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Domingo 13 de mayo de 2007 Num: 636

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La mordedura de Dios

Ricardo Venegas


Foto: José Antonio López/
archivo La Jornada

La "culpa": producto de la transgresión de la observancia católica, aparece en la obra de Ricardo Garibay como cuestión moral más que como conflicto religioso. La fe es un tema recurrente en la obra del hidalguense. Vicente Leñero asegura que prometía desarrollarse a partir de Beber un cáliz o Par de Reyes, novelas donde la divinidad emerge como una necesidad de cobijo y redención.

En 1966 Garibay vuelve de un viaje a Cuba y siente que ha perdido la fe, las creencias que le fueron inculcadas en la infancia (rezaba desde los cinco años el rosario de quince misterios, arrodillado, como quien salda una penitencia) fueron desechadas por un estilo de vida que consideró convencional y cómodo, de "robusto pecador", lejos del hombre que, entre mil, prefiere el amor de Dios al del mundo.

En una larga entrevista que sostuvo con Javier Sicilia y Patricia Gutiérrez-Otero para la revista Ixtus en 1997, en la que el punto de partida fue la espiritualidad, ocurrió algo insólito: al hablar sobre la nostalgia que sentía por no haber cumplido con el dogmatismo cristiano, el hombre de recio carácter lloró ante sus entrevistadores, se derrumbó el intelecto y la jactancia del gran escritor. El sentimiento hacia Dios estaba ahí, latente, en un hombre de set6enta y cuatro años que no había olvidado que deseó alguna vez amar a su creador. La certeza de lo que no puede verse se mantuvo intacta. "¡Me han hecho nacer esta pasión que estoy demostrando! ¡Esta dolorosa inquietud por el misterio! No quiero decir la frase, pero en fin: esta dolorosa inquietud por Dios. Esta especie de nostalgia de Dios."

Es probable que la deuda espiritual que asumió de manera inconsciente lo remitiera al estudio de un gran poema contenido en la Biblia: El Cantar de los Cantares. En diversos programas televisivos y de radio, habló con vehemencia del significado del texto, incluso dedicó un sector de su obra al estudio del mismo. Conciliación del alma con su creador, un canto del pueblo de Israel para Jehová o la unión de los amantes, son interpretaciones que sobre el texto atribuido a Salomón coexisten. Pero fue la última la que le interesó. "Dice Fray Luis de León al explicar El Cantar de los Cantares que el alma está en el aliento, y por eso entre los amantes se acostumbra el beso, para recobrar el alma de la boca del amado."

Garibay retomó la descripción de la mujer amada que se hace en el poema bíblico, lenguaje que urdió un libro: El joven aquel, en donde sus intereses iniciales con la poesía son evidentes en la madurez. En sus últimos meses de vida el narrador aseguraba haber encontrado el amor al final del camino. La experiencia amorosa en Ricardo Garibay fue más importante que cualquiera de sus proyectos vitales, como él mismo lo constata al llegar a una conclusión: "No supe hasta febrero de 1940, que no había dejado de verla ni un momento."

Sabía que no hay retorno del camino andado y le bastó recordar a las mujeres que lo amaron para continuar y escribir para seguir viviendo. La prosa de Garibay se ilumina con la cadencia de la Sulamita del Cantar evocada en El joven aquel; los achaques de la senectud, el cáncer, las úlceras, la diabetes y la depresión se apoderan del escritor que busca en la historia de amor lo que Dios no le dio.

En la literatura de Garibay es casi impensable hablar de las mujeres sin un nexo con la divinidad; "es el lado secreto de la luna", aseguraba. Creyente sin credo, su estilo de vida le costó una tremenda carga de culpas: "Ya tenía cinco hijos y seguía traicionando la fe y la ortodoxia y cumpliendo con los sacramentos; acaso menos con la comunión, porque me importaba mucho y le tenía mucho miedo. Es decir, no me acercaba a comulgar por miedo, acaso por humildad. ¡Cuando eres un hijo de puta cómo vas a comulgar, canalla!"

Pareciera que a Garibay las relaciones amorosas fuera del matrimonio, por considerarlas "pecaminosas" moralmente, lo conducen a la búsqueda de la religión, de un Dios del que supo mucho (estudió con seriedad a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila durante varios años), pero no creyó en él ni pensó jamás en convertirse en devoto; de ahí la nostalgia, el vacío existencial que asume con franqueza una manera de vivir.

"No soy un triunfador mundano, de ninguna manera, pero he amado bien, a fondo, con el pecado que esto supone. Opté por eso. Dije: 'Basta, estoy aquí [en la Iglesia] golpeándome el pecho y hoy mismo, en la tarde, tengo que ver a fulana que no es mi mujer y que no cambiaría por nada! ¡Basta!' Estoy hablando con una brutal sinceridad. No es divertido para mí. No es un halago. Y no hay la más leve sombra de jactancia en lo que estoy diciendo, al contrario, me siento un pequeño montón de mierda. Pero así ha sido. Ni modo."

En Feria de letras, libro variopinto, el novelista encuentra la ocasión de fraguar una alianza entre lo que considera profano y lo sagrado. Tal es el motivo del texto sobre el poeta judío Yehudá Haleví, quien amaba con vehemencia la belleza femenina y el vino, sin embargo su poesía se convirtió en la liturgia de su pueblo. "Era un portentoso pecador y era capaz de unciones extremas en la contemplación religiosa, en la adoración a su creador."

Al describir la vida contradictoria del bardo, Garibay se instala en la "vía de expiación" descubierta por Martha Robles: pecaba y expiaba al escribir su obra; al igual que Haleví, Garibay era apasionado al abordar el tema religioso, aunque sintiera un gran distanciamiento hacia el dogmatismo cristiano; mordido por la culpa y por el Dios que había conocido en la infancia, se entregaba a escribir páginas enteras, donde saldaba cuentas pendientes, como Javier Sicilia lo describe: "Vitalista, amputado de un pensamiento metafísico, pero roído existencialmente por Dios, vivía tenso entre el deseo, la mujer y Dios."

El narrador insistió mucho en la grandeza del soneto de Francisco de Quevedo y Villegas Amor constante, más allá de la muerte, cuando citaba algunos versos: "alma a quien todo un dios prisión ha sido (...) polvo serán mas polvo enamorado", como una forma de victoria del amor, de imprimir huella, de conocer toda la vida en un poema; cuerpo y espíritu contienden por el reino del alma en la prosa de Garibay, el anhelo de un hombre por llegar a Dios y el deseo de amar desde la carne, evidencian el gran conflicto espiritual –y universal- de quien pretendió dejar en sus lectores "una manera de eternidad".