Usted está aquí: domingo 13 de mayo de 2007 Sociedad y Justicia Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

Los papeles de Mini

Las personas interesadas en alquilar un departamento lo primero que hacen es pedirme que se los muestre. Me extrañó que Daniel Conde sólo preguntara por la renta: 700 pesos. Cuando lo apuntó en una tarjeta y le vi la argolla de matrimonio, sospeché que andaba buscando un sitio donde meterse con algún amorcito. Imaginé una esposa envejecida, luchando por ahorrarle el dinero, y a unos hijos faltos de todo mientras él se daba sus lujos.

Eso aumentó la antipatía que desde el primer momento sentí hacia Daniel. Me propuse desanimarlo: "¿No quiere ver el departamento? Es muy chico. Tiene una sola recámara, cocina, baño y una salita donde caben muy pocos muebles". Daniel insistió: "¿Cuánto renta?" Se lo repetí y no me sorprendió que me pidiera una rebaja: "¿Es lo menos?"

Pensé otra vez en su amorcito y me enterqué en desilusionarlo: "Sí. La verdad, no me parece caro. Si no ha aumentado el alquiler es porque el edificio no tiene elevador. Desde que compusieron el centro las rentas han subido muchísimo. No le miento, vaya a otros lugares y compruébelo usted mismo, tal vez hasta encuentre algo más amplio. Comprendo que el departamento resulte incómodo para una familia. Además, tampoco tiene jaula para tender la ropa". Daniel levantó los hombros: "Eso es lo de menos. No creo que Mini vaya a necesitarla. Mandará su ropa a la lavandería. ¿Hay alguna cerca?"

Me reí al saber que el amorcito de Daniel se llamaba como la tienda que abrieron a dos cuadras: "Mini". El interpretó mi risa como una muestra de interés y se volvió comunicativo: "Se llama Minerva, pero le digo Mini de cariño. Le caerá bien. No se mete con nadie, es muy tranquila y tiene un sentido del humor que me fascina". Daniel estaba decidido a cerrar el trato. Tenía todo el derecho de hacerlo y eso me irritó aún más.

Para desquitarme, seguí poniéndole trabas: "Aquí hay familias con cantidad de niños. Ya sabe cómo son: gritan, chillan, se pelean, juegan futbol... Se lo advierto para que luego no vaya a salirme con que quiere rescindir el contrato. Es, mínimo, de un año. Si no tiene fiador deberá pagar tres meses de adelanto".

Daniel me descubrió: "¿Tiene otro candidato para el departamento? No la veo con muchas ganas de rentármelo". Le aclaré que el edificio no era de mi propiedad, que tenía un administrador y le di sus señas para que se pusiera en contacto con él. Se fue sin darme las gracias. Pensé que la calentura estaba fuerte y ya le urgía tener dónde meterse con la dichosa Mini.

El nombre me hizo imaginarla como una mujer alta, delgada, rubia falsa, perezosa y gritona a la hora de la hora. Juré que ni por todo el oro del mundo me prestaría a hacerle sus encargos. De seguro me lo iba a pedir: bajar diez tramos de escalera es cansado, pero subirlos está en chino.

II

El día en que Daniel trajo a Mini quedé tan sorprendida que ni siquiera pude contestarle el saludo. Más tarde, cuando fui a entregarle sus llaves del zaguán y la encontré solita, me disculpé por mi falta de amabilidad. Terminé contándole cómo me la había imaginado y el tipo de relación que, según yo, llevaba con Daniel.

Mini suspiró aliviada: "Qué bueno que me lo aclaras, porque cuando vi que no me respondías y sólo me mirabas de una manera tan rara pensé: 'a esta señora también le caigo mal'. No te mortifiques. En tu lugar me habría quedado tan sorprendida como tú: esperabas que tu nueva inquilina fuera la amante de Daniel y te encontraste con que soy su abuela. De milagro no te dio un patatús".

Nos reímos mucho y le pregunté cuántos nietos tenía: "Siete. Daniel es el mayor y el único que se ocupa de mí. Los otros me hubieran arrumbado en un asilo; en cambio, Dany me buscó este departamento aunque vaya a pagarlo con su dinero. Lo único malo son las escaleras, pero no voy a ponerme de remilgosa porque sería una malagradecida. Además, no necesito salir mucho: los domingos, después de la misa, puedo hacer mi mandado. Dany prometió sacarme a pasear cada 15 días. No puede venir más por su trabajo y porque vive hasta Izcalli".

Mini estaba convencida de que su nieto era el hombre más generoso del mundo. En cambio, yo seguí desconfiando de Daniel; no entendía que un hombre con experiencia le hubiera alquilado a su abuela, de 86 años, un departamento en un quinto piso, a menos que quisiera aislarla del mundo y dejarla morir sola.

III

De todo lo que me imaginé acerca de Mini sólo acerté en una cosa: es gritona. Se pasa todo el tiempo asomada a la ventana y desde allí saluda a los inquilinos, les pregunta adónde van, qué compraron, qué hicieron en la calle. Al principio le contestaban, pero ya no, porque temen que les haga plática. Nadie tiene tiempo para eso, y menos yo.

Antes, aunque estuviera muy ocupada, procuraba responderle, decirle alguna cosa para animarla. Pero luego me aburrí de sus gritos y de los míos hasta que di con el remedio: "Mini, estuve pensando que no debe gritarme tan fuerte porque se pondrá ronca y cuando venga Daniel por usted, si la encuentra malita, no la llevará a pasear".

Dios me castigó por mentirosa: desde que instaló a su abuela en el quinto piso, en dos años Daniel ha venido apenas media docena de veces y sólo una sacó a Mini: la llevó al banco para hacer unos trámites. "¿Cuáles?" Le pregunté cuando subí a entregarle su ropa. "De esas cosas nunca supe ni jota y menos ahora. Sólo firmé. Le doy muchas gracias a Dios de que me haya conservado la buena letra. La señorita que nos atendió en el banco estaba maravillada de que pudiera escribir mi nombre tan bien. Daniel se sintió muy orgulloso y me besó las manos. Mis manos de vieja, temblorosas, deformes, llenas de manchas, que hasta a mí me dan asco, mi nieto las besó".

IV

Mini creyó que iba a ser muy fácil salir los domingos y aprovechar para hacer sus compras. Pero desde que se perdió no ha vuelto a hacerlo, así que ya para todo depende de su nieto. Antes siquiera venía a dejarle su despensa cada semana; ahora se la manda en un taxi. Yo la recibo y subo a acomodar las cosas. Cuando veo lo que el dichoso Dany le manda a su abuela -un jabón, un rollo de papel sanitario, arroz, frijol, huevos, un frasco de aceite, una que otra latita sin marca, naranjas, plátanos- me pregunto qué le habrá hecho firmar el desgraciado.

Por el temor de que Daniel no la saque a pasear si la encuentra ronca, Mini casi ya no grita. Ahora se comunica con nosotros, más bien dicho conmigo, porque soy la única que le hace caso, mediante recados que arroja desde su ventana. Lo hace a todas horas, inclusive por la noche.

Durante el día llueven papelitos. Tardan mucho en caer del quinto piso al patio. Como sé que Mini me está observando, los recojo y los leo: "Me gustaría tener una maceta en la ventana. ¿Qué le parece?" "No he podido ir al baño". "El agua sale fría. ¿No me compró mi gas?" "Cuando venga Dany a visitarme le pediré un teléfono celular para que me diga si va a venir y no me deje esperándolo".

Le respondo a gritos lo que imagino que ella quiere oír: "Una planta se daría muy bien en su ventana porque le pega mucho sol". "Camine para que su intestino funcione". "No han venido los del gas, pero seguro ya no tardan". "Es buena idea lo del celular. Dígaselo a su nieto".

Por las mañanas, cuando me levanto encuentro el patio como si hubiera granizado: blanco de papeles. Preferiría no leerlos, porque casi todos los mensajes son tristes y me asustan, muestran lo horrible que es la vejez para alguien tan pobre y tan sola como Mini. Si estuviera enferma creo que su familia se apiadaría de ella, pero como es muy sana, la han abandonado. Dios me lo perdone, pero terminarán por olvidarla como si fuera un suéter o un paraguas inservible.

No creo que a Mini le reste mucho tiempo de vida. El día en que ella muera, cosa que sentiré mucho, Daniel tendrá que venir. Y si no lo hace, el administrador se encargará de traerlo para que cubra los gastos del entierro.

Si anhelo tanto ese día es porque quiero entregarle a Daniel un regalito: los recados que su abuela ha estado escribiendo desde que él dejó de visitarla. Quiero estar presente para ver la cara del imbécil cuando lea el menos triste de los mensajes que tiró Mini desde su ventana: "Soñé que estaba muerta. ¡Al fin conocí la felicidad!"

 
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