de la Iglesia católica llegaba un reputado teólogo, un intelectual que en sus varias obras mostraba interés por dialogar con el mundo contemporáneo. Entonces sostuvimos que eso era entusiasmo ingenuo, ganas de otorgarle al nuevo Papa un reconocimiento que no se había ganado en su anterior larga carrera eclesiástica.

Ratzinger fue en el pontificado de Karol Wojtyla el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, organismo continuador de la Santa Inquisición. Por 25 años desempeñó eficazmente su puesto, se encargó de disciplinar y castigar a los clérigos y teólogos católicos que intentaban nuevos caminos para poner en práctica un entendimiento de la fe más abierto al mundo, cuestionando enseñanzas de un modelo de cristiandad que ya no tenía asideros en las sociedades plurales. Ratzinger fue implacable, aplicó sin miramientos un modelo eclesiástico supuestamente dejado atrás por el Concilio Vaticano II.

En los dos años que lleva en el papado, ha mostrado ánimos restauradores de antiguas glorias de la Iglesia católica. Es un pontífice medieval que busca la continuidad conservadora. No obstante su depurada formación académica, en lugar de persuadir con argumentos a su feligresía, y a quienes no forman parte de ella, se obstina en lanzar admoniciones y amenazas a los desobedientes. En esto sigue una estrategia que recurre al miedo para hacerse de seguidores. Pero la vía elegida no le da los frutos que busca. El mundo de hoy es más intrincado de lo que suponen en Roma.

El Papa encontrará que su bastión se está desintegrando. Si bien es cierto que porcentualmente en América Latina se encuentra la mayor población católica del orbe, al hacer un acercamiento a este universo encontramos una bien localizada debilidad en la Iglesia católica.

Un buen número de observadores gustan hablar o escribir sobre la descatolización que se experimenta cotidianamente en Latinoamérica. Tal aserto da por sentado que quienes migran hacia otros credos lo hacen desde el catolicismo. La verdad es que los conversos a otras confesiones, principalmente evangélicas y pentecostales, son nominalmente católicos, pero su conocimiento y práctica de esta religión fue muy elemental y hasta contradictoria con lo enseñado por la Iglesia a la que decían pertenecer.

El catolicismo de los latinoamericanos, en términos generales, es muy precario. Se tambalea en cuanto se expone a otras creencias religiosas. En este sentido es un grave error culpabilizar a las que en Roma siguen llamando "sectas", que invaden un territorio considerado propio. En la conversión confluyen muchas causas, y una de ellas es que en la Iglesia católica los laicos -concepto que en sí es evidencia de verticalismo- son meros consumidores de lo que administran los clérigos.

La propuesta de Benedicto XVI, que va por el lado de revitalizar el catolicismo latinoamericano, carece de los recursos para llevarla al cabo. Desde Roma animan a los laicos a cumplir con su tarea evangelizadora. Les exhortan para vivir su fe e influir con los valores católicos la vida social y cultural de las naciones que componen nuestro continente. Pero restringen el liderazgo de los hombres y mujeres que muestran alguna disposición a encarnar la doctrina católica. El mayor obstáculo para la amplia participación que de los laicos espera el Papa, no se localiza en la secularizadora sociedad que él denuncia, sino en el interior de la misma institución que preside. El dominio clerical inmoviliza a los laicos, los controla y deja escasos espacios de participación.

Por todas partes del continente la pretendida fortaleza de la Iglesia católica en estas tierras hace agua. La tendencia es a la pluralización del campo religioso. El decrecimiento porcentual del catolicismo es el escenario a corto, mediano y largo plazos. No se ve cómo esta tendencia pueda ser revertida. Benedicto XVI intentará relanzar, en el marco de la CELAM V, a la institución eclesiástica que preside. No nos extrañe si de nueva cuenta apela al miedo, a fortalecer posturas defensivas y renuentes al diálogo con una realidad que reta la pretendida superioridad doctrinal y ética de la Iglesia católica. Su estrategia es la misma que la de Juan Pablo II, nada más que sin el peso carismático y mediático de éste. Su primera visita a Latinoamérica levanta pocas expectativas y casi nada aportará para, en los hechos, fortalecer una institución que mira con miedo y sospecha a las sociedades que ya aprendieron a cuestionarla.

 
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