Usted está aquí: sábado 12 de mayo de 2007 Política Desfiladero

Desfiladero

Jaime Avilés

El violín

Una obra de arte sometida a la peor censura

Al DF se coló un caballo de Troya salinista

Ampliar la imagen Escena de la premiada película El violín Escena de la premiada película El violín fotograma de la cinta

Ayer inició su tercera semana de exhibiciones en la ciudad de México la película El violín. El éxito que ha logrado es rotundo: en cada función -lo sé por experiencia propia y por testimonios de amigos y conocidos- el cine se llena casi a tope. Ha tenido una acogida tan entusiasta que los distribuidores han hecho algo extraordinario: después de pasarla durante dos semanas en 19 salas, ayer le concedieron una más y ahora está disponible en 20, lo que no deja de ser canallesco porque debería estar en 100.

Mientras la basura hollywoodense invade la inmensa mayoría de los cines, así cada nuevo churro no venda ni la tercera parte del boletaje, una obra de arte como El violín es sometida a una hipócrita forma de censura mediante una difusión sumamente limitada que no traspasa las fronteras del Distrito Federal: vengo de Saltillo y Monterrey, en donde ni siquiera han oído hablar de ella.

Filmada en México por un mexicano llamado Francisco Vargas Quevedo, pero concebida como una metáfora de la militarización en América Latina -un fenómeno que actualmente se presenta en pocos países del subcontinente, uno de los cuales, por cierto, es el nuestro, en donde el tema se vuelve cada vez más preocupante-, El violín llega a las pantallas, sin embargo, como una cinta costumbrista, casi como una denuncia periodística.

En las primeras escenas, una columna militar irrumpe en una comunidad indígena y campesina y realiza actividades que parecen ilustrar el editorial que La Jornada publicó ayer en su página dos bajo el título de "Perspectiva dictatorial": "Los soldados no son policías ni están habituados a reglas y procedimientos de detención de sospechosos. Su tarea es liquidar a un enemigo, y su formación corresponde a ese propósito".

En El violín, en efecto, después de apoderarse de la aldea y destruir las pertenencias de sus habitantes y quemar algunas chozas, los uniformados proceden a interrogar a los hombres que acaban de capturar, y lo hacen de la única manera que saben: golpeándolos y amenazando con matarlos, porque nadie los ha entrenado para llevar a cabo esa función policiaca con métodos profesionales (que en México tampoco respeta la policía).

Todo empeora cuando, instantes más tarde, los vemos violando a las mujeres de la comunidad, sin discriminar a las ancianas, lo que inevitablemente atrae a la memoria de los espectadores el caso de la señora Ernestina, allá en la sierra de Zongolica, Veracruz, o el de las muchachas del cabaret El Pérsico, allá en Castaños, Coahuila, por no hablar de los atropellos, todavía no documentados, que ahorita mismo están sufriendo los pobladores de Carácuaro y Apatzingán, más los que se acumulen la próxima semana.

Claro está que El violín habla también de un pueblo que lucha en defensa de sus bosques organizado en una muy precaria guerrilla que por su aspecto evoca a la del EPR y por su discurso a los zapatistas de Chiapas. En un momento delicioso de la película, el viejo don Plutarco (protagonizado por un señorón que responde al nombre de Angel Tavira y que debería ser nominado al Oscar) le narra a su nieto un cuento sobre "los dioses que en el principio hicieron el mundo", en alusión a ya se sabe quién (y que ojalá ya se sabe quién no tome como pretexto para decir que se trata de una "película de deslinde", como dijo de mi novela Adiós cara de trapo, que de deslinde no tiene nada porque es un homenaje a la rebelión del primero de enero).

No es raro, pues, que El violín esté creciendo como un acontecimiento propio del Distrito Federal, una ciudad educada, combativa y libre, que vive en sintonía con las grandes mayorías latinoamericanas que desde Venezuela hasta la Tierra del Fuego han logrado construir gobiernos opuestos a la plaga de langostas que forman los neoliberales fascistas; una ciudad de izquierda que el domingo pasado se desnudó alegre y masivamente en el Zócalo gritando "voto por voto, casilla por casilla", y que ha despenalizado el aborto y legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, y que ahora pugnará por el derecho a la eutanasia y al suicidio asistido, y mantendrá su espíritu abierto a las aspiraciones más dignas y nobles de la humanidad en materia de justicia, igualdad y solidaridad.

Por eso ha caído tan mal que en esta ciudad ejemplar, cuna del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador, la ultraderecha panista haya sido capaz de meter un caballo de Troya hasta la oficina más importante de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, cuyo titular, Rodolfo Félix Cárdenas, tardó exactamente cinco meses en sacar del Reclusorio Norte a su cliente más querido, el ex empresario ex argentino Carlos Ahumada Kurtz.

Miguel Angel Velázquez, en la entrega de su columna Ciudad Perdida del 11 de diciembre pasado, dio a conocer tanto los números de los dos recibos con los que, hace siete años, el ahora "abogado de la capital" amparó un donativo de 200 mil pesos que hizo entonces a la campaña de Vicente Fox, mientras sus socios, los señores Izunza y Maluf, entregaban cada uno 150 mil pesos más.

En esa misma información periodística, Velázquez reveló que el despacho Félix Cárdenas, Izunza y Maluf había defendido legalmente a Ahumada Kurtz de los procesos penales abiertos en su contra por el Gobierno del Distrito Federal, a cuyos contribuyentes estafó en varias ocasiones al cobrar anticipos por obras que nunca llevó a cabo. Asimismo, el autor de Ciudad Perdida comunicó a sus numerosos lectores que, en una de sus primeras acciones como procurador capitalino, Félix Cárdenas nombró como fiscal de procesos del Reclusorio Oriente a la juez María Claudia Campuzano, la misma que liberara al asesino apodado El Chucky, al que la señora equiparó con Robin Hood.

Al hacerse eco de esas desdichadas noticias, en su entrega del sábado 23 de diciembre pasado, Desfiladero invitó a sus lectores a mandarle cartas a Marcelo Ebrard para exigirle la destitución de Félix Cárdenas y de Campuzano. Pese a que eran las vacaciones de Navidad, en pocos días llegaron más de 300 mensajes, de los cuales publiqué 240 en un blog creado a tal efecto. No obstante, ni Ebrard ni Félix Cárdenas se dieron por aludidos, y tal como Velázquez lo predijera, el procurador liberó a Ahumada y ahora Ebrard le ha externado su apoyo por eso.

Cuando todo se pudre en el país -Felipe Calderón explotará hasta las últimas consecuencias su supuesta "guerra" contra el narcotráfico para pedir bajo el humo de la pólvora quemada el respaldo de un pueblo que no lo eligió y el dinero de Estados Unidos, siempre y cuando se derogue la Ley de Neutralidad para que vengan los marines a "salvarnos"-, el movimiento de López Obrador es todavía la única salida política viable para México. Por eso, cada vez la tendrá más difícil porque, como dijo el exégeta de Durango, si las cosas siguen así esto no va a terminar nada bien.

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